El ser humano busca insaciablemente la felicidad, la salvación, «estar a gusto», «aposentarse», «tener sitio» y «sentirse amado», «siempre espera», «vitalmente está orientado al futuro»… Y el ser humano que mejor nos lo hizo percibir es la Virgen María, retratada de formas tan diferentes en todas las latitudes de la tierra, querida incluso por quienes no son cristianos. ¡Cuántas advocaciones hay de la Virgen María! ¡Cuántos títulos! Todos ellos destacan una manera de ver la belleza que alcanza esta mujer y que, como os he comentado en más de una ocasión, se explicita en su grandeza máxima cuando dice a Dios: «Hágase en mi según tu Palabra», cuando en la libertad máxima decide decir sí a Dios. Es un sí que, en este mundo creado por Él, origina adhesión al Señor. Genera fe y la esperanza anhelada en el corazón humano, que se ve cumplida en la Virgen, así como amor, entrega y fidelidad. Genera la fuerza para cambiarlo todo sin que nadie de los que están a mi alrededor sobre o tenga que ser eliminado, sino todo lo contrario: les da vida, fuerza, aliento, confianza y posibilidades reales.
¿No es este sí el que tenemos que acoger y vivir todos los hombres? Es un sí que nos ensancha la mirada, que nos lleva a hacer esfuerzos de reconciliación, de convivencia y de maduración. ¿Estamos dispuestos todos a buscar la palabra verdadera que lleva a acciones concretas y que, por tanto, confiere dignidad a un pueblo, sin engaños, adulaciones ni chantajes? Es todo un programa de vida. De alguna manera, es una constitución que se nos regala y que, además, el Creador inscribió en el núcleo de la existencia del ser humano. Cuando los hombres habíamos olvidado o relegado lo que Dios nos dio, Él eligió a María, preservándola de todo pecado, para que mostrara el rostro verdadero del hombre y el rostro verdadero de Dios en Jesucristo.
A través de mi vida, me he acercado especialmente a cinco retratos de esta mujer, que esta semana os entrego e invito a contemplar:
1. El retrato de María como la Bien Aparecida o combatir la timidez: Con este retrato contemplé a nuestra Madre desde el inicio de mi vida hasta que me nombraron obispo. Muchas experiencias pude tener mirándolo, pero quizá la mayor fue la alegría de sentirme querido por Dios. Ciertamente en este retrato de la Virgen, la Bien Aparecida, he visto cómo Ella acercaba el saludo del ángel a mi vida. Y así me hacía sentir su gozo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». El gozo de la alegría de sentirme querido por Dios, de saber que Él contaba conmigo, como con todos los hombres, para mostrarles que los ama.
2. El retrato de María como Santa María Madre o tomar consciencia de uno mismo: De la definición del hombre se deriva todo. Cinco años en Orense contemplando a la patrona, Santa María Madre, me hicieron dar muchas vueltas a mi corazón y a mi vida. En el momento más sublime, cuando está dando la vida por nosotros en la Cruz, Jesucristo nos dijo a todos los hombres: «Ahí tienes a tu Madre». De la consciencia que uno tenga de sí mismo procede toda su fuerza. Saber que tenemos una Madre que nos dice: «Haced lo que Él os diga» es recordarnos que no nos basta la civilización del cemento y de los placeres, que somos descifrables, que somos capaces de amor, de bondad, de sacrificio, de santidad, pero también de todo lo contrario, de maldad, de egoísmo, de pasión, de corrupción… Dios nos dio una Madre que nos ofrece la mano y nos indica el camino.
3. El retrato de María como la Santina de Covadonga o el afán de búsqueda y conquista: En esta advocación he descubierto lo que es ser discípulo-misionero. Siete años contemplando este retrato. No somos discípulos sin un encuentro radical con Jesucristo, que nos lleva a una salida de nosotros mismos para comunicar a los demás lo que el Señor hace en nosotros. La Santina nos lleva a dejar el aburrimiento que no solamente se produce por la desocupación, sino por una ocupación mal formulada. Y nos invita a entrar en la realidad con la riqueza que es Jesucristo para llenar necesidades, con la claridad que Él nos entrega para eliminar oscuridades, con el misterio de su vida en nuestra vida que es provocador de generosidad, de entrega, de servicio y de amor a todos sin excepción. Junto a la Santina, surge siempre la pregunta: ¿qué dirección tengo que tomar? Porque en la contemplación de este retrato se manifiestan dos direcciones: una interior, de encuentro con Cristo, y otra exterior, de anuncio de Cristo y de conquista por amor a los hombres.
4. El retrato de María como Mare de Déu dels Desamparats o el compromiso de servir a los que más necesitan: Su retrato nos invita a una devoradora manera de vivir aquello que tan bellamente nos decía san Agustín: «He aquí el amor, el amor del amor» (cfr. Confesiones, II, 2; III, 1). Nuestra Señora de los Desamparados nos impulsa a vivir con el deseo de entregar todo lo que necesiten los demás, de amparar como Dios mismo lo hace; es el deseo de Jesús para nosotros, y que su Madre mete en nuestro corazón si, como Ella, permitimos al Señor que entre en nuestra vida. ¡Cuántas veces, en los seis años de Valencia, junto a la Mare de Déu, sentí esta afirmación: deja que mi Hijo entre a tu vida, que la ocupe tal como te lo presento, con su Cruz también! Este retrato nos pone de cara a los hombres, amplía el radio de nuestra existencia y de nuestro compromiso. ¡Cuántos carismas que sirven a los hombres a través de la vida consagrada han surgido contemplando este retrato de nuestra Madre!
5. El retrato que ahora contemplo, Santa María la Real de la Almudena, o la tarea de mostrar en Ella lo que es la Iglesia, madre de misericordia, creadora de puentes y eliminadora de muros que separan a los hombres: ¡Qué bien y con qué gusto contemplo en Ella a la Iglesia! De María hemos recibido la Vida, que es Cristo. Si Dios es la Vida, es María la que le ha dado rostro humano; lo hemos conocido y nos lo ha entregado. Ella es imagen y figura de la Iglesia. Esto es lo que tiene que hacer la Iglesia. María nos enseña a amar, recordándonos con su sí que hay que dar la vida por todos los hombres, pues todos son hijos de Dios y por ello mis hermanos. María nos dice que la vida es sagrada; nos lo revela en toda su vida y nos lo muestra en la visita a su prima Isabel, cuando Juan Bautista, que estaba en el vientre de Isabel, salta de gozo ante Dios. María nos dice que el Señor nos ama, y lo muestra inclinándose sobre nuestra condición humana. Ella nos dice cómo Dios nos acoge, nos anima, nos alienta, nos asiste, nos conforta. Y nos recuerda que Dios no descarta a nadie, que la Iglesia, como Ella, es Madre de todos, y por eso nos consuela y nos cuida, para que tengamos el corazón de su Hijo, y así todos los hombres puedan entrar en él. María nos dice que así como Ella fue puente, derribó muros, miró con amor a todos los hombres, también lo haga la Iglesia.
Cinco retratos que he contemplado a través de mi vida, y que os regalo para que los contempléis en este Adviento.