Un año en el que el mundo pide esperanza

Si en algo coinciden las voces de muchos representantes de la Santa Sede al hablar del Jubileo 2025, que arrancó el pasado martes con el lema Peregrinos de esperanza, es en cómo la situación del mundo presenta un panorama muy necesitado de esta virtud. Los conflictos —los mediáticos y tantos otros olvidados— se enquistan, nos golpean mortíferas catástrofes naturales que ya no se producen solo en lugares remotos. Y, en el ámbito político, se expanden cosmovisiones cerradas al prójimo que llama a las puertas de los países ricos huyendo del peligro o en busca de un futuro mejor. Incluso se constata cómo el mal también echa raíces en el seno de la propia Iglesia, a través de la lacra de los abusos o causando división, hasta el extremo del cisma.

Sin embargo, junto al mal, no faltan casos de lucha por defender esa dignidad infinita que la Santa Sede ha querido subrayar este año. Muestra de ello son la apuesta por los derechos humanos de la sociedad y la oposición venezolana y la presencia de la Iglesia allí donde hay sufrimiento ­—desde Valencia hasta Gaza y tantas fronteras—. Pero también su labor cotidiana en tantos ámbitos, desde el Vaticano a cada diócesis.

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