Cuando quiero entregaros algunas reflexiones realizadas en voz alta sobre lo que es el núcleo profundo de la vida cristiana, necesariamente tengo que recurrir a lo que los evangelistas nos dicen. Muy especialmente a los textos del Evangelio en los que se nos dan a conocer los retiros que el Señor hacía, pasando noches enteras en la soledad de la montaña para orar a solas. También nosotros tenemos necesidad de retirarnos al monte interior. Sí, un monte que hemos de escalar con audacia y valentía. Y este es el monte de la oración. ¿Os habéis dado cuenta de que la amistad con el Señor se desarrolla solamente así, en ese retiro? Entremos y busquemos ese retiro. Solamente así podemos desarrollar nuestra vida cristiana y también el compromiso que conlleva ser cristiano, que es llevar la noticia de Cristo y su Evangelio a todos los hombres.
San Pablo manifiesta con claridad dónde está y se da la identidad cristiana, que siempre consta, según el apóstol, de dos elementos: no buscarnos a nosotros mismos y revestirnos de Cristo; y entregarnos con Cristo. Es así como participamos de la vida de Cristo hasta sumergirnos en Él y compartir tanto su muerte como su vida. Es así como entendemos esas palabras del apóstol san Pablo: «Hemos sido bautizados con su muerte. Hemos sido sepultados con Él. Somos una misma cosa con Él. Así también vosotros consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús». (Rm 6, 3-5.11). Fijémonos en algo que creo que es muy significativo: para san Pablo no basta decir que los cristianos son bautizados o creyentes. Para él es de igual importancia decir que ellos «están en Cristo Jesús».
Reflexionando, me he dado cuenta de cómo el Concilio Vaticano II nos recuerda esto: los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. Nunca olvidemos que somos bautizados y confirmados en orden a la Eucaristía. Nunca olvidemos esta realidad tan honda y profunda para nosotros, los cristianos: la Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Somos invitados y llevados a ofrecernos a nosotros mismos, con nuestro trabajo y todo lo creado, junto a Cristo. De tal manera que esta relación íntima de la Eucaristía con los otros sacramentos y con la existencia cristiana se comprende cuando contemplamos el misterio de la Iglesia como sacramento.
Contemplemos nuestras vidas como discípulos de Jesucristo y miembros de la Iglesia. Somos bautizados y confirmados en orden a la Eucaristía. Por el Bautismo nos configuramos con Cristo, nos incorporamos al a Iglesia y nos convertimos en hijos de Dios. Nos integramos en el Cuerpo de Cristo, pero la participación en la Eucaristía abarca la vida entera, de tal modo que la Eucaristía es fuente y culmen de la misión de la Iglesia. Os invito a participar y vivir de la Eucaristía, «para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina» (Ef 4, 14).