Una mesa que no tenga horarios - Alfa y Omega

Será porque crecí cantando canciones de grupos como Brotes de Olivo o Kairoi, que sus letras me han marcado profundamente.

De hecho, hay una canción de este último que dice que «las fuerzas se rehacen en la mesa». Y quizás sea una percepción personal, pero creo que vivimos en torno a las mesas. En ellas se comparten el alimento, la vida y hasta la fe. En torno a ellas volcamos nuestras penas, soñamos juntos, lloramos y reímos juntos, y, como dice la canción, recobramos fuerzas para la vida.

Siempre que escuchaba esta canción pensaba que la Iglesia es una comunidad que se reúne en torno a la mesa de la Eucaristía, pero también una familia que se reúne al calor del hogar. Sin horarios, con mucho espacio para que quepamos todas y todos, con platos llenos de confianza, donde descansemos y regalemos el tiempo al otro, pero, sobre todo, donde nos encontremos con un tú.

Hace unos años, el Papa Francisco pidió que acogiéramos a las personas migrantes en nuestras casas, y la canción volvió a mi memoria y su letra invadió mi corazón, bombeando gotas de Evangelio por mis venas. Durante los dos últimos meses había acompañado a un grupo de chicos africanos, con quienes viví el Adviento de una forma intensa. Al fin y al cabo, qué es el Adviento sino la esperanza de que Jesús viene a nuestras vidas a darnos libertad. ¿Cómo entender esto mejor que con mis hermanos que estaban privados de ella?

Salieron días antes de Nochebuena y fueron acogidos por una ONG. Techo, cama y comida, lo necesario para vivir físicamente. Pero, ¿y espiritualmente? Mis hermanos y yo celebramos juntos la Misa de Navidad, la mesa que rehace nuestras fuerzas. Luego compartimos también la mesa del hogar, amplia, sin horarios, llena de confianza, al calor del hogar, donde nos encontramos con un tú en cada uno, y con un tú que venía a nuestras vidas. ¡Era Navidad!