Señalaba el escritor estadounidense Paul Theroux, que la ficción es «pura alegría». Y esas dos palabras sirvieron a Antonio Muñoz Molina para dar título a una obra suya en la que nos contagia su pasión por la literatura, entendida como inagotable felicidad. Pues bien, no hay ámbito de la ficción al que esta definición se aplique con tanta justeza como al teatro: auténtica explosión de vida ofrecida en directo al espectador, que actúa como cómplice de esa maravillosa locura que se desarrolla sobre las tablas.
Y quizás por eso, no hay público más comprometido y exigente que el infantil, tan abierto a la alegría, tan pronto a descubrir la verdadera naturaleza de una representación teatral: el juego. El juego en el que unos niños grandes se «disfrazan» de reyes, y princesas, y brujas malvadas… o de astronautas o atracadores, evocando aquella frase que tanto repetíamos en nuestra niñez: «Ahora tú eres el vaquero y yo el indio». Porque esa, y no otra, es la esencia del teatro.
Para transmitir ese espíritu de juego, nada mejor que recurrir a la improvisación, (teatro en estado puro), y hacer de la misma no ya un instrumento de formación actoral, como propugnara Stanislavski, sino el centro mismo del espectáculo teatral. Y si convertimos a los niños que abarrotan el público en participantes de ese juego improvisado, en actores, en elementos de la escenografía o en inspiradores de las historias que tendrán lugar sobre el escenario, el resultado es el esperable: pura alegría.
Ésta es la propuesta que nos ofrece el grupo Impromadrid Teatro en el Teatro Galileo con su obra Teatruras. ¿Y qué significa «teatruras»? El grupo nos aporta la siguiente definición: «Dícese de la capacidad de cualquier niño de crear, de ayudar o participar en una escena teatral a partir de la imaginación». Y hay mucha imaginación en esta representación: La que aportan los niños del público y la que derrochan los actores bajo los focos —destacando especialmente el trabajo de Jorge Rueda—.
El argumento es sugerente: una compañía ha de superar una serie de pruebas para poder actuar en un teatro. Y el personaje que ha de proponerle las pruebas y dar su aprobación final es el propio teatro. Esto permite a los actores y al magnífico músico —Nacho Mastretta al clarinete y al piano— ir mostrando a los niños los distintos elementos que contribuyen a crear la magia del espectáculo teatral: la construcción del personaje, la iluminación, la escenografía, el estilo de la obra y el papel del público. Y serán los niños partícipes activos de cada una de las pruebas, para lo que contarán además con la ayuda de un personaje animado, Recaredo, un muñeco de plastilina que se asoma a una pantalla del escenario para introducir un elemento audiovisual que los niños conocen muy bien.
Fui a la sesión acompañado de una crítica mucho más exigente que yo, mi hija María, de siete años. Y le pedí que me ayudara a redactar estas líneas. Decidí entrevistarla y éstas fueron sus respuestas:
¿Te ha gustado la obra?
Muchísimo.
¿Qué es lo que te ha llamado más la atención?
Que se lo iban inventando todo. ¿Cómo lo hacen?
¿Qué puntuación les darías de uno a cinco?
Cinco.
Después de ver la obra ¿cómo te sientes?
Me dan más ganas de ir al teatro.
Pues ya ven, merece la pena ir a ver la obra. En un tiempo en que las familias gastan importantes sumas en psicólogos, psiquiatras, ansiolíticos y antidepresivos, no hay mejor terapia familiar que ir todos juntos con los niños a disfrutar de esa experiencia vitalista que es el teatro. No se arrepentirán. Porque como dice el personaje del teatro en la obra: “El teatro puede ser de todo menos aburrido”.
Nota del crítico: Por ese prurito que tenemos los críticos de reservar las cinco estrellas para los eventos que hacen época, la obra está valorada con cuatro. Pero el criterio que más vale es el de mi hija.
★★★★☆
Teatro Galileo
Galileo
Calle Galileo 39
Quevedo
ESPECTÁCULO FINALIZADO