«Jóvenes y mayores nos necesitamos unos a otros»
Celia Hernández (33) e Icíar Larrea (83) son religiosas de Jesús-María. La primera reconoce que «para mí la experiencia de vivir con hermanas mayores siempre ha sido muy enriquecedora, pues he aprendido de ellas a ser religiosa de Jesús-María. De Icíar y con ella, he podido aprender el estilo de vida de nuestras hermanas, parte de la historia de nuestra provincia, su entrega y generosidad en la misión, su disponibilidad y coraje para enfrentarse a nuevas situaciones y en distintas partes del España y del mundo, el cariño puesto en cada actividad grande o pequeña, la sonrisa que contagia, la cálida bienvenida al llegar a casa después de un día de trabajo, la pasión por aprender de todo y de todos, la escucha activa como si no hubiera nada más importante que tú en ese momento, la apertura de mente y corazón para acoger nuestras pequeñas locuras… Lo cierto es que lo que me sale con mucha fuerza es dar gracias al Señor por cada momento compartido».
Por su parte, a Icíar, que entró en la congregación con 21 años, le ayuda ver que «hay jóvenes valientes en el mundo de hoy, me ayuda su entusiasmo, y ver su capacidad de renuncia, porque a lo mejor yo no renuncié a tanto como ellas hacen ahora. Nuestros entornos no han sido iguales, ellas renuncian a mucho más. Son muy valientes, muy generosas, ver su alegría también, su entrega. Se han decidido a comprometerse para toda la vida cuando a muchos jóvenes de hoy les asusta el para siempre».
Ese «para siempre» fue el que dio Vicente Niño (38) cuando entró en la Orden de Predicadores hace diez años. Desde entonces, siempre ha sido el más joven en todas las casas de dominicos en las que ha estado, pero «para mí la convivencia siempre ha sido muy buena, sobre todo con los más mayores. Yo en ellos reconozco su ejemplo y su testimonio, toda una vida dedicada a la Iglesia, a la predicación y a los demás. Su fidelidad me motiva y me anima. Y he encontrado siempre apoyo en ellos: apoyo afectivo y espiritual, y también apoyo práctico y consejo. Muchos han sido también una referencia personal, ver que su vida ha sido una dedicación plena, a veces hasta con mucha edad al pie del cañón.
El también dominico Juan José de León Lastra (78) entró en la Orden con solo 14 años, gracias a una dispensa pontificia, pero los tiempos han cambiado: «Hoy la vocación es más rompedora que en nuestros tiempos, por eso tiene un valor especial. Nosotros sabíamos que éramos muchos de la misma quinta; sin embargo, los de hoy entran en una comunidad con pocos miembros de su misma edad, y eso exige un reconocimiento especial. Para todos, la convivencia con los más jóvenes enriquece la vida de comunidad, y la misión también. Como dominicos constituimos una familia. Si faltan los jóvenes, algo falta en la familia. Todos nos necesitamos unos a otros. Y noto en ellos mucha comprensión y afecto hacia los mayores».
Desde la clausura, sor Ana Rus (36), clarisa en el monasterio de Santa Clara (Soria), donde viven muchas hermanas ancianas, explica que las mayores son «la mayor riqueza de la casa, por su sabiduría y experiencia. Por ellas podemos caminar sobre cimientos seguros. Son esenciales y son el sostén de la comunidad. Las jóvenes las escuchamos entusiasmadas porque en ellas vemos cumplidos los deseos que el Señor ha puesto en nuestro corazón. Vemos una alegría impresionante en ellas. Todas nos dicen: “Nunca me he arrepentido de estar aquí”. Confiamos en que el Señor va a realizar en nosotras esa misma historia. Rebosan amor. Y su camino no ha acabado: siguen siendo esposas de Jesucristo hasta el final. El Señor es su vida».