Una grandiosa visibilización de fe y de unidad
La Plaza de San Pedro vivió, este domingo, la canonización más grande de la Historia: la primera proclamación conjunta de dos Papas santos. Un millón de personas en la Ciudad Eterna y más de mil millones de seguidores por la televisión e Internet para dar un nuevo impulso a la unidad de la Iglesia. ¿Triunfalismo? No, un acto de servicio
Domingo de la Divina Misericordia, 27 de abril de 2014, 10:14 horas. El Papa Francisco concluye la fórmula de proclamación oficial de la santidad de Juan XXIII y Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro del Vaticano. Una forma solemne para reconocer que estos dos Papas, que tuvieron papeles decisivos para la historia de la Iglesia y del mundo en el siglo XX, gozan del amor de Dios para la eternidad.
Un enorme aplauso surgía un instante después del río humano que abrazaba la Columnata de Bernini y que se extendía por la Vía de la Conciliación hasta llegar a otras plazas históricas de Roma: Plaza Navona, Plaza Farnese, los Foros Imperiales y el Coliseo. En total, cerca de un millón de personas han invadido la Ciudad Eterna para no perderse este momento irrepetible. Más de mil millones seguían el evento por televisión.
Los números, de hecho, eran impresionantes: en la celebración, participaron mil obispos, seis mil sacerdotes. La organización quedó garantizada gracias a la ayuda de 26 mil voluntarios. 98 países enviaron delegaciones oficiales, muchas veces conformadas por Jefes de Estado o de Gobierno. En primera fila, en representación de España, se encontraban los reyes de España don Juan Carlos y doña Sofía.
El primer aplauso de la celebración se había alzado poco antes, durante la procesión de ingreso, bajo los tapices de Angelo Roncalli y Karol Wojtyla, que destacaban en la fachada del templo que recuerda el martirio del primer Papa. Se encontraban reunidos cuatro sucesores del apóstol Pedro: los dos santos (era la primera vez en la Historia que tenía lugar la canonización conjunta de dos Pontífices) y sus dos últimos sucesores. Benedicto XVI, Papa emérito y uno de los colaboradores más cercanos de Wojtyla, sentado junto a los 150 cardenales presentes, recibía el abrazo del Papa Francisco.
En ese abrazo se unía toda la Iglesia, el pueblo de Dios unido: pastores y fieles. El gesto de unidad más elocuente, que supera las últimas décadas de incomprensiones.
En esta búsqueda de Dios no hay vencedores ni vencidos. Ambos Pontífices, dijo el Papa durante la breve homilía, que publicamos íntegras en estas páginas, «colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisonomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos».
No fue una celebración de exaltación, ni de pompa magna. Fue una ceremonia caracterizada por esa sencillez y naturalidad a la que ya nos ha habituado el Papa Jorge Bergoglio.
Su mensaje central fue muy claro: «Son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia». La canonización no fue más que un acto con el que la Iglesia reconocía esta constatación.
Al hablar de Angelo Roncalli, el Papa destacó en particular su decisión de convocar el Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965, que introduciría una profunda reforma en la Iglesia, cuyos efectos profundos todavía hoy se están recogiendo. «Demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado». Por este motivo, le presentó como «el Papa de la docilidad al Espíritu Santo».
El pontificado, bajo su intercesión
A Juan Pablo II Bergoglio le recordó como el Papa de la familia. Reconoció el sucesor que Karol Wojtyla «una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene».
El Papa Francisco puso su pontificado en manos de la intercesión de estos dos hombres para que el mundo comprenda el mensaje de amor que este pontificado quiere transmitir: «Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama».
La Comunión se convirtió en una grandiosa vivencia de fe visibilizada en la gran fila de paraguas amarillos y blancos que acompañaban a los 870 sacerdotes que distribuyeron las Hostias consagradas.
A pesar de la larga celebración, el Papa no quiso despedirse sin pasar a saludar de cerca a los miles de peregrinos que habían pasado la noche sin dormir para encontrar un lugar cercano. El papamóvil dio una vuelta por la Plaza de San Pedro y después se introdujo en la Vía de la Conciliación.
Muchos de ellos eran polacos, que habían afrontado viajes agotadores para recordar a Karol, uno de nosotros; y españoles, país por el que Juan Pablo II mostró una predilección particular, al visitarlo con particular asiduidad.
Concluía así una jornada histórica. La canonización más grande de la Historia se convertía en un momento de humildad y de sencillez. No era un triunfo, sino la proclamación de la vocación más profunda de los obispos de Roma: Siervos de los siervos de Dios. Cuatro Papas unidos en un mismo momento y espacio por este servicio a la Iglesia y al mundo.
Ahora que han sido canonizados, el culto a los dos Papas se extiende a la Iglesia universal. Para su culto, se mantendrá la fecha que ambos tenían ya, como Beatos, en el calendario litúrgico. San Juan XXIII se celebrará el 11 de octubre, recordando la fecha de comienzo del Concilio Vaticano II, en 1962. San Juan Pablo II tendrá su memoria el 22 de octubre, fecha de inicio de su pontificado.