Puramente presente - Alfa y Omega

Puramente presente

Jueves de la 32ª semana del tiempo ordinario / Lucas 17, 20-25

Carlos Pérez Laporta
Vidriera en la catedral de San Gil, en Edimburgo. Foto: Lawrence OP.

Evangelio: Lucas 17, 20-25

En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús:

«¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?».

Él les contestó:

«El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí“ o “Está allí”; porque mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros».

Dijo a sus discípulos:

«Vendrán días en que desearéis ver un solo día con el Hijo del hombre, y no lo veréis.

Entonces se os dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no vayáis ni corráis detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día.

Pero primero es necesario que padezca mucho y ser reprobado por esta generación».

Comentario

«¿Cuándo va a llegar el Reino de Dios?». Quizá nosotros no lo planteemos en esos términos, porque ese vocabulario haya perdido entre nosotros su arraigo social (en el Occidente democrático, los reinos tienen un valor simbólico que fácilmente nos lleva a quitar cualquier posibilidad real a un reinado efectivo de Dios: ¿Quién espera hoy realmente que Dios gobierne en el mundo? ¿No pensamos solo en un gobierno de algunas almas individuales?). Pero se trata de una pregunta esencial a la fe: creer significa creer que Dios existe y que, por tanto, es el creador del universo y que lo rige. Por eso, ante las dificultades y contrariedades emerge del fondo del corazón la pregunta por el momento en que Dios hará efectivo su poder en el universo. ¿Cuándo salvará el mundo para siempre?

Pero Jesús no trae ni un Reino puramente futuro, como pensaban los judíos de aquel tiempo, ni uno puramente presente como piensan los nacionalismos de corte cristiano hoy. Él es el Reino que está «en medio» de nosotros. Su persona es el Reino de Dios, porque en Él la vida humana alcanza la paz de Dios.

Esa es la experiencia misma de san Leon Magno. Su precisión teológica nacía de ese encuentro personal con Jesús, en cuya persona que lo humano estaba reconciliado con lo divino. No se trataba para él de la mezcla de lo humano y lo divino, de la disolución de la vida humana en Dios, ni del acoplamiento de Dios a la vida del hombre. En su relación con Cristo vivía el Reino de Dios: su humanidad se encontraba con la de Cristo, y así estaba junto a Dios, estaba en Dios y vivía para Dios. En el encuentro personal con el Hijo de Dios vivimos humanamente la vida de Dios.