Protesta en la catedral
Mujeres de sindicalistas y militantes comunistas presos en Gran Canaria inauguraron en septiembre de 1968 una forma de protesta, hasta entonces inédita en España, al encerrarse en huelga de hambre en la catedral. El obispo que las apoyó, José Antonio Infantes Florido, estuvo cerca de ser expulsado por el Gobierno, pero Franco lo impidió
Todo empezó con un desfalco. Los propietarios de la empresa SATRA se fugaron con el dinero cobrado del Estado para el acondicionamiento de la Autovía del Norte de Gran Canaria y dejaron a más de 50 familias sin ingresos. Militantes de las recién creadas Comisiones Obreras (CC. OO.) y del Partido Comunista de España (PCE) organizaron el 15 de septiembre de 1968 un encuentro con los trabajadores de SATRA en la cala de Martorell, al que muchos acudieron acompañados por sus esposas e hijos pequeños. Les sorprendió un impresionante despliegue de la Guardia Civil. Al frente, el comandante Díaz Otero, pasado de alcohol, dio la orden de disparar a matar a «esos rojos». Sus hombres no le obedecieron, el comandante sacó su propia pistola y dos sindicalistas resultaron heridos.
José del Toro fue uno de los 20 condenados en Consejo de Guerra por los llamados sucesos de Sardina del Norte. La prisión era un precio habitual a pagar por la militancia, recuerda con orgullo. Lo novedoso entonces fue «la protesta de nuestras mujeres, madres, hermanas…», unas diez, que decidieron encerrarse en huelga de hambre en la catedral de Santa Ana.
En ese grupo estaba Victoria Morales. Su hermano, por entonces todavía menor de edad, recibió una condena de ocho años. Pudo haber sido peor. Una bala de Díaz Otero «le pasó rozando la cabeza».
Tras un primer roce con un responsable del templo, para su sorpresa, apareció el obispo, que les prometió protección y les ofreció colchones y comida, oferta esta última que rechazaron. «No nos lo creíamos», asegura Morales. Pasados tres días con sus noches de encierro, las militantes estaban exhaustas, e Infantes acudió a negociar con los agentes de Policía que rodeaban la catedral. Para cerciorarse de que no detenían a las mujeres, las acompañó una a una hasta los taxis de una parada cercana.
Esa fue la primera de muchas protestas en iglesias de toda España. «No era la postura mayoritaria», pero tampoco se trataba de casos excepcionales, cuenta el sacerdote de Alicante Pepe Carmona, de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). El ejemplo de Infantes fue uno de los que le llevaron a principios de los años 70 a prestar los locales de su parroquia en Santa Pola para la constitución de un sindicato de trabajadores de la enseñanza. Su obispo había derivado «hacia posiciones muy conservadoras» y, «cuanto menos, te exponías a una bronca». Pese a todo, «un grupo de 30 o 40 sacerdotes nos reuníamos periódicamente en esa línea de aplicar el Concilio Vaticano II».
Más que de filias políticas, se trataba de defender la libertad de todos, pero el roce hace el cariño, y así «se generó un movimiento de simpatía y colaboración» entre cristianos y muchos miembros de una oposición en la que el PCE era todavía hegemónico. «Fue una época apasionante; la recuerdo con mucho cariño, y no me he apartado de aquella línea de buscar la comunión de acción incluso con gente que no es creyente, porque en definitiva ese tipo de cosas, aunque no son el Reino de Dios, ayudan a acercarlo».
Ahora, lamenta, «han irrumpido en la vida política personas que no habían nacido entonces y que tienen una postura muy crítica con respecto al hecho religioso. Ignoran que en otro tiempo hubo relaciones más cordiales y que la Iglesia hizo mucho por traer la democracia y la libertad política y sindical».
Precursor del Concilio
Si a alguien no le sorprendió la actuación de José Antonio Infantes fue a Manuel Navarro. Él lo conoció a finales de 1956, siendo estudiante de Derecho, durante unos cursillos de cristiandad en Sevilla. Ya antes de ser promovido al episcopado en 1961 Infantes destacaba por su espíritu aperturista. Con jóvenes universitarios puso en marcha las Semanas de Pensamiento Actual en la parroquia del Divino Salvador. Llevó al prior de Taizé, Roger Schutz; al filósofo Julián Marías y a la célebre tenista Lilí Álvarez, tres veces finalista en Wimbledon y abanderada del feminismo católico. La tercera edición fue la última. «Invitamos al filósofo José Luis Aranguren, pero el acto se suspendió, no sé si debido a la autoridad gubernativa o a la eclesial».
A ese grupo de jóvenes pertenecían el primer alcalde constitucional de Sevilla, el socialista Luis Uruñuela Fernández, y varios diplomáticos. Todavía hoy –subraya Navarro– firman columnas semanales en El Correo de Andalucía, bajo la firma colectiva de Vicente Plural, siempre buscando «contribuir a la vertebración democrática de la sociedad desde los fundamentos cristianos y desde el andalucismo».
En mayo de 1978, José Antonio Infantes fue enviado de Canarias a Córdoba, donde permaneció hasta su jubilación en 1996 (fallecería en Sevilla en 2005). Antonio Gil Moreno, su delegado de Comunicación durante 18 años, resalta su cercanía a los sacerdotes y su preocupación por el seminario, que recuperó para Córdoba. También lo describe como «un pionero del ecumenismo en España» (en la Conferencia Episcopal fue presidente de Relaciones Interconfesionales). En materia de comunicación, Gil rememora las terceras de Infantes en el ABC de Sevilla, sin poder evitar cierta nostalgia al aludir a su gran proyecto fallido, Iglesia en Andalucía. Estaba llamado a ser el gran periódico católico de toda la región, pero cada obispo prefirió tener su propia publicación.
Monseñor Infantes Florido fue obispo de Las Palmas de Gran Canaria entre 1967 y 1978. Posteriormente, de 1978 a 1996, obispo de Córdoba. Desde su ordenación episcopal, por el cardenal Bueno Monreal, en Sevilla, fue consciente de que su principal misión era la aplicación del Concilio Vaticano II en Canarias. Recordando sus propias palabras, tomadas de una entrevista periodística, se encontró con «un clero, por una parte, muy conservador de las normas de la Iglesia y muy colaborador con el obispo, que pensaba que la aplicación del Concilio tenía que ser más lenta; y otros que no, que aquello era insuficiente y que había que completarlo para poderlo aplicar».
Entonces, lleva a cabo el Estudio Socio Pastoral, que fue muy conflictivo, porque «el régimen de Franco no estaba por la labor». «Las tensiones llegaron hasta tal punto, que, efectivamente, hubo una amenaza del Ministerio de Asuntos Exteriores al entonces nuncio, diciéndole: “Hay que sacar de allí al obispo”. Y si no llega a ser por Franco, al igual que hicieron con monseñor Añoveros, hubiesen preparado también un avión para mí para sacarme de la isla, pero, repito, Franco no lo consintió».
Antonio Gil Moreno
Exdelegado de Medios de Comunicación de la diócesis de Córdoba