Los collages de una artista - Alfa y Omega

Los collages de una artista

Javier Alonso Sandoica

El otro día escribí un tuit cuya idea acababa de raptársela a medias a Marcel Proust: «A todo aquello que no sea más que una aplicación de reglas no merece la pena entregar el corazón». Se me ocurrió mientras llevaba mediado el tercer volumen de En busca del tiempo perdido. Hay un momento en el que el protagonista monologa sobre la diferencia entre un cirujano y un artista.

El cirujano aplica reglas, reglas muy estrictas; el cirujano no poetiza, no puede dejarse llevar, no es más que un fiel cumplidor de un cometido con límites. La misma exactitud necesita un general del ejército: para entablar batalla, estudiará meticulosamente el terreno donde ésta se llevará a cabo, la dirección del viento, la luz. Las características del terreno dirigen y limitan los planes que puede escoger un general para su ataque. Es decir, aplica también normas rígidas.

Pero del artista no podemos exigir sólo un muestrario de leyes. Su encomienda requiere oficio, por descontado, pero Dios puso en el artista lo más parecido a la imagen de una pequeñísima lumbre. Por establecer comparaciones.

La Nobel de Literatura de este año, la canadiense Alice Munro, escribe sus cuentos con el primor de un profesor de taller literario, pero no encontramos la llama del Olimpo en sus palabras. Chejov, el maestro de la narración corta, es otra cosa. Un solo fragmento de sus narraciones e intuyes que debes ponerte de pie, releer o brindar a su salud. Estás ante un artista, y en él bulle un precipitado de consecuencias imprevisibles.

Estos días, la Casa del Lector, de Madrid, expone una selección de collages que la poeta Wislawa Szymborska, fallecida el pasado año, enviaba como felicitación de año nuevo a sus amigos. Es la manera más inocente de intentar entrar en el corazón de una artista, dar una vuelta en torno a sus entretenimientos y menudencias. De una forma casi infantil se expresa perfectamente, en esa selección de collages, que toda acción artística es, en el fondo, una vocación, una llamada a la generosidad. Un artista no retiene para sí ni sus mínimas quisicosas. Es como si a cada poco oyera una voz que, desde dentro, le susurrara: «Pon en el mundo tu huella, hazlo más digno del hombre, no guardes nada propio, ponte en manos de los demás y recuérdales que llevan un corazón valioso que pide razones para vivir».