Un pasado que recordar, un futuro que construir
Un congreso debate en Salamanca sobre la reforma de la Conferencia Episcopal Española según el modelo de sinodalidad que impulsa Francisco
«No siempre la abundancia es saludable», decía el sábado el cardenal Ricardo Blázquez al referirse a las reformas que llevará a cabo la Conferencia Episcopal Española (CEE), previstas en el nuevo Plan Pastoral. «La simplificación» puede ser un «signo de salud», abundó el presidente de la CEE al clausurar el congreso Conferencia Episcopales: orígenes, presente y perspectivas. A los 50 años de la creación de la Conferencia Episcopal Española, organizado por la CEE y por la universidad de la que es titular, la Pontificia de Salamanca (UPSA), con la participación de todas las facultades de Teología y Derecho Canónico de España.
El congreso, celebrado en Salamanca del 2 al 4 de junio, fue uno de los actos centrales en la celebración del cincuentenario de la CEE, junto al que habrá en Madrid en octubre dedicado a Pablo VI y a su relación con España, en el que tomará parte el secretario de Estado del Papa, el cardenal Parolin. Una docena de obispos –muchos de ellos antiguos alumnos o profesores de la UPSA– arroparon unas jornadas llamadas a tener una incidencia mucho más allá de lo académico. Su finalidad era «ayudar en la revisión del funcionamiento de la Conferencia Episcopal», en palabras del cardenal Blázquez. La última asamblea plenaria, en abril, encargó a una comisión de obispos la reforma de los estatutos de la Conferencia.
Además de esa puesta al día procedente del interior del propio episcopado español, que deberá dotar a esta institución, hija del Vaticano II, de una estructura más ágil y operativa para la evangelización en el actual contexto social, los aires de cambio llegan desde Roma, con el desafío lanzado por el Papa Francisco de repensar el papel y funcionamiento de las conferencias episcopales. «Con la sinodalidad parece haber llegado a la Iglesia una nueva primavera que ha generado muchas expectativas y no pocas desilusiones», aseguró en la conferencia de clausura José San José Prisco, rector del Pontificio Colegio Español de San José de Roma, el principal destino de los sacerdotes enviados por los obispos españoles a formarse en la Ciudad Eterna.
El Papa quiere una Iglesia sinodal, donde las principales decisiones en cada nivel se tomen escuchando a todas las partes implicadas. A juicio de San José, sin embargo, «el ordenamiento canónico no está todavía preparado para el cambio». «El futuro pasa por una reforma de las instituciones que tenga en cuenta la sinodalidad, en un diálogo entre teólogos y canonistas que lleve a una aplicación práctica de este principio con bases sólidas. Es tiempo de una conversión efectiva a la sinodalidad como modelo de ser en la Iglesia».
«Las conferencias episcopales –prosiguió– están llamadas a encarnar ese modelo de sinodalidad, pero eso no será posible, como dice el Papa Francisco, mientras “no se explicite suficientemente un estatuto de las conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal”. Debemos seguir trabajando en este sentido».
En la UPSA se ha hablado mucho sobre cómo debería ser ese futuro. «No solo tenemos un pasado que recordar, sino sobre todo una historia que seguir construyendo», resumió en una intervención improvisada el arzobispo de Oviedo, monseñor Jesús Sanz. El reto para la Iglesia española en el momento actual –resaltó– es responder a «la invitación del Papa Francisco de hacer de nuestro tramo histórico una auténtica Evangelii gaudium [alegría de la fe]». «Esta es nuestra más apasionada tarea».
El sentido de la aconfesionalidad
De la historia de la CEE se habló sobre todo para poner en valor su aportación a la Transición y para rememorar los orígenes de la institución, que no fueron precisamente fáciles. La Iglesia en España estaba «bastante aislada de la vida y del mundo internacional», dijo en la conferencia de apertura el cardenal Fernando Sebastián, en tiempos un estrecho colaborador del cardenal Tarancón. La recepción del Concilio Vaticano II terminó desatando «una verdadera revolución en la doctrina y en las actividades pastorales» en España, no exenta de cierta «confusión y apasionamiento», en un momento en el que a las turbulencias eclesiales se superponían las políticas, al acercarse a su fin la dictadura franquista. Cuestiones como la libertad religiosa que defendía el Concilio se solaparon con las críticas al régimen nacional-católico, y de este modo el debate intraeclesial se politizó.
De aquella época, Sebastián destacó el apoyo de la Iglesia a la democracia y a la reconciliación entre los españoles, junto a la decisiva intervención de Pablo VI para apoyar la aplicación del Concilio en España, «defender la distensión y la paz, y mantener la cercanía al pueblo».
Con el tiempo –lamentó el arzobispo emérito de Pamplona–, toda esa aportación se ha olvidado. «Sectores laicos de nuestra sociedad no han comprendido los gestos de la Iglesia», aseguró.
La defensa de la aconfesionalidad ha adquirido así hoy mimbres distintos, resaltó el cardenal Blázquez en declaraciones a la prensa. El principio tantas veces expuesto por Tarancón de «mutua independencia y sana colaboración» con la autoridad civil, se ha convertido en la reivindicación de que «el Estado es aconfesional y los ciudadanos seremos lo que creamos oportuno ser». Aconfesionalidad significa que «todos cabemos con los mismos derechos –los de una y otra confesión, también los que no tengan ninguna religión–», y que «el Estado tiene la obligación de hacer que la convivencia sea correcta, dejando que cada uno presente, dentro [de la promoción] del bien común, sus propias iniciativas». «No se puede meter la tijera» a la libertad religiosa, advirtió Ricardo Blázquez: ni en lo que se refiere a su ejercicio en privado, en la «libertad de culto», ni en su ejercicio público, como ocurre por ejemplo con el «derecho a la educación».
Revisar la trayectoria de la Conferencia Episcopal Española supone recorrer la historia de la sociedad en España en estos últimos 50 años. Situarla en el presente y reflexionar sobre ella permite poner las bases para una revisión y renovación constante en el caminar de la Iglesia mirando al futuro.
El congreso celebrado en la Universidad Pontificia de Salamanca ha sido un espacio de encuentro y de diálogo entre especialistas para contrastar visiones distintas. Juntos han mirado hacia el pasado para leerlo con lucidez desde la perspectiva que da la distancia. El balance de esta mirada arroja un resultado que, con sus luces y sus sombras, mueve a la gratitud por el camino recorrido y por todas las personas que lo han hecho posible. Hay una rica herencia de magisterio, de presencia pública, de planes pastorales que han alentado la vida de la Iglesia y que en muchos aspectos está aún por desarrollar. Sorprende abarcarlo en su conjunto, y sorprende, visto desde la distancia, el carácter profético de muchas intervenciones que, en su momento, o resultaron polémicas o pasaron inadvertidas.
Haciendo nuestras las palabras del Concilio (GS) podríamos decir que los gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a lo largo de este medio siglo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, han sido a la vez gozos y esperanzas de los discípulos de Cristo, de la Iglesia que camina es España.
Desde una mirada teológica, plantear la responsabilidad y función pastoral de la Conferencia Episcopal hoy supone abrir los ojos y los oídos a la escucha del Espíritu que se mueve entre los pliegues de una Iglesia en salida, como le gusta decir al Papa Francisco. Una Iglesia sinodal, en la que todos caminemos juntos.
De todo esto y de mucho más se ha hablado en Salamanca. El congreso ha sido profundo, denso, de altura desde el punto de vista académico y de la reflexión. Al mismo tiempo, abierto, aterrizado y realista desde el diálogo compartido. Esperanzador por las propuestas y perspectivas para los que amamos a la Iglesia, nos sentimos implicados en ella y contamos con la presencia activa de nuestros pastores. Nos falta mucho por hacer.
Ya lo dijo el Papa Francisco recientemente: «El camino de la Iglesia es este: reunirse, unirse, escucharse, discutir, rezar y decidir. Y esta es la llamada sinodal de la Iglesia, en la que se expresa la comunión de la Iglesia».
Las conferencias episcopales fueron un fruto valioso del Concilio Vaticano II. Hoy, medio siglo después, una parada para la reflexión, unida a la experiencia vivida por al Conferencia Episcopal Española, puede ayudar a su servicio pastoral y a que la revisión de su funcionamiento la haga más eficaz. Si es así, con la ayuda del Espíritu, se hará verdad la llegada de una nueva primavera para la Iglesia.