Rémi Brague, Premio Ratzinger 2012, a Avvenire: Nos gusta el pan natural, pero no el matrimonio natural - Alfa y Omega

Profesor, ¿para qué sirve el pasado?
No para que permanezcamos en él. La cuestión no es anclarse en el pasado, sino permanecer fieles a lo que ha sucedido en él, porque nosotros somos el producto del pasado y debemos estar en contacto con él, si queremos convertir el pasado a nuestro tiempo. Para esto, hay que dejar que el pasado produzca sus efectos. Como advertía Burke, «aquellos que no se fijan nunca en sus antepasados, no verán nunca a las generaciones venideras».

¿Y si simplemente nuestros contemporáneos no quieren tener nada que ver con el pasado?
El hombre occidental, o por lo menos el intelectual, conserva una imagen muy negativa del pasado, y lo representa como una serie ininterrumpida de crímenes. Hay algún elemento de verdad en esta descripción que lleva a Occidente a odiarse a sí mismo: es verdad que hemos descubierto, conquistado y sometido al resto del mundo… El problema principal es, sin embargo, nuestra inclinación a confesar los pecados sin absolución y sin perdón, lo que se traduce en un ejercicio perverso, puesto que impide obrar y paraliza. Para superar este complejo, la confesión —que tiene una razón de ser— debe ser completada por la absolución y el perdón de los pecados, pero este perdón sólo procede de Dios.

¿Qué consecuencias conlleva la ruptura con el pasado?
Conlleva el riesgo de perder la capacidad de recibir y transmitir. Pensemos en lo ambiguo que es el término tradición: nos gusta el pan tradicional y nos endurecemos en cuanto hablamos de matrimonio tradicional. En el plano filosófico, la tradición es aceptada cuando tiene un significado teleológico (porque el telos, fin, somos nosotros), mientras que la valoramos negativamente cuando la concebimos como transmisión, que es el significado de la palabra latina traditio.

¿Por qué la transmisión se ha convertido en un punto de ruptura?
Hace falta voluntad, un proyecto positivo, y eso requiere fatiga y esfuerzo. El problema de nuestro tiempo es el coraje: es necesario tener coraje para transmitir algo, para preparar el futuro. Los intelectuales a día de hoy deben esforzarse por encontrar un lenguaje, antes de nada, comprensible para los jóvenes. Lo que falta es, en efecto, un puente a través del cual poder transmitir a las masas lo que piensan los intelectuales y los medios tienen la tremenda responsabilidad de no escuchar las ideas de la gente, que de esas ideas tiene mucha necesidad. Los periodistas son como los sofistas descritos por Platón: repiten, repiten y repiten lo que se propaga.

Paolo Viana
Traducción: María Pazos Carretero