Algunas preguntas pastorales ante la posmodernidad - Alfa y Omega

La posmodernidad nos interpela como cristianos de cara a conseguir una comprensión que sea verdaderamente incisiva y no ingenua. Es necesario concordar con las primeras palabras de la exhortación Evangelii gaudium, con las que el Papa nos enseña que «el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente».

El Evangelio es, en todas las épocas, una poderosa instancia crítica de la cultura y si no se percibe esta característica específica se corre el riesgo de soportar, pasivamente, los impulsos y argumentos de la cultura misma, en vez de evangelizarla, es decir, en vez de llevar hasta ella esa substancia activa que, en el fondo, es el mismo Señor Jesús, sal, luz y levadura de todo tiempo.

Aunque desde un punto de vista teórico se podría pensar que la Iglesia se encuentra en forma para afrontar los retos que nuestro tiempo nos plantea, desde el punto de vista práctico, no parece que sea tan sencillo afirmarlo.

En efecto, es necesario plantearse algunas preguntas pastorales.

Fe. ¿Cuántas veces la fe, más que experiencia de vida y gusto espiritual por las cosas de Dios, es declinada en el sentido de dinamismos doctrinales más que en el sentido de caminos de vida capaces de tocar los afectos y el corazón, llegando hasta el nivel de la conciencia personal? ¿Cuántas veces la fe se petrifica en protocolos litúrgicos rígidos e intocables, que ciertamente crean respeto y fascinación por lo sagrado, pero también lejanía y distancia del mismo? ¿Cuántas veces, por el contrario, la misma liturgia se convierte en un experimento artificioso de autoglorificación de la asamblea, alejando a los fieles de la posibilidad de experimentar un vínculo vivo y vivible con Dios? ¿Cuántas veces la misma fe es presentada como un yugo moral antes que como una experiencia de gracia que abraza y salva gratuita e inmerecidamente?

Discernimiento. ¿Verdaderamente estamos tomándonos en serio a los cristianos presentes en nuestros ambientes, reconociendo en ellos sujetos espirituales cuya conciencia está permanentemente en presencia del Dios vivo? ¿O los consideramos robots replicantes que deben simplemente observar algunas reglas que se les transmiten de forma autoritaria? ¿Estamos enseñándoles el arte del discernimiento, que consiste ante todo en el reconocimiento de que en cada uno de ellos existe una sensibilidad al Espíritu que no va ni sofocada ni minusvalorada, sino despertada, encendida, promovida y acompañada?

Contemplación. ¿Se da una verdadera propuesta de contemplación, de silencio, de oración en los caminos pastorales de nuestras Iglesias? Una vez aclarada la necesidad común de tomar distancia respecto al caos comunicativo que nos envuelve hasta sofocarnos, ¿es capaz la Iglesia de proponer alternativas a este modo de comunicar que amplifica los mensajes en la búsqueda de una continua conexión sin calidad veritativa sin posibilidad operativa de vivir? ¿Cómo pedimos a nuestros fieles que vivan la experiencia del silencio interior y exterior para poner conectarse con la Verdad que se ha manifestado plenamente en Jesucristo?

Antropología. Desde el punto de vista cultural, ¿estamos trabajando para volver a pensar lo humano a partir de una concepción cristiana de la libertad, que ciertamente no debe ser pensada de forma autorreferencial, sino relacional y, sobre todo, generativa? ¿Cómo estamos ayudando a los fieles a conectar su experiencia de libertad, su idea de verdad y los dinamismos de la caridad? ¿Estamos trabajando para que toda autoridad sea verdaderamente un servicio que haga crecer la autenticidad de las personas y ponga en el primer puesto la comunidad, como expresión del amor al prójimo? ¿O, en cambio, también en nuestros ambientes eclesiales reina una idea de persona dominada por una visión individualista y competitiva?

Como puede verse las preguntas planteadas son muchas y complejas. Afrontarlas con valentía y confianza, sin ceder al desaliento, es nuestra primera tarea.

Prof. Dr. D. Rossano Sala sdb
Secretario especial de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
Participa el 25 de abril en la jornada Anunciar a Jesucristo en la posmodernidad. A 50 años de Mayo del 68, organizada por la Facultad de Teología San Dámaso