La promesa del Espíritu Santo - Alfa y Omega

La promesa del Espíritu Santo

VI Domingo de Pascua

Daniel A. Escobar Portillo
Vidriera del Espíritu Santo. Ermita de Nuestra Señora de los Ángeles en el Cerro de los Ángeles, Getafe (Madrid). Foto: María Pazos Carretero

En continuidad con el texto evangélico del pasado domingo, la liturgia nos propone de nuevo algunas de las citas más significativas del discurso de despedida de Jesús en el contexto de la Última Cena. Quedan poco más de dos semanas para celebrar la fiesta de Pentecostés. Por eso, en los últimos días de la cincuentena pascual entra en la escena de modo singular el «otro Paráclito», al que se refiere el Evangelio de Juan. En realidad, toda la Pascua es un periodo de especial presencia del Espíritu Santo en la Iglesia, tanto en nuestros días como en el tiempo que siguió a la Muerte y Resurrección del Señor, y que rodeó el momento del envío del Espíritu Santo sobre los apóstoles. El término paráclito tiene un significado similar al de abogado. Más allá de comprender el sentido etimológico del término, es fundamental comprender la misión del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y en nuestra propia existencia. Si el maligno ha sido visto por la tradición bíblica y cristiana como el acusador, el que divide o el que tienta a través de estratagemas atestiguadas en la Escritura ya desde el relato del pecado original, las palabras del Señor a los discípulos nos muestran dos aspectos: el primero, que Jesús mismo es el primer Paráclito, el primer mediador y defensor, a través de su propia encarnación, llevada a término en el cumplimiento del Misterio Pascual; la segunda, que Dios no nos busca para acusarnos ni plantearnos dificultades, sino para salvarnos y posibilitar la perfecta comunión con Él. La esencia de Dios es el amor, y se concreta en el acercamiento al hombre hasta las últimas consecuencias, para que el hombre pueda conocer y amar a Dios.

«Si me amáis»

El Evangelio de este domingo comienza del mismo modo que concluye, recordándonos la necesidad de amar a Dios. La concordancia entre el principio y el final del texto corresponde a un procedimiento literario llamado inclusión, adoptado con frecuencia en las narraciones evangélicas con el objetivo de subrayar la importancia de un tema central en el texto que se propone. No es necesario insistir en la relevancia del amor a Dios y a los hermanos para los discípulos de Jesús; pero sí que se precisa mirar cómo se concreta ese amor, para que la palabra amor no quede delimitada a un expresivo término sin consecuencias prácticas. Por eso el Señor afirma que la prueba del amor consiste en aceptar y guardar sus mandamientos, no en el simple reconocimiento de lo bello y necesario que es amar a alguien.

«No os dejaré huérfanos»

El anuncio del Espíritu Santo no constituye una novedad absoluta en el plan de redención, sino que corresponde a la culminación de la nueva alianza, anunciada por el profeta Jeremías y, especialmente, por Ezequiel, cuando afirma: «Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne» (Ez 36, 26-27). Se trata de un pasaje que escuchamos como última lectura del Antiguo Testamento durante la Vigilia Pascual. Su ubicación litúrgica desvela, por lo tanto, que estamos ante la última gran promesa que realizan las Escrituras sobre nuestra salvación. Ahora san Juan vuelve a recordar este texto uniendo la presencia del Espíritu a la vida, cuando afirma: «Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo». El resto de lecturas que acompañan el Evangelio de este domingo concretan el modo de realizar la transmisión de esta vida verdadera en la comunidad cristiana. Entre los gestos y palabras que se relatan en la primera lectura destacan la oración y la imposición de las manos invocando el don del Espíritu Santo a los ya bautizados. De este modo ya quedaban cualificados para propagar la fe, anunciando la Palabra de Dios y celebrando los sacramentos. Apoyados en este texto evangélico, las dos dimensiones, evangelizadora y celebrativa, no pueden desvincularse nunca de la caridad, de la concreción del amor al que nos llama este pasaje del Evangelio en su principio y en su conclusión.

Evangelio / Juan 14, 15-21

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».