Así se aprende a ser monaguillo - Alfa y Omega

Así se aprende a ser monaguillo

Acompañamos al grupo de niños que se dan cita los sábados en la parroquia San Alberto Magno de Madrid para aprender, de forma teórica y práctica, lo necesario para el servicio del altar

Begoña Aragoneses
2 Álvaro y Carlitos junto al cajón donde se guardan los paños. Foto: Begoña Aragoneses.

—¡Mi primer día como monaguillo me tocó un bautizo!

—¿Qué es lo que más te gustó?

—Mmm… La concha.

Carlitos tiene 8 años, dentro de dos hará la Primera Comunión, pero este año ha empezado sirviendo como monaguillo en San Alberto Magno. Como cada sábado, a las 12:00 horas acude al curso para monaguillos que la parroquia madrileña ofrece a todos aquellos que se sientan llamados a este servicio del altar. Van llegando poco a poco. Jesús, a punto de cumplir los 10, es el veterano del grupo este sábado porque lleva ya dos años. Se tiene que ir un poco antes ya que tiene partido y juega «de defensa» –Carlitos también jugó, una vez, de portero y le partieron el brazo en un chute, «¡pero la paré!»–. Álvaro, de 7 años, llega directo de su partido, que han ganado, y Miguel, de 6, también viene del fútbol. Su equipo ha perdido y viene enfadado –«es que van dos partidos seguidos», justifican sus compañeros–, pero se le pasa rápido. No todos los sábados van los mismos niños, pero estos son el núcleo duro.

Junto al párroco, Juan Casas, que tomó posesión de su cargo hace apenas un año, el grupo se dirige a la sacristía donde comienzan con la oración del monaguillo. «María Madre Santísima y san José, enseñadme a amar, reverenciar y servir a Jesucristo como vosotros hicisteis en la tierra y como hacen los ángeles en el cielo», leen a coro. También piden la bendición del grupo de monaguillos, «que sean el jardín donde las vocaciones al sacerdocio florezcan». De hecho, el ser monaguillo es una forma de fomentarlas, apunta el párroco; son niños que van desarrollando trato con Dios y adquiriendo una formación litúrgica a través de la propia celebración de la Misa.

Después leen y comentan el manual del monaguillo, y en este punto recuerdan que este servicio «es una llamada que te hace Dios para que lo sirvas de forma especial», porque, añade el sacerdote, «siento para mí que Jesús me ha puesto en el corazón el deseo de ser monaguillo». Normalmente se les despierta por imitación de otros niños, y en este punto, comenta el sacerdote, el compromiso de las familias es vital: para llevarlos al curso y a las Misas. Sigue la clase. Ser monaguillo es «un privilegio», ya que los niños están muy cerca del sacerdote en la acción más grande de la Misa, «que es…». Y aquí hacen lluvia de ideas, porque salen todas las partes de la Misa; también las que no lo son, como la Confesión, dice Miguel. Hasta que Carlitos atina: la consagración.

La formación teórica es parte esencial del curso de monaguillo. Foto: Begoña Aragoneses.

La primera parte de la formación es teórica. Primero, conocen un poco más la vida de algún santo a través de películas infantiles que ven durante diez minutos. Hoy toca santa Teresa de Jesús, que no les es del todo ajena, porque el día de la Almudena se fueron de excursión a Ávila. También hacen referencia al patrón de los monaguillos, san Tarsicio.

También aprenden este sábado lo importante de la pulcritud y que las manos han de estar limpias porque se cogen elementos que se usan en la Misa, y «para no ensuciar la iglesia», añade Álvaro. Un concepto que entienden muy bien cuando el párroco les hace imaginar cómo harían en su casa si Jesucristo fuera a ella. Jesús la limpiaría entera, interviene, y Carlitos «encerraría al perro en la cocina». Los otros ordenarían un poco sus habitaciones, y ya de paso Miguel cuenta que en la suya duermen tres hermanos, pero que podrían caber algunos más aunque, por lo que dice el resto, nada hacer pensar que sea tan grande.

El ensayo de la Misa

Tras esta primera parte, llega el momento, indica el párroco, de «vestirnos para trabajar». Carlitos se dirige a nosotros: «¡Ahora vas a ver a los monaguillos en acción, Begoña!». Los niños acuden a la salita donde guardan los trajes rojos con sobrepelliz blanco para los más pequeños, y las albas blancas para los más mayorcitos. Los hicieron hace años señoras de la parroquia, y por allí aparece María Ángeles, protectora de las ropas, cuidando de que los niños no tiren del roquete al ponérselo y lo descosan por los hombros. El vestirse les lleva un tiempito, y cuando ya están todos listos, comienzan a revolotear por la sacristía, abriendo y cerrando armarios para enseñarnos todo lo que hay. «Mira, las vinagreras», preparadas las de diario y también las de fiesta, porque ese sábado por la tarde ya la Iglesia celebrará la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. La casulla también está lista, exquisita, salida de las manos delicadas de María Ángeles: «¡Esto es alta costura, ni Christian Dior!», se enorgullece.

«Mira, Begoña, esta es la cajita para las llaves del sagrario». «Este es el pan» que en la Eucaristía se convertirá en el Cuerpo de Cristo. Por eso, les explica el sacerdote, ahora está en un bote de plástico pero después en el copón, digno para Él. «¡Y aquí la campanilla!». «Y las bolsas para los purificadores». «Aquí están todas las casullas», también cosidas por María Ángeles; entre ellas, una azul que estrenarán el próximo día de la Inmaculada, y algunas con telas reversibles para que den más juego. «Aquí es donde se encienden los micrófonos».

Sentados en el presbiterio durante el ensayo de la Misa. Foto: Begoña Aragoneses.

Abren el primer cajón del aparador principal, que guarda todos los pañitos, hechos también por señoras de la parroquia; los tocan, los enseñan, van diciendo los nombres, aunque hay truco porque los tienen escritos en cada apartado. Siempre hay cosas que aprender, porque no saben todavía que el cubrecáliz se llama palia. Hay tiempo por delante.

El ensayo pasa por organizarse para la procesión de salida (más solemne en los días de fiesta, cuando la hacen por el pasillo central) teniendo en cuenta dónde se va a sentar cada uno en el presbiterio. Manos juntas en actitud orante, reverencia al crucifijo que preside la sacristía, y salida. Hacen un simulacro de celebración eucarística –que hoy reducen un poco para que a Jesús le dé tiempo de ir al partido–, y vuelta. En la Misa verdadera van aprendiendo también de los monaguillos mayores.

Desvestirse, guardar los trajes –María Ángeles, de nuevo, atenta a que no queden arrugados–, y a «reponer fuerzas», les invita el párroco. Galletas de chocolate y refresco para terminar una jornada en la que también nos comunican, de repente, que la directora del coro de la Misa de niños, los domingos a las 12:00 horas, se llama Arancha y a Carlitos le está enseñando a tocar la guitarra: «¡Ya me sé un trozo de La Malagueña!». Antes de despedirnos, cuentan lo que más les gusta de ser monaguillos: «Estar con Jesús», «ayudar a Jesús» y «ayudar a celebrar la Santa Misa». Pues hasta el sábado próximo.