¿Por qué las autoridades francesas han decidido hacer frente al «islamismo»? - Alfa y Omega

El 2 de octubre en Les Mureaux (Yvelines), una antigua ciudad industrial en el valle del Sena con una importante población musulmana, el presidente de la República instó a un «despertar republicano» frente al «separatismo islamista». Su discurso ha suscitado fuertes reacciones entre los musulmanes franceses: líderes religiosos y simples creyentes se han sentido estigmatizados. Muchos no entienden que Emmanuel Macron hable de un «islam en crisis» para hablar de su religión. Por el contrario, muchos no musulmanes se alegran de que el presidente finalmente se refiera al «problema por su nombre»…

Desde enero de 2015, cuando se produjo el atentado contra el periódico Charlie Hebdo, una oleada de atentados ha matado a casi 260 personas en Francia y ha herido a casi 900. Los ataques violentos se suceden, con asesinatos indiscriminados en una sala de conciertos o en la fiesta nacional, o con objetivos específicos como un sacerdote, alumnos de una escuela judía, fieles católicos o, recientemente, un profesor.

Con cada nuevo ataque, investigadores y políticos intentan desentrañar las causas: ¿la miseria social?, ¿trastornos mentales?, ¿un sentimiento de humillación?, ¿o una ideología mortal basada en las fuentes del islam? El debate es acalorado. Aunque tengamos que recurrir al trazo grueso, podemos distinguir dos bandos: los que creen que los asesinos solo utilizan el yihadismo como pretexto, como una especie de barniz ideológico, y los que creen, por el contrario, que el actual discurso musulmán —cada vez más influido por el wahabismo saudí— lleva en sí el riesgo de excesos fanáticos.

Recientemente, con Emmanuel Macron, parece prevalecer esta segunda postura. Para él, estas «vocaciones terroristas» han florecido en un «caldo de cultivo» muy presente tanto en ciertos barrios desfavorecidos como en internet: el del «islam radical», que «enseña a los niños de Francia el odio a la República, llama a no respetar las leyes», etc.

Debemos reconocer con él que el paisaje musulmán en Francia ha cambiado mucho en los últimos años. El islam tradicional de los primeros inmigrantes que vinieron del Magreb a trabajar en las fábricas francesas ya no es el de sus hijos. Los ancianos construyeron muchas mezquitas y escuelas con la ayuda de Marruecos, Argelia y Turquía, pero también de Arabia Saudí y Catar. Ahora son sus descendientes, «educados» en un islam más identitario, los que toman el control.

Como explica muy bien Hicham Abdelgawad, un investigador francés radicado en Bélgica y exsalafista, el «islamismo» ha sido como una gota de tinta en el vaso de agua del islam en Francia. Gradualmente, sin que los interesados sean conscientes de ello, un número creciente de musulmanes practicantes han llegado a definirse «sobre todo» como musulmanes, a organizar sus relaciones sociales (matrimonio, conflictos en los barrios) de acuerdo con los códigos del islam. Y algunos de ellos van más allá al asociarle un proyecto político: el deseo de cambiar las leyes, de hacer más visible y estructurador el islam en la sociedad francesa… No todos ellos son susceptibles de volverse violentos, pero sus predicadores han logrado difundir la —peligrosa— idea de una separación entre «ellos», los no musulmanes (a veces llamados peyorativamente koufar), y «nosotros», los musulmanes.

Ciertamente Francia no es el único país afectado por esta crisis de interpretación dentro del islam suní, pero ¿tal vez una cierta visión del laicismo la ha llevado a cerrar demasiado los ojos ante esta realidad? Hoy en día, emerge y genera inquietud. Ya no bastan velas, marchas o eslóganes unificadores… Muchos no musulmanes franceses expresan su cansancio por los ataques que nunca terminan.

Emmanuel Macron lo ha percibido bien. La dificultad para él es encontrar una manera de actuar en el plano de la seguridad —sin socavar el Estado de derecho— y en el plano ideológico —sin socavar la separación de la Iglesia y el Estado, o ahondar en la brecha entre los musulmanes y el resto de la sociedad francesa—. Desgraciadamente, estos riesgos no se han evitado totalmente en los últimos días. Se han producido detenciones y se han disuelto asociaciones, no todas con un vínculo directo con las investigaciones en curso. El deseo declarado del presidente de hacer surgir un «islam de las luces» o de la Ilustración lo coloca más en el campo de la teología que en el de la política. Finalmente, la decepción muy extendida entre los musulmanes franceses sugiere que no ha logrado establecer su distinción entre los musulmanes y los islamistas, y tranquilizar a los primeros sobre su plena y completa pertenencia a la comunidad nacional. El camino que tenemos por delante es muy, muy largo.