Procesión hacia Europa
Otra foto más. De esas que te encogen el corazón. Duele solo de verla. E incomoda. Te hace hasta sentir mal. Yo en mi sofá o con mi iPad, y ellos allí. Entonces surge la primera duda…
Otra foto más. De esas que te encogen el corazón. Duele solo de verla. E incomoda. Te hace hasta sentir mal. Yo en mi sofá o con mi iPad, y ellos allí. Entonces surge la primera duda: ¿Sigo mirando la foto, me detengo en ella, o paso a la siguiente página sin pausarme en los detalles de la imagen? Doy por hecho (sabiendo que posiblemente yerre) que nadie es capaz de sortearla aunque sea un segundo. Lo más habitual –yo el primero– es sentir ese latigazo a la conciencia, lanzar un lamento, un resoplido o, como mucho formular una pregunta-exclamación: ¿¡Cómo los líderes mundiales no arreglan esto!? Y seguimos adelante. No hay tiempo que perder en esta sociedad vertiginosa, donde la meditación y el sosiego apenas tienen cabida. Sabemos que si dedicamos cinco minutos a la contemplación, vendrá la siguiente pregunta, mas perturbadora: ¿Qué estoy haciendo yo para evitarlo?
Miles de refugiados se han jugado su vida y la de sus hijos para cruzar de Grecia hacia Macedonia a través de peligrosos ríos. Con cuerdas, en fila y asidos a unas pocas ramas buscaban la otra orilla. Nada les detiene. El llanto de los niños que llevan en brazos les empuja a buscar para ellos un futuro incierto, pero con más esperanza que el que han dejado atrás en su país sembrado de bombas. No lo hacen a lo loco. Está organizado. Deciden enfrentarse a las fuertes corrientes advertidos por unas octavillas en las que se les informa de que si suben a los autobuses de las autoridades, serán deportados a Turquía. El objetivo es alcanzar Europa.
La procesión de estos refugiados dura ya demasiado. Sus pasos, su calvario, va a ir aumentado aún más según venga el buen tiempo. La cruz que les ha tocado llevar es enormemente pesada. Ahora, en Semana Santa, bien les vendría un Simón de Cirene que les ayudara con esa carga. Podríamos ser nosotros. Rezando y ayudando cada uno como pueda. Pero también combatiendo la globalización de la indiferencia que dijo el Papa. Hablar de este drama en el entorno de cada uno contribuye a crear conciencia social. Porque el problema sigue ahí, no tiene freno, y es decisión personal ignorarlo o no.