Si quieres la paz… ¿prepara la guerra? - Alfa y Omega

La OTAN pasó de la muerte cerebral certificada por Macron (noviembre de 2019) a una pretendida resurrección tras la escalada militar rusa en Ucrania (febrero de 2022). A ello ha contribuido la ayuda (militar, financiera y humanitaria) de Europa y Estados Unidos a este país (130 y 113 millardos de euros, respectivamente). Ambos han aplicado fuertes medidas contra Rusia: desconexión del sistema financiero internacional, congelación de bienes rusos en sus territorios (276 millardos de euros), 16 paquetes de sanciones europeas y otras tantas norteamericanas, cierre del espacio aéreo, censura de los medios de comunicación rusos, etc. Existía en Europa la esperanza confesada de que todas ellas llevarían al debilitamiento de la capacidad rusa de financiar la guerra y la no confesada de que se generaría un descontento social que obligaría a Putin a abandonar sus expectativas sobre Ucrania. Contra todo pronóstico, la economía rusa muestra un vigor suficiente para continuar su actividad (crecimiento de 4,1 % del PIB en 2023 y 2024) y no se ha producido una desestabilización social, a pesar de las decenas de miles de víctimas de guerra, la inflación (10,1 %) y el alza de tipos de interés (21 %). 

La priorización trumpiana de los intereses estadounidenses en Asia sobre los de Europa ha creado un escenario inédito. Trump busca recomponer sus relaciones con Rusia (a diferencia de una UE que ahonda en la hostilidad) y ha impuesto a Zelensky un alto el fuego y un acuerdo de acceso a sus minerales. También exige al resto de Estados de la OTAN una inversión en defensa mayor que el compromiso del 2 % del PIB que compartían los miembros en los últimos años —aunque algunos no lo cumplen y España va a la cola con un 1,28 %—. Los líderes europeos han comprendido que Estados Unidos ha dejado de ser su escudo fiable de protección en el marco de la OTAN. Pero Europa carece de los medios de defensa que precisa para una disuasión creíble: no dispone de los soldados y del material requeridos (salvo excepciones, como Polonia o Finlandia) y es dependiente de la tecnología y armamento de terceros países. Amplísimos sectores de la ciudadanía carecen de voluntad de defensa de las naciones que les han proporcionado el mayor grado de bienestar de la historia de la humanidad y creen que la paz es un bien gratuito adjunto al pasaporte. Según Gallup, solo el 18 % de los alemanes y el 21 % de los españoles o austríacos lucharían por su país (frente a un 94 % de los marroquíes o un 73 % de los turcos).

La Brújula Estratégica de Seguridad y Defensa de la UE (marzo 2022) subrayó la necesidad de incrementar las capacidades defensivas de la UE (creación de fuerzas de despliegue rápido, política de ciberdefensa común, incremento de la inversión militar y reducción de la dependencia tecnológica e industrial del exterior). En breve la Comisión presentará el Libro Blanco sobre el Futuro de la Defensa Europea, en el que propondrá la compra conjunta de armamento, un mercado único de defensa, etc.  El pasado 4 de marzo su presidenta, Ursula von der Leyen, afirmó al presentar el Plan ReARM: «Estamos en una era de rearme. Y Europa está lista para impulsar masivamente su gasto de defensa, tanto para responder a la urgencia a corto plazo de actuar y apoyar a Ucrania, como para abordar la necesidad a largo plazo de asumir mucha más responsabilidad por nuestra propia seguridad europea». Se promoverán préstamos para defensa por 150 millardos de euros y flexibilizar el techo de endeudamiento para alcanzar un gasto en defensa cercano a 800 millardos, sin que el Parlamento europeo intervenga en la decisión. Una semana después citó a De Gasperi (en proceso de beatificación) en el Parlamento Europeo: «No solo necesitamos paz entre nosotros, sino para construir una defensa común. Esto no es para amenazar o conquistar, sino para disuadir cualquier ataque desde el exterior, impulsado por el odio contra una Europa unida. Esta es la tarea de nuestra generación».

No debemos ensalzar o romantizar la guerra: bien lo saben los soldados y quienes la han vivido. Pero como enseña la doctrina social de la Iglesia (Compendio, 500 ss.), existe el derecho inalienable a la legítima defensa de la patria y el derecho-deber de injerencia humanitaria (tan resaltado por san Juan Pablo II en los años 90), bajo ciertos límites y condiciones de necesidad y proporcionalidad, contando con los medios adecuados (incluyendo los militares), agotadas todas las otras vías disponibles (diplomáticas, económicas, etc.), y bajo el compromiso de la búsqueda de la paz. Armarse puede ser  un  instrumento preciso para la autodefensa o la de terceros que padecen un peligro existencial por una agresión injusta; pero ha de ser proporcionado a las amenazas reales y no puede ser ni una carrera sin fin ni un sustituto de la búsqueda de la paz, de la distensión y del desarme progresivo. Armarse con fines disuasorios es legítimo, pero la prudencia impone conocer el impacto en la paz regional o mundial para cohonestarla. La guerra no es un destino ineludible ni una ley histórica fuera del control humano. Si quieres la paz, trabaja por la paz para evitar la guerra.