«Siempre llevó grabada a fuego la evangelización»
El legado más importante que dejó monseñor Francisco José Pérez y Fernández-Golfín en los sacerdotes que se formaron con él «fue su amor a Jesucristo, la alegría, y la preocupación por las personas». Este obispo tuvo que hacer frente al reto de poner en marcha, desde cero, la diócesis de Getafe. Diez años después de su muerte, sus primeros diocesanos recuerdan que su principal prioridad «fue la evangelización», seguida del afán de crear una identidad diocesana basada en la unidad y la comunión
La diócesis de Getafe celebró, el pasado lunes, el 10º aniversario de la muerte de su primer obispo, monseñor Francisco José Pérez y Fernández-Golfín. Al coincidir con el comienzo de la visita ad limina de los obispos españoles, la Misa por su alma se adelantó al domingo, pues monseñor Joaquín María López de Andújar quería celebrar él mismo la Eucaristía por su predecesor, de quien fue obispo auxiliar y a quien recordó como alguien que vivió esa llamada a la santidad del Evangelio del día.
El recuerdo de don Francisco sigue vivo en la diócesis. «Era muy simpático y alegre, con mucha facilidad para hacer reír, con un sentido del humor agradable que te hacía sentirte acogido. Sabía crear un clima familiar», a pesar de «tener tantas responsabilidades», explica don Gabriel Díaz Azarola, sacerdote ordenado por él en 2002. Su primer obispo —reconoce— le ha influido mucho a la hora de vivir el sacerdocio: «Lo más importante fue su amor a Jesucristo», que se traslucía en «su trato personal con Él, en su ilusión de que fuera conocido y amado. También nos contagió esa alegría que es consecuencia de una fe y una confianza muy grandes en Cristo; y su preocupación por las personas, ese tratar con cariño a cada uno y buscar que se sintieran a gusto».
Don Gabriel conoció a monseñor Fernández-Golfín a los 11 años, en la madrileña parroquia de San Jorge: «Estaba aburrido en verano, y mi madre me mandaba a la parroquia porque allí había cancha de baloncesto. Un día, apareció un señor con chándal, y se puso a jugar conmigo. Me llevó a la casa que estaba al lado, y me empezó a enseñar un sagrario antiguo que estaba restaurando. Poco a poco, me di cuenta de que era el entonces obispo auxiliar» de Madrid, que seguía viviendo en la que había sido su parroquia.
Cuando, en 1991, don Francisco fue designado obispo de la recién creada diócesis de Getafe, Carlos, hermano de Gabriel, fue de los primeros en ingresar en su seminario: una casa religiosa prestada; un lugar «austero, pero muy alegre», según Gabriel. Monseñor Fernández-Golfín podría haber esperado a terminar de arreglar el futuro seminario del Cerro de los Ángeles, pero dio prioridad a ponerlo en marcha. «El sur de Madrid tenía gran escasez de clero y de parroquias, mientras la población crecía mucho por la inmigración» interna, explica don Gabriel, que en 1996 ingresó ya en el nuevo seminario.
Poner en marcha una diócesis desde cero fue todo un reto. Pero don Francisco tuvo claras sus prioridades. La principal, que «siempre llevó grabada a fuego, era la evangelización. Había barrios y barrios de gente muy joven, que morían de hambre espiritual, porque todo el mundo busca a Dios y nadie se lo daba». El obispo era consciente, además, de que esos jóvenes que abundaban en la zona «son una potencia en la Iglesia».
También puso mucho empeño en «crear la identidad de la diócesis, en conocer e ir organizando a los sacerdotes y fomentar el contacto y la unidad entre ellos. Hablaba mucho de la comunión». Su esfuerzo dio fruto: «En Getafe somos una familia, hay un clima de confianza y unidad entre todos los sacerdotes. Esa confianza para trabajar juntos nosotros ha hecho que también la gente se vaya conociendo». Todo lo demás: las nuevas parroquias, uno de los seminarios más boyantes de España, un número de sacerdotes que duplica el de 1991, un centro de formación teológica para laicos y mucho más, fue viniendo por añadidura.