El escándalo - Alfa y Omega

El escándalo

Lunes de la 32ª semana del tiempo ordinario / Lucas 17, 1-6

Carlos Pérez Laporta
Jesús y sus apóstoles. Ilsugtración: DALL·E.

Evangelio: Lucas 17, 1-6

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

«Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay del quien los provoca!

Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le atacaran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado.

Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás».

Los apóstoles le dijeron al Señor:

«Auméntanos la fe».

El Señor contestó:

«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar” y os obedecería».

Comentario

«Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca!», nos dice Jesús. Un escándalo es el entorpecimiento que nos causa la acción de otro. Algo nos escandaliza cuando no nos permite avanzar, cuando obstaculiza la relación. Pero también podemos con nuestros actos frenar la relación de otro, no ya con nosotros, sino con Dios.

Y el escándalo no puede ser evitado, porque nuestros actos siempre condicionan a los demás. No somos islas, y no somos solo responsables del mal o bien que nos causamos a nosotros mismos. La libertad nunca es absolutamente individual. Es personal.

Pero Jesús que señala la gravedad de esa comunicación del mal, ofrece al mismo tiempo la posibilidad de sanarlo: «Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás».

Si es imposible no escandalizar, el perdón vuelve imposible el escándalo absoluto. Cuando alguien que hace el mal se arrepiente no borra el mal cometido, pero permite rehace el camino. El escándalo no tiene la última palabra, porque el que perdona decide continuar la relación más allá del escándalo. Perdonar es imitar a Dios en el más alto sentido: Dios nunca se escandaliza de nosotros porque nunca ve solo nuestros pecados; Él no puede ya ver el pecado sin ver la cruz de su Hijo: ve en el pecado la oportunidad del perdón. Incluso en el rechazo el amor ve una ocasión de amar.