El cardenal Loris Capovilla recuerda los últimos momentos de su maestro. Su amor al pueblo fiel fue correspondido - Alfa y Omega

El cardenal Loris Capovilla recuerda los últimos momentos de su maestro. Su amor al pueblo fiel fue correspondido

Jesús Colina. Roma
El hoy cardenal Capovilla, con Juan XXIII, en una reunión con embajadores

El cardenal Loris Capovilla fue la persona más cercana a Juan XXIII, como fiel secretario, primero cuando Angelo Roncalli era Patriarca de Venecia, y después durante todo su pontificado como obispo de Roma. Tras su muerte, ha sido el gran promotor y defensor de su memoria y espíritu. Este domingo, será el día más feliz de su vida. Así lo cuenta en esta entrevista el mismo Capovilla, que, a sus 98 años, mantiene la lucidez y energía de espíritu de un muchacho.

Eminencia, ¿qué significa para usted el 27 de abril?
El epílogo de una gran aventura, ante la que me siento sorprendido, feliz. Me siento feliz de haber ofrecido mi servicio junto al Papa Juan, tal y como lo he vivido.

¿Cómo fueron sus diez años con Juan XXIII?
Caminamos juntos. No nos detuvimos a recoger las piedras que nos tiraban de ambos lados del camino. Nos callamos, rezamos, perdonamos, servimos y amamos. Así era su alma de ciudadano del mundo. Todo el mundo era su familia.

¿En qué no fue comprendido el Papa Juan? ¿Qué le hacía sufrir?
Sufrió como todos los hombres, también los que se encuentran más arriba. Cada uno, sobre la tierra, carga con su dolor. Hay circunstancias en las que uno no es comprendido. El Papa Juan no fue comprendido en aquello que era considerado como su buenismo. Ahora se comprende que no era buenismo, sino bondad. Esto se puede comprobar cuando hablaba de los hermanos separados, de la Misericordia, de tender la mano. El cristiano no es optimista irracionalmente. Hemos recibido en el Bautismo el don de la esperanza.

¿Qué recuerda de sus últimos días?
Mientras el Papa agonizaba, en su habitación, nos encontrábamos seis o siete personas. La Plaza de San Pedro estaba llena, pero no de curiosos, sino de gente que manifestaba su afecto al pastor, al Papa, al amigo. Me acerqué a su cama: «Santidad, aquí, en la habitación, somos pocos, pero si usted viera la Plaza…» Me respondió: «Es natural. Yo les amo y ellos me aman». El pueblo parecía querer levantar al Papa agonizante de los brazos y llevarlo al Padre de todas las misericordias.