Comparto alguno de nuestros aprendizajes evangélicos en esta hora dramática del pueblo venezolano. En primer lugar, experimentamos vívidamente que el seguimiento de Jesús se realiza en un combate permanente contra fuerzas sobrehumanas. Estamos en guerra, nos recordaba Julián Gómez del Castillo, y la tensión militante debiera ser la respuesta cristiana. El haber renunciado a esta actitud beligerante contra el mal para saborear el placer pasajero del mundo es la causa principal de la tibieza. Algunos amigos a los que he invitado a venirse a este lado de la trinchera me han hablado del miedo que sienten por sus hijos. «No teman a los que pueden matar el cuerpo sino al que puede matar el alma», les recuerdo. La mayoría de nuestros niños y jóvenes en España están perdiendo su alma por esto mismo.
En Venezuela y, en general, entre los pobres de la tierra, se siente el fragor de la batalla las 24 horas del día. «No tenemos agua, luz, gas, ni teléfono. Estamos sitiados», me decía una amiga y añadía: «ahora nos oprime el comunismo corrupto pero, cuando gobierne la burguesía, debemos mantener esta conciencia de lucha porque sirven al mismo dueño». De hecho, el grupo Goldman Sachs, paradigma del capitalismo, ha salido en ayuda de la dictadura para que pueda seguir reprimiendo al pueblo. Son bestias que sirven al mismo dragón, dice el Apocalipsis.
Como parte de esta actitud de guerra, siempre que puedo asisto a las marchas pacíficas contra la tiranía. Llevamos más de 70 días de resistencia no violenta, y la multitud que sale a las calles va en aumento. He sufrido la represión de la Guardia Nacional, disparándonos indiscriminadamente bombas lacrimógenas apenas comenzábamos a caminar. He llegado a contar hasta 90 detonaciones de esos artefactos. El precio de cada bomba equivale a 880 arepas (el principal alimento de los venezolanos). Es una dictadura de hambre, reza una de las pintadas.
En estas acciones de lucha pacífica he visto muchísimos jóvenes que no han conocido más que la dictadura y que saben que con ella no tienen futuro. He visto muchos pobres combatiendo, sobre todo en Caracas, porque ellos son los que más tienen que perder si continúa esta barbarie. He visto rezar el rosario por las calles a miles de personas. He visto a mujeres mayores repartiendo comida y vendas mientras esquivaban los gases sulfúreos, he visto a decenas de personas preparadas con dispensadores de agua con bicarbonato para ayudar a otros con los terribles efectos de las bombas lacrimógenas, he visto a estudiantes de medicina perfectamente coordinados en la llamada Cruz Verde, he visto mucha esperanza y he concluido que solo el que lucha entiende el Evangelio.