«Punto de inflexión» para la UE - Alfa y Omega

«Punto de inflexión» para la UE

La asamblea plenaria de COMECE reflexionó sobre los grandes retos a los que se enfrenta la UE en la pospandemia y qué papel puede jugar la Iglesia a la hora de «repensar su identidad y valores»

María Martínez López
Negociación del plan de recuperación, en julio, con Angela Merkel, Emmanuel Macron y Pedro Sánchez
Negociación del plan de recuperación, en julio, con Angela Merkel, Emmanuel Macron y Pedro Sánchez. Fue el primer encuentro cara a cara de líderes europeos desde marzo. Foto: AFP / John Thys.

La segunda ola de la COVID-19 ha atenuado la celebración de los 50 años de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la Unión Europea y el 40º aniversario de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE). Su Asamblea Plenaria de la semana pasada, incluida la intervención del secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin, quedó en dos días de encuentro virtual. Y el vicepresidente de la Comisión Europea, Margaritis Schinas, ni siquiera pudo intervenir por estar contagiado.

Con todo, la cita quedará en la memoria por la hoja de ruta ante la crisis actual, que envió el Papa en forma de carta. La pandemia, subraya Francisco, constituye para la UE «un punto de inflexión», una encrucijada entre la tentación de los últimos años «de ir cada uno por su cuenta, buscando soluciones unilaterales», y el redescubrimiento de «ese camino de la fraternidad, que sin duda fue el que inspiró y animó a los padres fundadores». Actualizando el célebre discurso de san Juan Pablo II en Santiago de Compostela, el Santo Padre exhorta a Europa: «¡Vuelve a encontrarte! Vuelve a descubrir tus ideales, que tienen raíces profundas»: el «anhelo de verdad» de la antigua Grecia, la «sed de justicia» que se desarrolló en el derecho romano y el «deseo de eternidad», enriquecido por la tradición judeocristiana.

Repensar Europa

Por eso aún hoy «muchos» miran a Europa «con esperanza, convencidos de que todavía tiene algo que ofrecer». No tanto hegemonía geopolítica o «soluciones innovadoras» en lo socioeconómico. Su originalidad «está sobre todo en su concepción del hombre y de la realidad; en su capacidad de iniciativa y en su solidaridad dinámica».

En esta línea, COMECE mira con esperanza la Conferencia sobre el Futuro de Europa, un proceso de reflexión convocado por el Parlamento, el Consejo y la Comisión y que debería haber empezado en mayo. Será «una oportunidad significativa para repensar la identidad y los valores de Europa, así como para acercar las instituciones europeas a los ciudadanos» y mejorar su capacidad de respuesta, subrayó Parolin.

«Solo superaremos la pandemia si cuidamos unos de otros», comentó la presidenta de la Comisión Europea tras su reunión con Parolin el día 29. Foto: @Vonderleyen

Una Iglesia que acompaña

Tanto en este camino de reflexión como ante los retos concretos, la Iglesia se siente llamada a estar «en la vanguardia». COMECE nació hace cuatro décadas con el objetivo (en palabras del cardenal) de seguir de cerca la labor de la Unión «y comunicar a las instituciones las opiniones y visiones de los episcopados» sobre los temas que interesan a la Iglesia. Un diálogo «abierto, transparente y regular» con organizaciones confesionales y filosóficas que la propia UE incluye en su funcionamiento a través del artículo 17 del Tratado de Lisboa.

Los miembros de COMECE debatieron sobre cómo llevar a cabo de la mejor manera este acompañamiento en un momento crucial. Desde hace tiempo existen vías ordinarias, como los encuentros con el Gobierno del país que ejerce semestralmente la presidencia de turno del Consejo de la UE.

Pero pueden estar surgiendo nuevas oportunidades. El cardenal Parolin subrayó, por ejemplo, cómo desde la Comisión Europea se ha mostrado «gran interés» por el trabajo de la Comisión COVID-19 del Vaticano. Y el presidente de COMECE, el cardenal Jean-Claude Hollerich, recordó la puesta en marcha de la Alianza Europea Laudato si. Invitó además a las conferencias episcopales a colaborar en esta labor haciendo llegar a sus gobiernos y parlamentos nacionales las prioridades de la Iglesia europea. Esto no solo influirá en cómo se concreta en cada territorio lo que sale de Bruselas, sino que puede repercutir además en las decisiones que lleven los ejecutivos nacionales de vuelta a la UE.

El cardenal luxemburgués también compartió su ilusión por la celebración, en septiembre, del primer encuentro (esta vez digital) de presidentes de las conferencias episcopales europeas. Un momento de comunión con un fuerte llamamiento a la esperanza y la solidaridad que próximamente se hará público y que desea que «se difunda y debata lo más posible». Tal vez, apuntó, estos encuentros podrían institucionalizarse para continuar el diálogo con Europa.

Una salida a la COVID-19

Lidiar con las consecuencias de la pandemia implica, en primer lugar, «compartir la investigación y la inversión para producir vacunas» disponibles para todos, subrayó Parolin. También valoró positivamente, como «un paso en la buena dirección», los planes de recuperación acordados en julio e incluidos en el Marco Financiero Multianual (presupuesto hasta 2027) que se negocia en este momento, y el hecho de que tengan perspectiva ecológica, vinculándolos al Green Deal.

Con todo, para Cáritas Europa esta apuesta «importante» por objetivos a largo plazo no puede hacerse en detrimento de medidas «menos innovadoras pero necesitadas desesperadamente», como las destinadas a combatir la desigualdad, el desempleo, los bajos salarios y una atención sanitaria adecuada, enumera Shannon Pfohman, su directora de Política e Incidencia. Denuncia, por ejemplo, que se ha recortado el presupuesto del Fondo Social Europeo, mientras las ONG que se benefician de él atienden a más gente. Para compensarlo, Cáritas pide la creación de un Fondo de Emergencia para Servicios Sociales.

¿Qué pacto migratorio?

La Iglesia considera prioritario revisar la Convención de Dublín, que impide la reubicación de solicitantes de asilo al establecer que su petición se tramite en el país europeo de llegada. La propuesta de Pacto sobre Migración y Asilo presentada en septiembre avanza en esta dirección, pero los obispos la miran entre la esperanza y la cautela, al considerar que da más importancia a la contención de los flujos migratorios que a la acogida. En este sentido, Cáritas Europa pide que no se condicionen las ayudas al desarrollo del nuevo presupuesto europeo a que los países receptores cumplan unos determinados objetivos de control migratorio.

COMECE, además, se propone seguir de cerca las conversaciones relativas a la promoción de la migración legal y tratar de contribuir a que la UE ayude a los gobiernos en los procesos de integración, subrayó su presidente, el cardenal Hollerich. Por otro lado, en la plenaria se profundizó en la necesidad de fomentar (tanto política como eclesialmente) una relación bilateral con África que trascienda la cuestión migratoria y busque un auténtico desarrollo integral.

Las secuelas del Brexit

La desconexión económica del Reino Unido y la UE en diciembre y la incertidumbre de cómo será la relación económica y comercial entre el primer ex estado miembro y los 27 preocupa a los obispos de Irlanda y Reino Unido. Sobre todo en lo relacionado con la frontera terrestre entre el Ulster e Irlanda. El acuerdo de paz de 1998 «la hizo invisible», gracias también al hecho de que se firmaba entre países de la UE y en el marco del mercado único, explica Noel Treanor, representante de toda la isla ante COMECE. «Ambas economías se han hecho interdependientes», lo cual es clave para una estabilidad aún frágil. La vuelta de los controles fronterizos, además de un posible blanco para grupos disidentes, «sería una regresión simbólica y política sísmica».

También en Gran Bretaña, explica su homólogo Nicholas Hudson, la falta de acuerdo tendría «graves consecuencias para los más vulnerables, por la pérdida de trabajos y la subida del precio de bienes esenciales». En un sentido más amplio, espera que «las relaciones futuras estén conformadas por un espíritu de fraternidad». Lo exigen problemas compartidos, como la crisis migratoria en el canal de la Mancha.