Prediciendo el tiempo desde el cielo
Coronado el mes de mayo y a mitad de camino entre la fiesta de la Ascensión y Pentecostés, se nos ha ido papá. Con su marcha, parece como si quisiera darnos un último consejo para llegar allá arriba: «No lo dudéis, para subir al Cielo habéis de ir de la mano de la Virgen», a quien tanta devoción y cariño tenía.
Hace ya muchos, tendría yo 13 o 14 años, siendo estudiante de bachillerato, (de aquél bachillerato anterior a la E. G. B. dónde sí había que estudiar), el que suscribe no daba palo al agua, como vulgarmente se dice. Al llegar las notas, siempre había un par de suspensos entre ellas. Además, junto a los suspensos, debía haber hecho alguna trastada propia de la edad, alguna jaimitada que no recuerdo. El caso es que al llegar mi padre, me encerró en aquel dormitorio de literas, situado enfrente de la cocina, que compartía con mis hermanos Alfonso y Nacho. Lo primero que recibí fue una sonora bofetada, que dio paso a lo que los jóvenes de hoy llaman dar la chapa, es decir, una parrafada donde más o menos me venía a plantear qué es lo que pensaba hacer con mi vida. Poco a poco, la charla fue tomando un cariz más confidencial, se volvió mucho más cariñosa, para terminar con un comentario bien experimentado fruto de su enorme fe. Aquellas palabras finales fueron las siguientes: «Piensa que Dios te quiere contento y que si tú pones de tu parte, (y subrayó esto último) serás feliz, muy feliz, felicísimo, aunque en ningún momento te faltará la cruz, el dolor, porque en esta vida nunca alcanzarás la plena felicidad».
Con el tiempo supe que esas palabras se las había oído a San Josemaría Escrivá, a quien tanta devoción tenía y a quien tanto quería. Creo que ese comentario al que he dado muchas vueltas estos últimos días es también un resumen muy certero de su vida. Una vida larga, plena y dichosa.
Fue muy feliz con la familia que creó, aunque bien le valió muchos momentos de sufrimiento extremo. Dar de comer a 11 hijos (¡y lo que comíamos!) significaba jornadas de trabajo de 10 horas, compatibilizando varios empleos. Pero lo hacía con una alegría inigualable. Al final de su vida, presumía al ver colgados en la pared de su despacho de trabajo, en casa, los títulos universitarios de 10 de sus hijos.
Fue muy feliz en su vida profesional. No he visto a ninguna persona amar tanto su trabajo como a mi padre. Disfrutaba estudiando y preparando aquellas predicciones meteorológicas que luego explicaba y razonaba en prensa, radio y televisión. Todos recordamos aquel silencio sepulcral que debíamos guardar en casa cuando llamaban a las dos de la tarde para que diera el parte meteorológico, porque si no las borrascas y los anticiclones iban volar sobre nuestras cabezas.
Por último, fue un muy fiel, fidelísimo a su vocación de hijo de Dios en el Opus Dei, prelatura a la que pertenecía y donde cada semana cargaba las pilas del alma para seguir tirando hacia adelante. Tengo la seguridad plena de que El Señor, al llegar al Cielo, se ha tenido que poner muy contento y le habrá dado un abrazo enorme, porque se presenta con las alforjas llenas habiendo multiplicado los talentos recibidos, que fueron indudablemente muchos.
Durante los últimos meses de su vida terrena, su cabeza ya no regía como debía, pero aun así y con todo, tenía tan interiorizada su vocación divina y su vocación profesional, que nos transmitía, varias veces por semana, su necesidad de asistir en Pinares, un centro del Opus Dei, a los medios de formación que impartía la Prelatura. Y de igual manera, muchas tardes me preguntaba si tenía el coche cerca para que le llevara al Instituto Nacional de Meteorología porque tenía que preparar la predicción.
Antes de recibir cristiana sepultura, se lo dije y se lo vuelvo a repetir: Sé que tendrás buena mano en el cielo. Y ahora de quien has de ocuparte en primer lugar y por encima de todo, es de Juan, el regalo del cielo que recibiste hace 37 años. Y después, y en segundo lugar, tus desvelos han de dirigirse hacia tus 17 nietos. El resto de tus hijos, mal que bien, ya vamos todos encaminados, pero tus nietos han comenzado a caminar ahora.
Para terminar, me gustaría enseñar parte de una oración que hizo mi padre en septiembre de 2007, al celebrar sus bodas de oro. Es una oración de acción de gracias a Dios, de la cual entresaco un párrafo: «Gracias Señor, por estos años de unidad de vida que, como el tiempo atmosférico -del cual siempre gracias a Ti hemos vivido-, se han registrado a lo largo de este dilatado espacio familiar claros y nubes; incluso algún que otro chubasco, a veces de origen tormentoso, pero siempre -a la postre- «salió el Sol», porque Tú lo quisiste. Nosotros te lo pedimos y en tus manos nos pusimos por mediación de Nuestra Queridísima Madre».
Fernando Medina Casado