Un concilio sobre la fe - Alfa y Omega

En su primera encíclica, el Papa Francisco nos ha ofrecido una iluminadora enseñanza sobre el significado del Concilio Vaticano II para la vida y la misión de la Iglesia en nuestros días. Dice el Papa en el número 6 de Lumen fidei: «El Vaticano II ha sido un concilio sobre la fe, en cuanto que nos ha invitado a poner de nuevo en el centro de nuestra vida eclesial y personal el primado de Dios en Cristo. Porque la Iglesia nunca presupone la fe como algo descontado, sino que sabe que este don de Dios tiene que ser alimentado y robustecido para que siga guiando su camino. El Concilio Vaticano II ha hecho que la fe brille dentro de la experiencia humana, recorriendo así los caminos del hombre contemporáneo». El riquísimo contenido presente en esta sintética indicación del Papa nos permite describir las líneas fundamentales de las reflexiones y los diálogos que han tenido lugar en el marco del Congreso Internacional de Teología En torno al Vaticano II. Claves históricas, doctrinales y pastorales, organizado por las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra, los días 16, 17 y 18 de octubre en Pamplona.

¿Caminos paralelos, o cruzados?

Un primer elemento que cabe destacar se refiere al camino de la Iglesia y a los caminos del hombre contemporáneo. ¿Son caminos que corren paralelos o, en cambio, se entrecruzan? Para responder a esta pregunta, que es menos obvia de cuanto pueda parecer a primera vista, se ha profundizado en el contexto histórico –obviamente privilegiando las dimensiones culturales y sociales– en el que tuvo lugar la convocatoria y el desarrollo del Vaticano II. Una reflexión histórica, ajena a prejuicios positivistas, es bien consciente de la necesidad de plantearse la cuestión del entrecruzamiento de caminos al que nos hemos referido. Y hacerlo, ayudado por la visión filosófica y teológica, hasta llegar a reconocer que los caminos de la Iglesia y del hombre contemporáneo no es que se entrecrucen, sino que, en cierto modo, se identifican, pues la Ecclesia de Trinitate acontece como sujeto histórico precisamente ex hominibus y, para ser todavía más precisos, acontece in christifidelibus. De este modo, los caminos del hombre contemporáneo no son, ni más ni menos, que los caminos recorridos cotidianamente por los cristianos. Resuenan aquí las palabras del celebérrimo íncipit de la Constitución pastoral Gaudium et spes: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón».

Un segundo elemento que ha sido objeto de reflexión y diálogo, y que encontramos identificado en las palabras del Papa Francisco que hemos citado, puede ser descrito hablando de la relación entre el primado de Dios en Cristo y la fe. El Vaticano II, en efecto, fue un concilio sobre la fe, porque subrayó el designio, absolutamente libre y gratuito, misericordioso, de Dios Padre de salir al encuentro de los hombres en su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado, y llamarles a participar por el don del Espíritu en su misma Vida.

Dios es amigo del hombre

Dios ha querido hablar «a los hombres como amigos» (Dei Verbum, 2) y, a lo largo de la Historia, se hace presente con toda su voluntad salvífica a través de la Iglesia, «comunión de vida, de caridad y de verdad» e «instrumento de la redención universal» (Lumen gentium, 9), que brota del sacramento del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, fuente y culmen de toda la vida de la Iglesia (cf. Sacrosanctum concilium, 10). A esta inefable liberalidad de Dios corresponde el hombre con la obediencia de la fe, en la que su libertad se cumple definitivamente en la forma propia de la acogida amante del don que le constituye. Este diálogo permanente entre la gracia y la libertad, núcleo de la aventura de la vida, ha sido subrayado por el Concilio hablando de la vocación universal a la santidad. A la luz de esta segunda consideración, se comprende más adecuadamente tanto el valor de los protagonistas y de los momentos significativos del acontecimiento conciliar, como la necesidad de reconocer la dimensión pastoral de la enseñanza de la Iglesia, así como de todas sus expresiones y actividades (el ministerio petrino, la acción catequética, la misión, la promoción de la libertad religiosa y del diálogo ecuménico, las expresiones jurídicas…).

Para saber cómo se ha recibido…

Por último, del debate sobre las distintas hermenéuticas de los textos conciliares cabe destacar que la bondad o menos de las diferentes propuestas deberá hacer las cuentas con el siguiente criterio: mostrar, en lo que se denomina la recepción del Vaticano II, la capacidad de favorecer que la fe brille dentro de la experiencia humana. En definitiva, para ello nos ha regalado el Señor el Vaticano II. Así lo recordaba, en el radiomensaje del 11 de septiembre de 1962, un mes antes de la apertura del Concilio, el Beato Juan XXIII: «¿Qué es siempre, en efecto, un concilio ecuménico sino la renovación de este encuentro del rostro de Jesús resucitado, Rey glorioso e inmortal, que irradia sobre toda la Iglesia, para salud, alegría y esplendor de las gentes humanas?».