La vida es un don sagrado - Alfa y Omega

La vida es un don sagrado

En esta su undécima encíclica, firmada el 25 de marzo de 1995, sobre el valor y la inviolabilidad de la vida humana, Juan Pablo II expresa «una llamada apasionada a todos y cada uno en nombre de Dios» para respetar, defender, amar y servir a la vida humana. Está dirigida no solamente a los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles laicos, sino también a todas las personas de buena voluntad, ya que la vida es un valor que cada ser humano puede comprender también a la luz de la razón

Redacción
Juan Pablo II, durante la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Roma en el Año Jubilar 2000

En la Evangelium vitae, el Papa reafirma la grandeza y el valor de la vida humana en todos sus aspectos y en todos sus momentos, como vida corporal y espiritual al mismo tiempo, y en sus fases terrena y eterna, que alcanza su plenitud de significado en la participación de la misma vida de Dios. La encíclica contempla las amenazas contra la vida humana, que en este momento de la Historia se configuran con unos rasgos particulares, en consonancia con las ideas predominantes en la sociedad actual: concepto de libertad muy individualista y de carácter absoluto, que acaba por ser la libertad de los más fuertes contra los débiles; relativismo, negando la existencia de un verdad objetiva, que es sustituida por la opinión subjetiva del individuo haciendo que, al final, todo resulte convencional y negociable; por último, el predominio del secularismo, con la pérdida del sentido de Dios y del hombre, que lleva a la confusión entre el bien y el mal. El hombre, rechazando u olvidando su relación fundamental con Dios, cree ser criterio y norma de sí mismo.

Juan Pablo II consideró como una violación de la ley de Dios, y moralmente rechazable, la muerte deliberada de un ser humano, y se detuvo especialmente en los dos extremos de la vida: el nacimiento y la muerte, declarando el aborto directo y la eutanasia verdadera como desórdenes morales graves por sí mismos, por su propio objeto, independientemente de las circunstancias y de las intenciones de quien los realiza. Se trata de delitos que amplios estratos de la opinión pública justifican en nombre de los derechos de la libertad individual, reivindicando incluso su autorización estatal, mediante legislaciones inhumanas, y su cumplimiento con la intervención gratuita de los propios operadores sanitarios.

La encíclica confirma que el magisterio de la Iglesia enseña que el ser humano debe ser respetado y tratado como una persona desde su concepción hasta su muerte natural, y que la ciencia y la técnica deben estar ordenadas al hombre y a su desarrollo integral. Juan Pablo II confirma este juicio moral de la Iglesia fundamentado en la ley natural, en las Sagradas Escrituras, en la tradición viva de la Iglesia y en el Magisterio, que la ha afirmado en repetidas ocasiones.

La valoración moral del aborto es aplicada a otras formas nuevas de intervenciones sobre los embriones humanos, que comportan inevitablemente su muerte, como la experimentación con embriones, el uso de los fetos como suministradores de órganos o tejidos para transplantes y de las técnicas de diagnóstico prenatal con fines eugenésicos. Nos encontramos ante una cultura de la muerte, que se extiende a las diferentes responsabilidades y complicidades personales, sociales o culturales, en lo que Juan Pablo II considera una estructura de pecado.

Durante un bautizo en la Capilla Sixtina, en enero de 2002.

Signos de esperanza

Pero la Evangelium vitae subraya la voz de la sangre de Cristo, que redime y salva, que revela luminosamente el valor inestimable de la vida y la grandeza de la vocación del hombre, que consiste en el don sincero de sí mismo, que da la fuerza para comprometerse a favor de la vida, con la seguridad de la victoria. La encíclica menciona algunos signos que anticipan esa victoria; son signos positivos de esperanza que están presentes y actúan en la Humanidad, en el ámbito de los esposos que acogen a los hijos; de las familias que acogen a niños abandonados y a ancianos solos; de los centros de ayuda a la vida; de los grupos de voluntarios; de los avances de la Medicina y asociaciones de médicos, que los llevan a los países más pobres; del crecimiento de la conciencia social sobre el valor de la vida, la oposición a las guerras y a la pena de muerte; de la atención creciente a la calidad de vida y a la ecología ambiental humana.

La vida del hombre proviene de Dios y, por tanto, Dios es el único señor de la vida, y de este señorío divino se derivan la sacralidad e inviolabilidad de la vida humana, que comprende tanto el no al homicidio, como el al amor al prójimo.

El primer compromiso de los cristianos consiste en anunciar el Evangelio de la vida, es decir, a Jesucristo mismo. El Dios que da la vida debe celebrarse en la oración cotidiana, individual y comunitaria, en los sacramentos, en la existencia diaria, vivida en el amor y el don de sí mismo a los demás. Además, el Papa propone que se celebre en las distintas naciones, cada año, una Jornada por la Vida, así como una Jornada Mundial del Enfermo.

Anuncio y celebración conducen al servicio al Evangelio de la vida, atendiendo al otro en cuanto persona y encontrando en él a Cristo, extendiéndose a toda la vida y a la vida de todos. La encíclica expresa la misión de servicio, en referencia a una serie de responsabilidades, desde la de los médicos y operadores sanitarios como guardianes y servidores de la vida, a la de los voluntarios, los animadores sociales y los comprometidos en la política, destacando especialmente el papel decisivo de la familia en cuanto Iglesia doméstica y santuario de la vida.

Subraya la urgencia de realizar un auténtico cambio cultural, que debe comenzar desde dentro de las propias comunidades cristianas; en primer lugar, mediante la formación de la conciencia sobre el valor e inviolabilidad de la vida humana; en segundo lugar, mediante la educación a favor de la vida, en relación con sus raíces (sexualidad y amor), con la procreación responsable (recurso a los métodos naturales de regulación de la fertilidad) y el significado humano y específicamente cristiano del dolor, el sufrimiento y la muerte. En síntesis, un nuevo estilo de vida que afirme la primacía del ser sobre el tener, y de la persona sobre las cosas, así como el paso de la indiferencia al interés por el otro, y del rechazo a la acogida.

El Papa asegura que trabajar a favor de la vida es contribuir a la renovación de la sociedad mediante la edificación del bien común, pues el respeto de la vida es fundamento de la democracia y de la verdadera paz. En este gran esfuerzo por una nueva cultura de la vida, nos sostiene y anima la confianza en la ayuda de Dios para quien nada hay imposible. Por eso, «es urgente una gran oración por la vida que abarque el mundo entero».

Juan Pablo II concluye la encíclica volviendo la mirada a María, la Virgen Madre, que acogió la Vida en nombre de todos y para bien de todos, y que tiene, por tanto, una relación personal estrechísima con el Evangelio de la vida, pues es Madre de aquella Vida por la que todos viven. Así, María se nos propone a toda la Iglesia como «modelo incomparable de acogida y cuidado de la vida», y como «señal de esperanza cierta y de consuelo».

Escoger la vida: un deber de los cristianos

En medio de la cultura de la muerte y la cultura de la vida, todos estamos llamados cada día a tener que elegir incondicionalmente a favor de la vida. Para los creyentes, esta elección tiene sus raíces y su estímulo en la fe en el Resucitado, que ha vencido a la muerte. En efecto, el Evangelio de la vida está en el centro del mensaje y de la misión de Jesús, que afirmó: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». Sobre todo, el Evangelio de la vida es la persona misma de Jesús, que es el Verbo de la vida.

La vida es siempre un bien, incluso cuando está amenazada, ya que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, y destinado a la comunión con Él, en su conocimiento y amor. Pero es en el Hijo encarnado donde encuentra plena respuesta la razón de que la vida humana es un bien. ¡Realmente es grande el valor de la vida humana si el Hijo de Dios la asumió y la convirtió en lugar en el que la salvación se realiza para toda la Humanidad!

El Papa invita a todos a contemplar al que traspasaron, a mirar el espectáculo de la Cruz, para poder descubrir en ese árbol glorioso la realización plena de todo el Evangelio de la vida.