Cuando fui a ver a Luisa esta mañana me dijo: «Manolo, ayer vino a verme mi médico de familia, el de nuestro pueblo. Le llamó mi marido, le contó lo que nos dijeron y se presento aquí; hace más de diez años que me trata como médico, pero es nuestro amigo, como de la familia. Estoy muy contenta, porque estuvo viendo las pruebas que me hicieron y me dijo que lo que tengo es lo mismo que siempre y no debo preocuparme, que se han debido equivocar, porque el bultito que se aprecia es consecuencia de mi enfermedad y no tiene nada que ver con el cáncer».
Ella escuchó anoche lo que de verdad quería oír, y gracias a aquellas palabras había podido dormir tranquila. Hoy se levantaba como una mujer nueva y llena de vida. Qué distinta de la persona que vi ayer, cuando me presenté en su habitación cinco minutos después de confirmarle el diagnóstico de su prueba. Aquellas palabras de su médico y amigo habían transformado todos eso sentimientos negativos en ilusión, ganas de vivir, esperanza y, sobre todo, alegría. Esta mañana solo hablaba de planes de futuro, proyectos de vida… todo con una serenidad que asustaba. Su espíritu y su mente habían creado una situación totalmente distinta de la que crearon ayer. Habían desaparecido sus fuertes dolores de cabeza, ya solo tenía pequeñas molestias. Se podría decir que somos lo que escuchamos. Las palabras que nos llegan al alma se convierten en el motor que impulsa nuestra vida; no solo cambian el estado de ánimo, sino que son capaces de mejorar también nuestro estado físico.
El espíritu humano es así de sencillo: ante las amenazas se enroca y el miedo que siente produce un pánico y una parálisis que impide ver un poco de luz y felicidad en la vida. Pero cuando el espíritu tiene el control sobre las amenazas, las esperanzas de curación se intensifican y podemos enfrentarnos a cualquier prueba, por dura y difícil que sea. La espiritualidad es una parte imprescindible para que el ser humano se sienta íntegramente sano y vivo.
Objetivamente no podemos transformar la realidad, por muy dura que esta sea, pero sí podemos minimizar los daños colaterales. Luisa había podido dormir sin relajantes y hoy se sentía mucho mejor.