Reconstrucción facial en Ucrania - Alfa y Omega

Recuerdo cuando era un niño de unos 10 años y estaba de pie en la cocina hablando con mi madre. Con lágrimas en los ojos, le conté que había soñado con la guerra. Mi madre me tranquilizó. Papá vino, me abrazó y me dijo: «No tengas miedo, hijo. Ya no habrá más guerra. Está en el pasado, en la historia de nuestros padres».

Ese momento de mi infancia, en el que al lado de la nevera buscaba el abrazo de mis padres, me vino a la memoria el 24 de febrero, cuando un compañero me llamó a las cinco de la mañana y me dijo con voz queda, nerviosa: «Padre, la guerra ha empezado». En su voz, oí también otras palabras de mi infancia: «Vyacheslav, despierta, papá ha muerto».

Tras la noticia sobre el comienzo de la guerra, la vida de todos cambió dramáticamente. El mismo 24 de febrero, todo el equipo de Cáritas Spes Ucrania [vinculada a la Iglesia latina, N. d. R.] y de Cáritas Ucrania [la rama grecocatólica] nos reunimos en Odesa para presentar un plan de respuesta a la emergencia causada por la intervención armada de Rusia en territorio ucraniano. El viaje de vuelta a Kiev fue un momento para que el equipo reorganizara las actividades de Cáritas Spes Ucrania.

Los primeros días de la guerra, los compañeros tuvieron que trabajar en condiciones extremadamente difíciles, desarrollando proyectos desde refugios antiaéreos, comunicándose en medio del ruido de las explosiones y las sirenas. Cuando hubo peligro de que Kiev fuera ocupada, decidimos dividir el equipo. Un grupo fue a Polonia, donde la Cáritas de ese país les proporcionó un espacio de trabajo. Otro fue al oeste de Ucrania, y el resto se quedaron en Kiev. Esto nos permitió no interrumpir la actividad de la oficina durante las emergencias, estar seguros y mantenernos en contacto constante con nuestros socios.

Mirando atrás, después de casi un año desde la invasión rusa a gran escala, gracias al apoyo de nuestros socios hemos logrado ofrecer más de tres millones de servicios, incluyendo kits de alimentos, productos de higiene, evacuación a lugares seguros y refugio para los desplazados internos. Además, se han creado programas de ayuda en efectivo a las víctimas de la guerra, asistencia para la reconstrucción de casas y apoyo psicológico, y hemos organizado campamentos para los niños que han perdido a sus padres.

Lo más impresionante de nuestro trabajo son las historias de las personas que piden apoyo. Sus rostros muestran al mismo tiempo gratitud y miedo. El hecho de que no pierdan la esperanza nos motiva a esforzarnos aún más por ayudar. Recuerdo a una mujer joven a la que conocí en una de nuestras sedes, con la cara toda cortada por fragmentos de cristal. Tenía en brazos a un niño de 2 años, Illia. Contó que eran de Rubizhne, en la región de Lugansk. Al comenzar un bombardeo, corrieron al sótano. Pero no les dio tiempo a llegar, y un proyectil cayó sobre el edificio. Cuando las ventanas saltaron por los aires, ella cubrió a su hijo, salvando su vida al precio de su cara.

El rostro de aquella mujer, que debería mostrar su belleza, reflejaba el horror de la guerra. Y no se trata solo de heridas externas; sino también, sobre todo, de heridas del corazón causadas por la guerra. Es la imagen de muchos ucranianos, no solo de esta mujer. Más tarde, gracias a quienes trabajaban en el centro local de Cáritas Spes, un cirujano que había oído su historia ofreció sus servicios gratis. Su cara está ya casi reconstruida. El objetivo de Cáritas Spes es restaurar el rostro de las personas que han visto y vivido los horrores de la guerra, para que estos terribles rasgos no les impidan ver un futuro brillante.

La guerra que vivimos es bastante dinámica. Cada día de conflicto es diferente, y trae nuevos desafíos. Un período particularmente difícil es este del invierno, cuando mucha gente se está viendo forzada, no solo a esconderse de los bombardeos y a combatir la pobreza, sino también a buscar calor. Les ofrecemos comida caliente, generadores para los centros locales, tiendas de campaña climatizadas y zapatos y ropa de abrigo para los niños. Que podamos ayudar a gente en medio de estas difíciles circunstancias se lo debemos a la gran solidaridad de la familia de Cáritas. Sin su ayuda material y sus cordiales consejos no habríamos sido capaces de luchar contra estos terribles desafíos.

Anhelamos que el nuevo año sea para nosotros un tiempo en el que el Señor del amor nos abrace y nos diga que «la guerra ha acabado». Pero ese momento solo será una nueva etapa, una etapa de sanar heridas y de recordar todos los horrores a los que nos hemos enfrentado como un sueño, pero real. El Padre misericordioso nos rodeará con sus brazos y nos dirá: «No tengas miedo, hijo. Ya no habrá más guerra».