Un paseo por Europa, a través de los ojos de Martín Rico - Alfa y Omega

Un paseo por Europa, a través de los ojos de Martín Rico

El Museo del Prado recupera la figura de Martín Rico, el paisajista español que mayor proyección internacional tuvo en su tiempo. La muestra reúne un centenar de piezas, repartidas entre óleos, acuarelas, dibujos y cuadernos de apuntes, la mayor parte de ellas inéditas en nuestro país. Hasta el próximo 10 de febrero, en el Museo del Prado

Eva Fernández
Campesinos (1862).

Un paisaje y un caballete de campo. Únicamente con estos dos elementos, Martín Rico ha conseguido trazar una biografía pictórica escrita con trabajo, constancia y búsqueda de perfección, que le llevó a viajar por Francia, Suiza, Inglaterra e Italia. Gracias a sus paisajes, pintados al natural en todas las ciudades donde plantó su caballete, el mundo descubrió las bellezas que encerraban pequeños rincones de Granada, Madrid y Toledo, los ríos que bañaban París y los colores que invadían Venecia.

Martín Rico Ortega (1833-1908) es uno de los grandes paisajistas españoles del siglo XIX, y sin embargo en España jamás se había hecho una exposición monográfica sobre su prolífica obra. Paradojas del destino, tuvo tal cantidad de imitadores y se le atribuyeron tantas pinturas falsas en el mercado, que la imagen del pintor quedó oscurecida en nuestro país. Aquí radica probablemente un olvido que acaba de subsanar magistralmente el Museo del Prado. Pionero en la introducción del paisaje realista en España, su espectacular dominio a la hora de captar la luz y la forma de retratar las ciudades por las que viajó, le dieron un gran reconocimiento en su época, particularmente en Estados Unidos.

Paisajes al detalle

En sus comienzos, Martín Rico se formó en la Academia de San Fernando de Madrid, junto al pintor romántico español Genaro Pérez Villamil, pero, poco a poco, quiso marcar distancias con este estilo, y consiguió que sus paisajes nacieran de la realidad y se enriquecieran con el talento de sus manos. En Vista de Covadonga (1856), los cambios de color de la luz reflejados en las rocas no tienen paralelo en la pintura española de aquellos años. Las pequeñas figuras que aparecen en el cuadro sólo sirven para contrastar la desproporción de tamaños. En el año 1862, por fin le llegó la oportunidad de abrirse al mundo al conseguir una beca de perfeccionamiento en París. Martín Rico nunca olvidará la escueta despedida de su padre el día que partió: «Sé un hombre de bien». En París, contactó con destacados artistas europeos, entre ellos el impresionista Camille Pizarro, o el paisajista francés Daubigny. En una escapada a Suiza, se detuvo a pintar la temporada de siega tal como contemplamos en Campesinos (1862), un cuadro en el que se observa casi al detalle la coloración de los árboles. Su fascinación por la pintura al natural se comprueba en Lavanderas de La Varenne (1865), una de sus creaciones más famosas. Esta localidad se encontraba muy cerca de París, donde además conoció a Louise Priet, quien terminaría siendo su mujer. Uno de los mayores atractivos de esta pintura reside en la meticulosidad con la que están retratadas las quince lavanderas. De esa época es también Una familia pescando en un río (1866), composición serena en la que hasta se puede apreciar el movimiento de las nubes. En uno de sus frecuentes viajes a España, decidió pintar Desembocadura del Bidasoa (1872), un óleo en el que consigue una prodigiosa sensación de lejanía.

Y con Venecia llegó la madurez

Para Martín Rico, Venecia era un «gran taller al aire libre». Allí fue padre primerizo a los 67 años, cuando, tras enviudar, contrajo matrimonio por segunda vez, y en esa ciudad pasó los últimos años de su vida y también quiso que se le enterrara. La riva degli Schiavoni en Venecia (1873) fue una de las primeras obras que realizó durante su primera estancia en esta ciudad, y el cuadro fue vendido en vida por 6.000 francos, una auténtica fortuna en su momento, lo que demuestra la alta cotización que llegaron a tener sus creaciones. Es a través de las vistas de la ciudad de Venecia cuando Martín Rico perfecciona definitivamente su estilo y cuando los marchantes internacionales difunden su obra en Estados Unidos. Próximo ya al final de sus días, pintó su Autorretrato (1908), en el que aparece con ese gorro del que apenas se desprendía en sus últimos años. Quizás la serenidad melancólica que encierra su mirada refleja la conciencia que tenía el pintor de la proximidad de la muerte.

Como homenaje póstumo, su mujer quiso que constara en la esquela alguna de las distinciones de las que Martín Rico nunca alardeaba, entre ellas la Orden de Isabel la Católica y la Cruz de la Legión de Honor de Francia. Si es verdad que el arte es la expresión del alma que desea ser escuchada, no lo duden, más de cien años después de su muerte, los paisajes de Martín Rico mantienen todo su atractivo. Escúchenlos.