Sumisión - Alfa y Omega

Sumisión

Javier Alonso Sandoica

Es lo nuevo de Michel Houellebecq, el escritor francés cuyo deseo de desagradar, así lo ha dejado escrito, encubre un inmenso deseo de gustar. La subversión como propuesta. Es misántropo, misógino, islamófobo, muchas más cosas de este tipo que no sientan muy bien al alma. Debo añadir que Houellebecq es muy guarreras escribiendo, explícitamente impresentable en cuanto se acerca al territorio sexual, cuanto toca lo coloca fuera de su quicio. Éste es el punto en el que el lector no entiende por qué Sumisión merece un pequeño apunte en nuestro semanario. Porque la propuesta de la novela tiene mucho meollo: la posibilidad de que un musulmán llegue a ser Presidente de la República Francesa, gracias a la coalición entre el partido de los Hermanos Musulmanes y la izquierda. La novela salió a la luz el 7 de enero pasado, el mismo día de los atentados contra la plantilla de la revista Charlie Hebdo, que tiene bemoles la coincidencia. Desde entonces, el autor lleva escolta oficial día y noche.

Acaba de llegarnos la traducción al español en Anagrama. Detrás de las peripecias de un joven profesor de la Sorbona con una tesis doctoral sobre uno de los conversos al catolicismo más interesantes de Francia, Joris-Karl Huysmans, el autor dice que las civilizaciones no mueren asesinadas, sino que se suicidan. El Islam ha llegado ha ocupar la cumbre del Elíseo por la decrepitud de la civilización occidental. En esto Houellebecq es terminante, arremete contra la Ilustración francesa, desencadenante de un proceso de individualismo imparable. Las personas han dejado de tener vínculos. La Ilustración trajo libertad sin medida, un respeto que significaba distancia y jamás encuentro, gracias a ella arrancó el multiculturalismo, la caída en picado de la demografía, la familia arruinada por dentro, una civilización contemporizadora y sin fuste. Y lo más grave es que el profesor protagonista no puede volver a esa memoria de la fe de Huysmans.

Lo expresa dramáticamente a su llegada a una iglesia de las afueras de París: «La Virgen aguardaba en la oscuridad, tranquila e inmarcesible. Poseía la grandeza, poseía la fuerza, pero poco a poco sentí que perdía el contacto con ella, que se alejaba en el espacio y los siglos mientras yo me hundía en el banco, encogido, limitado». En esta obra de política-ficción, se agita un interrogante sobre aquello que somos y que, por desidia, abandonamos.