Viganò: Benedicto no quiso sanciones públicas porque McCarrick ya estaba jubilado - Alfa y Omega

Viganò: Benedicto no quiso sanciones públicas porque McCarrick ya estaba jubilado

Nueva entrevista del ex nuncio desde su refugio secreto, esta vez con Lifesitenews: «Yo no podía imponer las decisiones del Papa»

Andrea Tornielli
El entonces nuncio en Washington con el cardenal McCarrick el 2 de mayo de 2012, cuando supuestamente el purpurado estaba «secretamente» sancionado por Benedicto XVI
El entonces nuncio en Washington con el cardenal McCarrick el 2 de mayo de 2012, cuando supuestamente el purpurado estaba «secretamente» sancionado por Benedicto XVI.

A cinco días de la publicación del comunicado con el que el exnuncio Carlo Maria Viganò ha pedido la renuncia del Papa Francisco por presuntos encubrimientos del cardenal Theodore McCarrick, molestador serial de seminaristas y jóvenes sacerdotes, una nueva entrevista de su autor hace que crezcan las dudas sobre todo el caso.

Pierden consistencia las presuntas sanciones que el Papa Ratzinger habría impuesto al cardenal, sobre las cuales Viganò insiste con énfasis en su texto, pero que no obtuvieron ningún efecto, puesto que el sancionado McCarrick siguió viajando (incluso al Vaticano), dictando conferencias, presidiendo celebraciones.

Viganò escribió en el comunicado publicado en línea al unísono, el pasado domingo 26 de agosto, por la red mediática italo-estadounidense ultraconservadora: «Supe con certeza, mediante el cardenal Giovanni Battista Re, entonces prefecto de la Congregación para los Obispos, que el valiente y merecedor Statement de Richard Sipe había tenido el resultado esperado. El Papa Benedicto impuso al cardenal McCarrick sanciones semejantes a las que ahora le ha infligido el Papa Francisco: el cardenal debía dejar el seminario en el que vivía, se le prohibía que celebrara en público, que participara en reuniones públicas, que dictara conferencias, que viajara, con la obligación de dedicarse a una vida de oración y de penitencia».

En realidad, las sanciones no eran para tanto. Las de Benedicto XVI, según el mismo Viganò, eran personales y secretas. Nadie tenía que estar al tanto. Las del Papa Francisco, por el contrario, fueron inmediatamente divulgadas, para que todos supieran que el anciano cardenal había sido sancionado después de que surgiera una denuncia por pederastia en su contra.

¿Cuándo tomó esa decisión personal el Papa Ratzinger? Probablemente a finales de 2008 o a principios de 2009, fecha en la que McCarrick efectivamente dejó el seminario Redemptoris Mater de Washington para irse a vivir a una parroquia de la capital. Recordemos que en ese momento no solo han llegado al Vaticano indicaciones y denuncias, sino que dos diócesis han pagado indemnizaciones a ex sacerdotes que sufrieron los abusos de McCarrick cuando eran seminaristas.

Como se ha abundantemente documentado en los últimos días, McCarrick no obedeció a estas presuntas sanciones del Papa Ratzinger, las cuales, al ser secretas, fueron comunicadas por el representante del Pontífice verbalmente al implicado. Y el implicado, es decir McCarrick, no solo no debía informar a nadie sobre estas presuntas restricciones, sino, efectivamente no les prestó atención. Solo hizo caso en relación con su residencia, pero siguió manteniendo el perfil público que tenía antes.

Los videos, las fotografías, los artículos y los comunicados que han ido surgiendo en los últimos días demuestran la total libertad que tenía McCarrick, quien, en tres ocasiones, pudo reunirse con el mismo Benedicto XVI en el Vaticano, concelebrar en San Pedro, ordenar a diáconos al lado del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, William Levada, y recibir el afecto y las felicitaciones del mismo Viganò durante una cena de gala en Manhattan en mayo de 2012, en pleno pontificado ratzingeriano.

El ex nuncio, ante todo este material documental, y ante las preguntas que han ido surgiendo, consideró oportuno intervenir nuevamente para aclarar los puntos oscuros de su comunicado, con el que tratando de pedir la renuncia del actual Pontífice acaba involucrando a sus dos predecesores. Lo ha hecho para explicar que tenía las manos atadas: no era él quien tenía la responsabilidad de hacer que se respetaran estas sanciones, porque eran secretas. Viganò concedió una breve entrevista a LifeSiteNews, sitio ultraconservador estadounidense, reconociendo que McCarrick «no obedeció» a las sanciones. Y añadió que, debido a la naturaleza de estas mismas sanciones del Pontífice, él, como nuncio, no tenía ninguna autoridad para reforzarlas y hacer que fueran respetadas.

McCarrick con Benedicto XVI, el 27 de febrero de 2013, durante la despedida de los cardenales del ahora Papa emérito

«No estaba en la posición de imponerlas», dijo Viganò, «especialmente porque estas medidas dadas a McCarrick» habían sido comunicadas «en privado», puesto que «había sido la decisión del Papa Benedicto». Viganò también afirmó que las sanciones tal vez eran privadas «porque McCarrick ya estaba jubilado, o tal vez porque Benedicto pensaba que estaba listo para obedecerlas». Pero McCarrick «claramente no obedeció», indica Viganò, confirmando lo que es evidente para todo el mundo.

Es interesante detenerse en la explicación que ofrece ahora el ex nuncio: el Papa Ratzinger probablemente no quería humillar en público al cardenal molestador (hasta ese momento, hay que recordarlo, no se sabía que también fuera un pederasta), porque ya estaba jubilado. Ya no desempeñaba su ministerio de arzobispo de Washington y poco más de un año después, con los ochenta años, habría dejado de tener el derecho para participar en la elección durante un Cónclave con los demás cardenales electores.

Mucho menos lógica parece la segunda hipótesis que propone Viganò: el Papa Ratzinger estaba convencido de que McCarrick habría obedecido. Es lícito preguntarse: si McCarrick había dejado claro que ignoraba las sanciones (¿o recomendaciones?) secretas del Papa, que él mismo recordó en vano al cardenal, ¿por qué Viganò no le pidió al mismo Benedicto que interviniera? ¿Tal vez transformando esas indicaciones secretas que nunca fueron seguidas en sanciones públicas, que habrían informado a toda la Iglesia los graves problemas morales, los abusos y los crímenes cometidos por el importante purpurado estadounidense?

Para justificar todas las veces en las que McCarrick se mostró en público o cuando pudo acercarse a Benedicto XVI en compañía de otros obispos estadounidenses que estaban llevando a cabo su visita ad limina (en enero de 2012) Viganò explica: «¿Se imagina usted al Papa Benedicto, con su carácter manso, diciendo: «¿Y usted qué hace aquí, enfrente de los demás obispos?». Efectivamente, sanción secreta significa que nadie más la conoce. Entonces, ¿por qué Benedicto no pidió noticias al nuncio apostólico y no envió a sus colaboradores para que insistieran en las sanciones? Pocos meses después, en abril de 2012, McCarrick estuvo nuevamente con el Papa en el Vaticano, en audiencia con la Papal Foundation. Y tampoco sucedió nada después de esta audiencia. Es decir, estas sanciones en contra del cardenal, si efectivamente existen, debían ser más bien recomendaciones bastante blandas. O por lo menos así fueron interpretadas.

La entrevista de Viganò representa, objetivamente, un elemento más que revela las intenciones de la operación que se consumó en los últimos días: la petición de la renuncia del Papa. Es decir, el primero que adoptó sanciones públicas contra McCarrick, haciendo que se respeten y quitándole la púrpura (cosa que hace casi un siglo no sucedía en la Iglesia).

Andrea Tornielli / Vatican Insider. Ciudad del Vaticano