Socorrer a los presos
Si «el nombre de Dios es Misericordia», como dice el Papa, sus apellidos bien pueden ser los 14 modos que desde hace siglos propone la Iglesia para vivir y practicar el amor de Dios: las obras de misericordia. Estos son testimonios reales de cómo se puede vivir el Año de la Misericordia
Una cárcel no es, por definición, la clase de lugar al que una persona va voluntaria y gustosamente. A no ser que esa persona sea un mercedario como el padre José Juan Galve, superior en la Provincia de Aragón de la Orden de la Merced, cuyo carisma original es socorrer a los presos. «El trabajo de la Iglesia en la cárcel –dice el padre Galve– tiene muy mala prensa, porque es un entorno que parece muy agresivo para una persona normal». Y es verdad que «en la cárcel hay gente mala y peligrosa, que no quiere cambiar», pero «sobre todo hay pobreza material e indigencia afectiva, espiritual y psicológica». Cada vez que visita una prisión, como la cárcel Modelo de Barcelona, tanto él como los voluntarios de pastoral penitenciaria «llevamos la misericordia de Dios, su amor que es más fuerte que todos nuestros delitos, y la dignidad que nos da ser hijos de Dios, a personas que no han sabido lo que es ser amados, que se dan por perdidos o que pensaban que nadie podría perdonarles». Y cuando la Iglesia socorre a los presos, tanto en la cárcel como con los ya exconvictos, «es impresionante ver lo que Dios hace en un corazón que se le entrega: restaura su vida, devuelve esperanza, sana heridas y adicciones, hace madurar y ver que todo acto tiene consecuencias, y levanta la mirada del que siente vergüenza. Solo la misericordia de Dios es capaz de hacer algo así».