«Ante todo, hay que anunciar a Dios: Dios es el juez, Dios que nos ama, pero nos ama para atraernos al bien y a la verdad contra el mal». Lo decía Benedicto XVI al responder a los periodistas, durante el vuelo a México, justamente al preguntarle cómo afronta la Iglesia el problema del narcotráfico y la violencia que genera. Sin duda —comenzaba su respuesta el Papa—, «es una gran responsabilidad de la Iglesia católica en un país con el 80 % de católicos. Hemos de hacer lo posible —añadía— contra este mal, destructivo para la Humanidad y para nuestra juventud». Y todo lo posible es, ante todo —lo afirmó el Santo Padre sin complejo alguno—, anunciar a Dios. No anduvo Benedicto XVI con medias tintas: «La Iglesia debe desenmascarar el mal: hacer presente la bondad de Dios, hacer presente su verdad, el verdadero infinito del cual tenemos sed. Éste es el gran deber de la Iglesia». ¡Y la primera necesidad del mundo!
A los obispos de México e Iberoamérica, en la tarde del domingo, en su homilía del rezo de Vísperas en la basílica catedral de Nuestra Señora de la Luz, en León, evocando a los primeros misioneros que llevaron y proclamaron a Cristo «con audacia y sabiduría», que «dieron todo por Cristo», les dijo Benedicto XVI: «Aquel ideal de no anteponer nada al Señor, y de hacer penetrante la Palabra de Dios en todos, sirviéndose de los propios signos y mejores tradiciones, sigue siendo una valiosa orientación para los pastores de hoy». Sencillamente, porque «los tesoros del Evangelio» son «potencia de esperanza, libertad y salvación para todos los hombres», de modo que «les invito a ser vigías que proclamen, día y noche, la gloria de Dios, que es la vida del hombre». ¿Cómo podríamos entonces vivir sin Cristo? La respuesta está bien a la vista: el triunfo del mal no se hace esperar. ¡Pero «no hay motivos para rendirse al despotismo del mal»!, pues, «sabiendo que el Señor ha resucitado, podemos proseguir confiados, con la convicción de que el mal no tiene la última palabra de la Historia, y que Dios es capaz de abrir nuevos espacios a una esperanza que no defrauda». Sí, así es, «la maldad y la ignorancia de los hombres no es capaz de frenar el plan divino de salvación, la Redención. El mal no puede tanto».
La definitiva victoria del bien y de la verdad la mostró el Papa a los niños, al encontrarse con ellos en la plaza de la Paz de Guanajuato: «Si dejamos que el amor de Cristo cambie nuestro corazón, entonces nosotros podremos cambiar el mundo. Ése es el secreto de la auténtica felicidad». El domingo, en la Misa, bajo el monumento de Cristo Rey, lo dejaba bien claro: «Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios… A Él, a Cristo, le pedimos que reine en nuestros corazones haciéndolos puros, dóciles, esperanzados y valientes». Sí, sólo un corazón cambiado cambia la historia. Mientras siga enfermo, en la «esquizofrenia entre la moral individual y la moral pública», como dijo Benedicto XVI en la rueda de prensa del avión, mientras los hombres, «individualmente, son creyentes católicos, pero en la vida pública siguen otros caminos que no responden a los grandes valores del Evangelio que son necesarios para el establecimiento de una sociedad justa», ¿cómo no va a vencer el mal y ser la muerte el único horizonte, ya presente en la violencia, el narcotráfico y los innumerables males que destruyen la vida humana? Sólo Dios es Dios, y sólo Él puede vencer la esquizofrenia de una fe separada de la vida.
Este viaje apostólico, que no político, ¡y por ello capaz de iluminar y vivificar la política, y toda la vida humana en su conjunto!, Benedicto XVI confiesa estar llevándolo a cabo «en continuidad con Juan Pablo II», que «abrió la puerta, comenzó una nueva fase en la colaboración entre la Iglesia, la sociedad y el Estado. Asimismo recuerdo también su histórico viaje a Cuba. Mi deseo es proseguir su camino y sus huellas». En su primer viaje, precisamente a México, en 1979, Juan Pablo II ya señalaba bien claro esa esquizofrenia y cómo superarla: «El Papa espera de vosotros la plena coherencia de vuestra vida con vuestra pertenencia a la Iglesia. Esa coherencia significa tener conciencia de la propia identidad de católicos y manifestarla, con total respeto, pero sin vacilaciones ni temores, siendo fermento de religiosidad, de justicia, de promoción de la dignidad del hombre, en todos los ambientes sociales». Una fe y un Dios al margen de la vida real, ¿qué clase de fe y qué clase de Dios pueden ser? El Papa no habla de esa fe ni de ese Dios, evidentemente falsos, por irracionales. Vale la pena recordar la famosa expresión de Chesterton: «Cuando se ha dejado de creer en Dios, ya se puede creer en cualquier cosa». Y es que, como dijo Benedicto XVI en el vuelo hacia México, «a la luz de la fe, podemos ver mejor tantas cosas que también la razón puede ver. Precisamente la fe sirve también para eliminar los falsos intereses, y los intereses que oscurecen la razón».
Sí, sólo un corazón sin esquizofrenia cambia el mundo, y sólo Dios puede cambiar el corazón del hombre: ¡cómo no va a ser anunciar a Dios la primera urgencia!