«Soy monaguillo» - Alfa y Omega

Hace unos años descubrimos la que hoy es nuestra parroquia. Desde que pusimos un pie el primer día, nos sentimos como en casa. Iglesia es también el grupo de monaguillos, entre los que se encuentra nuestro hijo mayor. Nos ha ayudado a conocer con más cercanía, si cabe, a sus familias.

Es una maravilla verlos crecer en todos los sentidos, y ver cómo se ayudan unos a otros. Los más mayores, los jefes, como los llaman los pequeños, van enseñando a los que se van incorporando. La postura, el silencio, todo es importante. No hay servicio pequeño cuando se está tan cerca del altar y en presencia de Dios.

Comienza la Misa y salen de menor a mayor. Saludan con una genuflexión perfectamente coordinada y cada uno acude a su sitio. Todos en sus puestos. Los mayores organizan qué hay que hacer en cada momento y todo sale a la perfección. El sacerdote, que es quien los va formando, con solo una mirada se entiende con ellos sin problema. A veces alguno confiesa: «Hoy nos hemos equivocado, ¿se ha notado?». Reconozco que se me cae la baba viendo a los peques, porque todos lo son, siguiendo cada detalle de la Misa con atención, dispuestos a ayudar en lo que haga falta.

Nuestro hijo empezó a regañadientes. Le daba vergüenza ponerse en el presbiterio frente a toda la iglesia, así que los primeros días decidió esconderse en la misma puerta de salida. Desde nuestro sitio solo veíamos el balanceo de sus piececillos colgando en la silla. Su escondite pasó a la historia cuando en el momento de la salida, uno de los monaguillos mayores, le empujó hasta el centro y le indicó su nuevo sitio para seguir la celebración. Ya no había vuelta atrás, había que acolitar. Así lo hizo. ¡Qué satisfacción! Gracias a unos de los jefes superó su vergüenza, su miedo al ridículo: se superó a sí mismo. ¡Qué lección de vida aprendida para siempre! Él mismo lo recuerda y reconoce el cambio. Muy orgulloso suele decir: «Yo soy monaguillo. ¿Sabes que ser monaguillo es una llamada especial? Aunque yo no sé cómo fue esa llamada…».

Cada domingo acudimos a Misa con puntualidad británica porque el pequeño monaguillo dice que tiene que llegar unos minutos antes para prepararse. Así que gracias a él, toda la familia llega con tiempo suficiente para hacer lo mismo. Las niñas le observan orgullosas desde los primeros bancos, y yo no puedo evitar seguir emocionándome cuando escucho el sonido de la campana que enérgicamente toca el más pequeño, para avisar de que da comienzo la Misa.