¿Qué he hecho yo para merecer... tantos vampiros? - Alfa y Omega

¿Qué he hecho yo para merecer... tantos vampiros?

Con el estreno de Abraham Lincoln: cazador de vampiros, vuelve a ponerse sobre la mesa la inevitable pregunta sobre el inaudito predicamento de que gozan hoy los vampiros y otros seres de las tinieblas. Que se trata de una moda que invade el cine y la literatura populares, así como la televisión, es algo obvio, pero ¿se debe a meras estrategias comerciales, o cabe una interpretación cultural más profunda?

Juan Orellana
Fotograma de la película Abraham Lincoln: cazador de vampiros.

Los vampiros siempre han estado en las salas de cine. Muchos maestros del séptimo arte europeos se citaron con ellos alguna vez, como F. W. Murnau (Nosferatu, 1922) o C. T. Dreyer (Vampyr, 1932); en Hollywood fue Tod Browning quién les dio carta de ciudadanía con Drácula (1931). Pero durante décadas, el vampiro cinematográfico tenía una identidad clara: era un personaje diabólico, una encarnación del mal que había que eliminar a toda costa. Finalmente, el amor, la virtud y la fe lograban vencer los designios de esos pérfidos chupasangres.

Desde hace unos años, las cosas han cambiado. Los vampiros ya no se mueven en el ámbito de la dialéctica Bien-Mal, sino que ahora habitan el territorio posmoderno de lo gris. Ahora tienen más de hombres que de demonios, y, en algunos casos, se erigen en ideales de referencia. En la saga Crepúsculo, el vampiro ocupa la plaza que corresponde al héroe del film; en Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008), la vampiresa es la buena samaritana del film en muchos sentidos; y en la presente Abraham Lincoln: cazador de vampiros, los draculines son la gran esperanza sudista en la guerra civil americana.

Esta singular mutación de los vampiros posmodernos ha sido concienzudamente estudiada por un profesor universitario barcelonés, licenciado en Filosofía y doctor en Comunicación Audiovisual, don Jorge Martínez Lucena, que ha publicado varias obras al respecto. En su ensayo Vampiros y zombis posmodernos. La revolución de los hijos de la muerte (Gedisa, 2010), pone de manifiesto cómo ha ido desapareciendo el marco conceptual religioso en el que se entendía el vampiro clásico y tradicional: «Los vampiros se van humanizando, perdiendo su origen sobrenatural, ganando en libertad y alejándose del contexto religioso en el que parecían moverse como pez en el agua».

No obstante, el profesor Martínez Lucena descubre un elemento positivo en los vampiros posmodernos y secularizados: su sed inagotable es una metáfora del deseo infinito del ser humano, raíz telúrica de la condición religiosa del ser humano: «Pese a que el nuevo marco antropológico posmoderno ha perdido la profundidad metafísica y los nuevos vampiros sean muchas veces perfectos ejemplos de héroes antiheróicos en una sociedad post-todo, […] entendemos que su éxito entre nuestros adolescentes responde a la sed profunda que éstos tienen de encontrar mitos capaces de hablar de amor verdadero e infinito en nuestro contexto, tantas veces impregnado de un cinismo nihilista y pragmático».

Dicho esto, y recomendando la lectura del citado libro así como de Ensayo Z, una antropología de la carne perecedera, del mismo autor (Berenice, 2012), digamos algo sobre Abraham Lincoln: cazador de vampiros. El director kazajo Timur Bekmambetov, curtido en thrillers fantásticos de acción (Guardianes de la noche —2004—, Guardianes del día —2006—…) y productor de propuestas interesantes como la cinta de animación Numero 9 (2009), lleva varios años afincado en Hollywood, donde ahora ha afrontado su proyecto más arriesgado, de la mano de Tim Burton, como productor. Se trata de la adaptación de la novela de Seth Grahame-Smith, guionista de Sombras tenebrosas, del propio Burton.

Inaudita versión de la guerra civil americana

El film es un delirante biopic de Abraham Lincoln (Benjamin Walker), en el que el prócer norteamericano alterna su vida política y su lucha contra el esclavismo con una actividad clandestina bastante sorprendente: cazavampiros. Los vampiros se han afincando en los Estados del Sur, y usan a los esclavos negros como fuente de recursos de hemoglobina. En plena guerra civil, el jefe de los vampiros, Adam (Rufus Sewell), llega a un pacto con los sudistas a los que abastece de soldados inmortales —vampiros— para ganar la guerra. Esta inaudita versión de la guerra civil americana nos brinda una divertida cinta de entretenimiento, muy bien rodada, que, a pesar de no añadir nada nuevo al reciente boom del género de vampiros, es resultona y funciona como un reloj. Obviamente, esta película es para espectadores que no hagan ascos a la más delirante fantasía, a la estética gore, y a un 3D estereoscópico que reparte sangre por los cuatro puntos cardinales.

Y, sin embargo, no estamos ante la típica película gamberra, cuyo guión es lo más irrelevante. La historia está bien trabada, con un desarrollo dramático de los personajes, y tiene todo el aspecto de una película seria. Temas como la redención, la lealtad, el compromiso moral atraviesan la cinta con tanto acierto que, en ocasiones, podemos creernos que estamos ante un auténtico biopic de Abraham Lincoln.

Abraham Lincoln: cazador de vampiros
Director:

Timur Bekmambetov

País:

Estados Unidos

Año:

2012

Género:

Fantástico

Público:

+16 años