Tres postales desde Turquía - Alfa y Omega

Tres postales desde Turquía

La Misa con la pequeña y sufrida comunidad católica en el jardín de la Casa de la Virgen María en Éfeso, el abrazo con el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, y la visita a la Mezquita Azul de Estambul, se han convertido en las tres imágenes simbólicas del viaje de Benedicto XVI a tierras turcas, con resultados totalmente inesperados

Jesús Colina. Roma

Los miedos de la vigilia han quedado totalmente despejados. La visita de Benedicto XVI, vista por algunos observadores como una bomba de relojería, tras las protestas islámicas al discurso de Ratisbona (12 de septiembre), se ha convertido en un empuje inesperado al diálogo con el mundo musulmán y a la búsqueda de la unidad entre los cristianos separados. En este sentido, hay tres imágenes que se quedarán grabadas para siempre en la población turca, que ha seguido con mucho interés este viaje, gracias a una cobertura sin precedentes, ofrecida tanto por los canales de radio y televisión como por la prensa locales.

En la Mezquita Azul

La imagen más impactante fue la del 30 de noviembre, con la visita de Benedicto XVI a la Mezquita Azul, construida durante el reinado del decimocuarto sultán otomano, Ahmet I, entre 1603-1617. Es la más grande y fastuosa de Estambul.

Descalzo, con esos ojos de curiosidad típicos de Joseph Ratzinger, el Pontífice se adentró en el recinto sagrado para los musulmanes, acompañado por el gran muftí de Estambul, Mustafá Cagrici, y por el imán de la mezquita, Emanullah Hatiboglu.

El Papa escuchaba las explicaciones tanto de la arquitectura como de los ritos con el respeto y el interés de quien se encuentra con un hermano. «Esperamos encontrar juntos caminos de paz y de fraternidad para ayudar a la humanidad», dijo el Papa al gran muftí, al agradecerle su hospitalidad. Tras explicar cómo se recogen los musulmanes en oración, el gran muftí comenzó a rezar, mirando hacia La Meca, junto al Papa. Y el Papa, con gran respeto, se recogió también unos minutos en silencio.

Esas imágenes se convirtieron en una bomba de paz para Turquía, y después para el resto de los países árabes, transmitidas por el canal de televisión panárabe Al Jazeera. El Papa, al que se había presentado como el enemigo del Islam, al que el grupo terrorista Al Qaeda había amenazado de muerte al pisar territorio turco, presentándolo como el nuevo cruzado, manifestaba todo su respeto y comprensión por una religión que tiene más de mil millones de seguidores en el mundo. Y eso, sin quitarse el Crucifijo del pecho. Con amor, pero sin perder la identidad.

El padre Federico Lombardi, SI, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, tras la histórica visita, aclaró que el Papa se recogió en «un momento de meditación personal, de relación con Dios, que se puede llamar también de oración personal, íntima, pero no fue una oración con manifestaciones externas características de la fe cristiana». No hubo, por tanto, sincretismo alguno, o mezcla de creencias.

La visita, de unos treinta minutos, concluyó con un intercambio de regalos. El muftí le ofreció la representación de una paloma, símbolo de la paz, con las palabras del Corán: En nombre de Dios clemente y misericordioso. El obispo de Roma le regaló un mosaico que representaba también palomas. Al ver la coincidencia, el muftí comentó: «Un feliz signo del destino». Y aseguró Benedicto XVI: «Quiere ser un mensaje de fraternidad, en recuerdo de esta visita que, ciertamente, nunca olvidaré».

Benedicto XVI con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, en la catedral del Espíritu Santo, el pasado 1 de diciembre.

El Papa, antes, había superado una prueba más difícil todavía: la visita al Museo de Santa Sofía, la antigua basílica de Constantinopla que, en 1453, fue convertida en mezquita tras la conquista de Constantinopla. Todos los grupos islámicos fundamentalistas del país se habían preparado: al menor gesto religioso del Pontífice en ese recinto simbólico, reaccionarían acusándole de promover una reconquista cristiana del lugar. En la mañana, grupos fundamentalistas, como los Lobos Grises, habían calificado de afrenta la visita del Papa.

Una vez más, el respeto y el afecto fueron las armas pacíficas que desenvainó el obispo de Roma. El director del museo, en turco, con la traducción de un intérprete, fue explicando todos y cada uno de los espacios que se iban visitando, mientras el Papa no se perdía detalle, haciendo preguntas.

El Papa mostró su sorpresa al escuchar que, en una de las cúpulas más importantes del templo, se observa un mosaico con la imagen de la Virgen María con el niño Jesús, a pesar de que durante siglos había sido una mezquita. Al finalizar el recorrido, que duró alrededor de 30 minutos, el Pontífice firmó el Libro de Oro del Museo.

Con esta actitud, el Papa conquistó Turquía. Prácticamente todas las televisiones y diarios recogieron sus últimas palabras, pronunciadas en el aeropuerto antes de regresar a Roma el 1 de diciembre: «Una parte de mi corazón se queda en Estambul, en esta ciudad magnífica». Dirigiéndose al gobernador de la ciudad, Muammar Guler, quien le despidió en nombre de las autoridades, el Papa señaló: «Creo que, para el pastor supremo de la Iglesia católica, el diálogo es un deber. Doy gracias al Señor por haber podido dar un signo de este diálogo y de una mayor comprensión entre las religiones y las culturas, en particular con el Islam».

El Pontífice subrayó que «Turquía es un puente entre Asia y Europa». El gobernador de Estambul dio las gracias personalmente al Papa por «sus declaraciones sobre el Islam, que nos han hecho felices», alejando «demasiadas malas interpretaciones». Al escuchar que Estambul será, en 2010, capital europea de la cultura, el Pontífice afirmó: «Se lo merece verdaderamente», y con una sonrisa añadió que «su ciudad natal había pedido ese reconocimiento, pero no se lo concedieron». Guler le invitó a regresar a Estambul, y el Santo Padre le respondió: «Soy viejo y no sé cuánto tiempo me dejará el Señor. Ponemos todo en sus manos».

El abrazo con el Patriarca

La segunda imagen para la historia de este viaje tuvo lugar el 30 de noviembre en la residencia del Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, en el antiguo barrio griego de Estambul. Era la festividad de San Andrés, fundador de esta Iglesia considerada por los ortodoxos Primera entre iguales. Poco antes, el Papa había participado en la Liturgia Divina presidida por el Patriarca, que es punto de referencia para unos 300 millones de ortodoxos. Benedicto XVI acompañó a su anfitrión hasta el balcón de la residencia y, al ver a los fieles congregados en el patio, el sucesor de san Andrés alzó la mano del sucesor de san Pedro (ambos hermanos) en señal de victoria.

Al Papa le arrancó una sincera sonrisa, y a los presentes, un enorme aplauso. Ese gesto mostraba cómo, en estos cuarenta años, católicos y ortodoxos han sido capaces de superar las desconfianzas y rencores que han durado casi un milenio, desde que se consumó el cisma de 1054. Ambos líderes religiosos plasmaron esta nueva fraternidad gráficamente: el Papa bendijo a los fieles en latín, y el Patriarca, en griego.

A continuación, entraron juntos en la sede del patriarcado para firmar una declaración común, en la que ambos lanzan una invitación a la paz y expresan la alegría de sentirse hermanos, renovando el compromiso para alcanzar la comunión plena. Juntos «hemos considerado positivamente el camino hacia la formación de la Unión Europea», pero piden que tenga «en cuenta todos los puntos de vista que afectan a la persona humana y a sus derechos inalienables, especialmente la libertad religiosa, que es prueba y garantía del respeto de toda otra libertad».

Al final de la Liturgia, el Papa pronunció un histórico discurso en el que afrontó los desafíos que se plantean a la superación del cisma entre católicos y ortodoxos y, en particular, el argumento de mayor divergencia: el ejercicio del ministerio papal. Los ortodoxos, siguiendo la estructura de la Iglesia del primer milenio, reconocen un lugar particular al obispo de Roma, como símbolo de la unidad eclesial, pero no concuerdan con la manera práctica en la que este primado ha sido aplicado. Principalmente, rechazan cualquier tipo de jurisdicción del Papa con respecto a las Iglesias orientales. Benedicto XVI aseguró «que la Iglesia católica está dispuesta a hacer todo lo posible para superar los obstáculos y para buscar, junto con nuestros hermanos y hermanas ortodoxos, medios de cooperación pastoral cada vez más eficaces con ese fin». Reconoció que, «desafortunadamente, la cuestión del servicio universal de Pedro y de sus sucesores ha dado lugar a nuestras diferencias de opinión, que confiamos en superar, gracias también al diálogo ecuménico recientemente reanudado».

El Primado ortodoxo griego visitará al Papa

El viaje del Papa a Turquía ha tenido un inesperado colofón. El pasado domingo, durante el rezo del ángelus, el Papa hablaba de una «inolvidable experiencia espiritual y pastoral, de la que espero que surjan frutos de bien para una cooperación, cada vez más sincera, entre los discípulos de Cristo y para un diálogo fecundo con los creyentes musulmanes». Al día siguiente, la Santa Sede informaba de que el arzobispo ortodoxo de Atenas y de toda Grecia, su Beatitud Christodoulos, visitará al Papa, del 13 al 16 de diciembre. El arzobispo ya estuvo en Roma para asistir al funeral de Juan Pablo II, pero ésta será su primera visita oficial para encontrarse con el Papa Benedicto XVI.

Las relaciones entre la Iglesia ortodoxa griega y la Santa Sede han mejorado significativamente en los últimos años. Un momento significativo se produjo durante la peregrinación de Juan Pablo II, tras las huellas de Pablo, en 2001, con la firma de la declaración conjunta con el Primado griego en el Areópago de Atenas. Después, ha habido un intercambio de visitas entre delegaciones del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa de Grecia y del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

La sesión plenaria de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto se celebró en Belgrado (Serbia), del 18 al 25 de septiembre pasado. Fue un encuentro sumamente esperado, pues relanzó el diálogo oficial, que había quedado bloqueado desde la sesión plenaria celebrada en Baltimore (Estados Unidos), en julio de 2000.

Benedicto XVI recordó que, en la encíclica Ut unum sint (25 de mayo de 1995), el Papa Juan Pablo II «invitó a emprender un diálogo fraterno para encontrar formas de ejercicio del ministerio petrino hoy en día, respetando su naturaleza y esencia, de manera que pueda realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros». Y añadió el Pontífice: «Es mi deseo, en este día, evocar y renovar esta invitación».

El Patriarca Bartolomé I concluyó su homilía calificando de bendición de Dios la visita del Papa. Un gesto de primer orden, si se piensa que, hace sesenta años, católicos y ortodoxos ni siquiera podían elevar una oración común…

En el jardín de la Virgen

La tercera tarjeta postal de este viaje del Papa a Turquía viene de una montaña que se encuentra a unos cuatro kilómetros de Éfeso, donde hoy se levanta el santuario de Meryem Ana Evì (la casa de la Madre María). Según la tradición, allí vivió la Virgen María junto al apóstol Juan, y allí habría tenido lugar su dormición, antes de subir al cielo, fiesta importante del calendario cristiano para ortodoxos y católicos, y acontecimiento celebrado por los musulmanes, que allí van en peregrinación.

En ese lugar, el Papa se encontró, el 29 de noviembre, con unos centenares de católicos, entre la naturaleza de la montaña que logró sobrevivir a un reciente incendio. La celebración eucarística tuvo lugar en medio de imponentes medidas de seguridad.

El Papa Benedicto XVI ora en la Casa de la Virgen, en Éfeso.

Los católicos en este país no son más que el 0,04 por ciento de una población de 70 millones de habitantes, cuyo 99 por ciento es musulmán. Es difícil comprender la importancia que tuvo para ellos esa Misa, así como la que presidió el Papa, el 1 de diciembre, en la catedral católica de Estambul.

En la memoria de los católicos todavía está fresco el asesinato del sacerdote misionero don Andrea Santoro, de 61 años, a quien un joven disparó mientras rezaba en su iglesia de Trebisonda (localidad turca del Mar Negro), en plena crisis desencadenada por la publicación de caricaturas ofensivas del Islam en periódicos occidentales. Un sacerdote francés, el padre Pierre Brunissen, que había reabierto la iglesia del padre Santoro, fue acuchillado después, el 2 de julio. Al menos otros dos religiosos han sido agredidos en los últimos meses.

La Iglesia católica no cuenta con reconocimiento jurídico en Turquía. Resulta prácticamente imposible que las comunidades religiosas que no sean islámicas puedan construir iglesias, o incluso reparar las existentes. Turquía es, junto a Bielorrusia y Bosnia, uno de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que no respeta plenamente el derecho a la libertad religiosa, pese a estar recogido en su Constitución.

En la Misa en Éfeso, el Papa confesó que, «con esta visita, he querido manifestar no sólo mi amor y cercanía espiritual, sino también los de la Iglesia universal a la comunidad cristiana, que aquí, en Turquía, es verdaderamente una pequeña minoría y afronta cada día no pocos desafíos y dificultades». Lo dijo el Papa en una homilía pronunciada en italiano, pero traducida al turco. El Pontífice les presentó el corazón de la fe y de la esperanza cristianas como motivo de «alegría, incluso cuando sufrimos dificultades y peligros».

Nunca los medios de comunicación turcos habían dedicado tanto espacio a los católicos. Nunca los católicos, desde hace un siglo, han sido tan respetados como en esos tres días, en ese país.

Como dijo el Papa este domingo, ya de regreso a Roma, este viaje apostólico ha sido una «inolvidable experiencia» gracias al pueblo turco, que le ha ofrecido «una acogida digna de su tradicional espíritu de hospitalidad».

«Los musulmanes han conocido al auténtico Benedicto XVI», constata el cardenal Kasper

El cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, ha podido comprobar, como pocos, el impacto que ha tenido el viaje de Benedicto XVI a Turquía, pues ha seguido al Pontífice como parte de su séquito. Su balance para la prensa es directo, como es él: «La persona del Papa se ha hecho simpática a los musulmanes, y es un hecho muy importante». El Santo Padre —aclara el cardenal alemán— ha demostrado la voluntad de trabajar a favor de «una cooperación entre las civilizaciones». Para la Santa Sede —reconoce—, «un choque de civilizaciones sería una catástrofe para toda la Humanidad; por ello hay que hacer todo lo posible para superar los prejuicios». Al igual que Juan Pablo II —añade—, también Benedicto XVI quiere promover la amistad, pero «sin sincretismos», es decir, sin confundir o mezclar los contenidos de fe de las diferentes religiones.

Por lo que se refiere al comentario del Primer Ministro de Turquía, Recep Tayiip Erdogan, sobre el apoyo del Papa a la entrada de Turquía en la Unión Europea, el cardenal explica que Benedicto XVI le respondió que «la Santa Sede no es una fuerza política y que no forma parte de la Comunidad europea. Por este motivo, la Santa Sede no interviene directamente sobre la cuestión de la adhesión». El Papa, en cambio, se ha mostrado favorable a «un camino de acercamiento en los valores entre Europa y Turquía».

El balance del cardenal concluye constatando que el Papa ha dado visibilidad y un fuerte apoyo a las minorías cristianas, haciendo ver cómo estas Iglesias pueden contribuir a la vida de la nación turca.