Sigitas Tamkevicius, neocardenal lituano: «Me entristece mirar a esa Europa que idealizamos»
Por segunda vez, Francisco crea cardenal a una víctima de la persecución comunista: el obispo lituano y periodista clandestino en tiempos de la URSS Sigilas Tamkevicius
El párroco de Kybartai (Lituania) viajaba con frecuencia. Entre 1975 y 1983, no era extraño que recorriera los cien kilómetros que separaban esta localidad de Kaunas, donde estaba la sede de la diócesis. Una vez allí, visitaba con suma discreción a los distintos miembros de un grupo muy reducido de personas, como la hermana Elena Siuauskaite. Otras veces, llegaba hasta Moscú cambiando de tren varias veces. Toda precaución era poca, pues podía acabar en un campo de trabajo de Siberia a causa de los papeles que llevaba camuflados bajo la ropa: el contenido, o ejemplares ya impresos, de la Crónica de la Iglesia católica en Lituania.
Ese sacerdote, el jesuita Sigitas Tamkevicius, ha comentado después, orgulloso, que esta revista clandestina fue la más resistente en los países bálticos. Mientras las autoridades soviéticas conseguían desmantelar todas las demás en menos de dos años, la suya se publicó durante 16: desde que él la fundó en 1972 hasta 1988, en los albores de la caída del Telón de Acero.
Un objetivo de la publicación era confortar a los católicos lituanos, que por las detenciones de 300 sacerdotes y las restricciones a la libertad religiosa muchas veces no podían acceder a la asistencia espiritual ni a los sacramentos. Pero, sobre todo, les interesaba hacerla llegar a los países de la Europa libre, y más allá. «Queríamos que el mundo occidental conociera la realidad de la persecución contra la Iglesia», explica a Alfa y Omega. «La fe era nuestra principal motivación, y también lo que nos ayudó a hacer frente a las dificultades; la confianza en Su divina providencia», junto al sentido de responsabilidad hacia sus hermanos y compatriotas.
«Jesús no me dejó solo»
Pero no les salió gratis: primero fueron detenidos y condenados por actividades subversivas varios de sus colaboradores, lo que le causó un profundo dolor. Y finalmente, en 1983, él mismo. Pasó seis meses en la cárcel de la KGB en Vilna, sometido a continuos interrogatorios, y luego fue condenado a diez años de trabajos forzados en los campos de Perm y Mordavia. «Nunca recé tan intensamente como en aquellos momentos», ha compartido con frecuencia después, recordando con cariño las Misas que celebraba de memoria por la noche, con un minúsculo trozo de pan y el jugo extraído de una uva pasa. «Jesús no me dejó solo», compartía. En 1987 fue enviado a Siberia, pero gracias a la perestroika fue liberado solo un año después. En 1991, Juan Pablo II le nombró obispo auxiliar de Kaunas, de donde luego fue arzobispo de 1996 a 2015.
En septiembre de 2018, durante su visita a Lituania, el Papa visitó con Tamkevicius su antigua cárcel, hoy Museo de la Ocupación y la Lucha por la Libertad. Este sábado lo creará cardenal, la segunda víctima de la persecución comunista reconocida de esta forma por Francisco, después del albanés Ernest Simoni. «Es un gesto de aprecio del Papa por la perseverancia y fidelidad de nuestro pueblo durante la persecución –asegura el neocardenal–. Y para la Iglesia universal es un testimonio de la importancia de ser testigos de la fe, tomando tu cruz y siguiendo a Cristo con fidelidad».
«Los jóvenes necesitan testigos»
Es una idea recurrente en él, y la clave en la que entiende su cardenalato, consciente de que no será elector en un cónclave y seguro de que el Papa no le encomendará ninguna tarea. Reconoce que hoy, cuando ve esa Europa que «durante la ocupación soviética mirábamos con tan buenos ojos, a veces de forma un poco idealizada, me entristece su situación actual. Y por todo el mundo se imponen otras ideologías, como la de género, que no son menos peligrosas que el marxismo», dice. Frente a esto, «no hay recetas únicas» más que «proclamar el Evangelio y que todos los miembros de la Iglesia sean testigos de él con su vida».
Lo considera especialmente urgente en la relación con los jóvenes, con los que le gusta seguir teniendo relación. «No es fácil para ellos encontrar su camino. El materialismo y el consumismo actuales son casi una amenaza más grande para el alma que la persecución». Necesitan «tener a su lado testigos de la fe, de fidelidad. Por eso el Papa los animó durante su viaje a no olvidar sus raíces, la experiencia de sus padres y abuelos». Y de sus pastores.
Quienes conocen al neocardenal Tamkevicius aseguran que su principal característica es una gran fortaleza interior y también exterior, que sigue conservando: a punto de cumplir 81 años, este verano ha hecho unos 3.200 kilómetros en bicicleta. Nacido en Gudonis en 1938, a los 24 años fue ordenado sacerdote en la diócesis de Kaunas. En 1968, decidió ingresar clandestinamente en la Compañía de Jesús. Estaba ilegalizada, pero «los jesuitas seguían trabajando en las parroquias como diocesanos. Yo, como joven sacerdote, veía que lo hacían muy bien. Su servicio me resultaba muy atractivo», comparte con Alfa y Omega. Fue ya como jesuita cuando comenzó a aguijonearla la inquietud por hacer algo más. «Como era uno de los más jóvenes, decidí que podía arriesgar algo por la Iglesia. Había que decidir si obedecer a Dios o a los hombres».
En diciembre de 1971, fue uno de los responsables de hacer llegar al secretario general de la ONU un memorándum denunciando la persecución religiosa, y firmado por 17.054 católicos. Como consecuencia, las autoridades le retiraron de su labor como sacerdote, y le enviaron a trabajar en una siderúrgica durante un año. Lejos de arredrarle, esto le permitió conocer a muchas personas, le animó a organizar retiros y reuniones clandestinas… y le enseñó a moverse entre las sombras. Trucos como manipular su máquina de escribir para que no pudieran relacionarle con los textos, coser los papeles al dobladillo de los vestidos de las colaboradoras, esconder microfilms en souvenirs entregados a turistas… junto con la protección de su ángel de la guarda, hicieron posible la importante labor de Crónica de la Iglesia católica en Lituania.