Una sola alma - Alfa y Omega

Han pasado diez años de la inolvidable JMJ Madrid 2011. Fue posible por una rica tradición evangelizadora de y en nuestra diócesis. Una Iglesia que vive la fe en Jesucristo, que sigue arraigada y edificada en Él. Aquellos días fueron la realización de un sueño que nace en el caminar de la pastoral de juventud, orientada por su obispo diocesano, el cardenal Antonio María Rouco Varela, allá por el año 2002, cuando jóvenes madrileños peregrinaron a Toronto con motivo de la JMJ.

Hasta que Madrid fue sede de la JMJ –un evento originado por el Papa joven, san Juan Pablo II, en 1985–, jóvenes de la diócesis participaron en otras jornadas y se involucraron en iniciativas como la Misión Joven –con la peregrinación a Roma de más de 6.000 jóvenes que fueron acogidos por Benedicto XVI– o en peregrinaciones al Camino de Santiago, Montserrat, Liébana… Así fueron desarrollando una forma de ser joven cristiano en Madrid. Las diferentes convocatorias para los encuentros diocesanos, las vigilias de oración, especialmente la de su patrona, fueron experiencias que movilizaron las instituciones para que en el tiempo fuera posible la realización de aquel sueño del 2002. Sin la formación y la espiritualidad de cada joven no hubiese sido posible aquel grandioso y sencillo acto: la JMJ en Madrid.

Nuestra diócesis mostró la capacidad de hacer un tramo del camino pastoral en la comunión de la Iglesia. Con el esfuerzo de los responsables de esta pastoral juvenil, vivida y relacionada más allá de la frontera de cada realidad eclesial, se puso de manifiesto que es más fructífera la misión. Preparar la JMJ, desde que el Papa anunció en Sídney que sería en Madrid, fue más un acto misionero que técnico. Lo segundo sin lo primero hubiese sido crear una superestructura para salvar el compromiso contraído. La clave hay que encontrarla en la fortaleza de la Iglesia en Madrid, con la vitalidad de los jóvenes en sus parroquias, movimientos, asociaciones y otras realidades eclesiales, que acogieron la invitación del Papa y se pusieron manos a la obra ¡Se entregaron como una sola alma!

En una cultura descafeinada, los jóvenes dijeron que se puede vivir con autenticidad si abres las puertas a Cristo. Que la Iglesia puede ser para el mundo recinto de alegría, justicia y paz.

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