«Si estás muerto, la Madre Iglesia llora por vos, y Jesús puede resucitarte»
Poco antes de comenzar la ceremonia de canonización del domingo, el Papa Francisco encontró el momento de grabar un mensaje de audio para los jóvenes de su antigua diócesis, Buenos Aires, reunidos en el Planetario de la ciudad para celebrar la Pascua de la Juventud y seguir la ceremonia que iba a tener lugar en la Plaza de San Pedro. En el texto, que recoge Il Sismografo, el Papa les pone varios ejemplos de jóvenes del Evangelio que les pueden servir de inspiración. También habla de la Virgen, y del papel de la mujer en la Iglesia:
Queridos chicos y chicas, un saludo y ¡feliz Pascua!
¡Toda la semana es Pascua! «¡Es el gran día que hizo el Señor!».
Quiero acercarme a ustedes, me lo pidió el arzobispo de Buenos Aires, y lo hago con gusto. Quiero acompañarlos un instante en esta jornada, en esta Pascua de la Juventud.
Estaba pensando mientras bajaba a hacer esta grabación, qué les iba a decir. «Que hagan lío» ya se los dije. «Que no le tengan miedo a nada» ya se los dije. «Que sean libres» ya se los dije. Entonces me vino a la mente la figura de algunos jóvenes del Evangelio. Algunos jóvenes que se cruzaron con Jesús o de los cuales habló Jesús. Quizás pueda ayudar. Si les sirve, lo asumen, si no les sirve, lo tiran.
Pensé en los jóvenes apóstoles, pensé en el joven rico, pensé en el joven que se fue a buscar nueva vida con la herencia de su padre, pensé en el joven muerto. Los apóstoles eran jóvenes, unos no tanto, otros sí. Juan era un muchachito. Y quedaron conmovidos por la figura de Jesús, entusiasmados, con ese estupor que produce cuando uno se encuentra con Jesús. Y van corriendo y le dicen a los amigos: «¡Encontramos al Mesías! ¡Encontramos a aquél del que hablan los profetas!».
¡Encontrarse con Jesús¡ Vean ustedes esa conducta de los Apóstoles. Y después los apóstoles flaquearon, después no se portaron tan bien. Pedro lo negó, Judas lo traicionó, los demás se escaparon. Es decir, después viene la lucha por ser fieles a ese encuentro, el encuentro con Jesús. Y yo te pregunto a vos: ¿Vos, cuándo te encontraste con Jesús? ¿Cómo fue el encuentro con Jesús? ¿Tuviste un encuentro con Jesús o lo estás teniendo ahora? ¡Los jóvenes apóstoles! Piensen en Pedro, Santiago, Juan, Natanael, cómo se fueron encontrando con Jesús.
Otro joven que me vino a la mente es el joven rico, ese que se acerca a Jesús con una vida intachable, un muchacho bueno, y le dice:
– ¿Qué tengo que hacer para madurar mi vida, para tener la vida eterna?
– Jesús le dice: «Cumplí los mandamientos y andá adelante».
– «Si ya los cumplí siempre».
El Evangelio dice que: «Jesús lo amó», y entonces le dijo: «Mirá, te falta una cosa: da todo lo que tenés a los pobres y vení conmigo, a predicar el Evangelio». Y ese chico se fue triste. Se fue triste porque tenía mucha guita y no se animó a dejarla por Jesús. Y se fue con SU plata y con SU tristeza. Los primeros estaban con su alegría, con esa hermosa alegría que daba el encuentro con Jesús. Éste se fue con su tristeza.
El otro joven, ese joven que se quiso pasar de vivo, que quiso escribir su vida, que quiso patear el tablero de la disciplina paterna, y enfrentó a su padre y le dijo: «dame lo que me toca, que me voy». Y se fue. Todos esos años fueron años de farra. Gastó la plata en boliche, en vicios, la pasó bien. La plata se le gastó, se acabó. Y de yapa vino una crisis económica, tuvo que buscar trabajo, no había trabajo, y consiguió como cuidador de chanchos. Y éste, que había tenido mucha plata, que le había sacado a su padre de la herencia; que había sabido lo que era estar en los mejores hoteles y en las mejores fiestas, se había pasado la gran vida, conoció una cosa que nunca antes había conocido: hambre.
Pero Dios es muy bueno. Dios aprovecha nuestros fracasos para hablarnos al corazón. No le dijo Dios a este joven: «Sos un fracasado, mirá lo que hiciste». Lo hizo razonar. Dice el Evangelio que: «Entró dentro de sí» «¿Qué hago con esta vida? La farra no me sirvió para nada. ¡Cuántos obreros en la fábrica de mi padre ganan su sueldo y tienen qué comer! Yo tengo hambre y soy el hijo del patrón. Me levantaré, iré a mi padre y diré mi verdad: Pequé contra el cielo y contra ti.» Y volvió.
La gran sorpresa que se pegó es que el padre lo estaba esperando, ¡desde hacía años! El Evangelio dice que lo vio venir de lejos, porque el viejo subía todas las tardes a la terraza a ver si el chico venía. Y el padre lo abrazó y el padre le hizo fiesta. Y este gran pecador; este gran despilfarrador de lo que había ganado su padre se encontró con algo que nunca había hecho consciente: el abrazo de la misericordia.
Otro joven del Evangelio: Pensé en el joven muerto también, a la salida de la ciudad de Naím, cuando lo iban a enterrar: hijo único de madre viuda. Jesús se compadeció de la madre, no del pibe. Pero el pibe, gracias a la madre, tuvo el milagro y lo resucitó.
¿Vos quién sos? ¿El entusiasta, como los apóstoles primero, antes de iniciar el camino? ¿El que quiere seguir a Jesús porque le gusta pero está atornillado con tantas cosas que lo atan y no lo puede seguir, como el joven rico a la mundanidad, a tantas cosas? ¿Cómo aquél que se gastó toda la herencia de su padre, pero que se animó a volver y está sintiendo en este momento el abrazo de la misericordia? ¿O estás muerto? Si estás muerto, sabé que la Madre Iglesia está llorando por vos, y Jesús es capaz de resucitarte. Decime, ¿quién sos vos? Decítelo a vos mismo y eso te va a dar fuerza.
– Padre, usted es injusto, –me van a decir las chicas– porque los ejemplos que da es para los varones, ¿y nosotras qué?
Ustedes son aspirantes a consolidar con su vida la ternura y la fidelidad. Ustedes están sobre el camino de esas mujeres que seguían a Jesús, en las buenas y en las malas. La mujer tiene ese gran tesoro de poder dar vida, de poder dar ternura, de poder dar paz y alegría. Hay un solo modelo para ustedes: María, la mujer de la fidelidad, la que no entendía lo que le pasaba pero obedeció. La que en cuanto supo lo que su prima necesitaba, se fue corriendo, la Virgen de la Prontitud. La que se escapó como refugiada en un país extranjero para salvar la vida de su hijo. La que ayudó a crecer a su Hijo y lo acompañó, y cuando su Hijo empezó a predicar, iba detrás de Él. La que sufrió todo lo que le estaba pasando a ese chico, a ese muchacho grande. La que estaba al lado de ese Hijo y le decía los problemas que había: «Mirá: no tienen vino». La que en el momento de la Cruz estaba junto a Él.
La mujer tiene una capacidad para dar vida y para dar ternura que no la tenemos los varones. Ustedes son mujeres de Iglesia. ¿De Iglesia, del Iglesia? No, no es el Iglesia, es la iglesia. La Iglesia es femenina, es como María. Ése es el lugar de ustedes. Ser Iglesia, conformar Iglesia, estar junto a Jesús, dar ternura, acompañar, dejar crecer.
Que María, la Señora de la Caricia, la Señora de la Ternura, la Señora de la Prontitud para servir, les vaya indicando el camino. Bueno, ahora no se enojen, que ustedes salieron ganando sobre los varones. Les deseo que este día termine bien. Que cada uno de ustedes se encuentre con Jesús, con ese Jesús resucitado. Y les digo una cosa: ¡No tengan miedo! ¡Miren a Jesús, miren a María y vayan adelante!
—«Padre ¡que soy pecador, soy pecadora!».
¡Él te perdona! Vos andá adelante, que tengan una santa pascua y no se olviden de rezar por mí. Que Jesús los bendiga y la Virgen los cuide.
Francisco / Il Sismografo