«¿Por qué a mí, Señor?»
Con motivo de sus Bodas de Plata sacerdotales, una docena de sacerdotes de las diócesis de Madrid y Getafe concelebraron la Misa con el Papa Francisco, en la capilla de Santa Marta. Carlos Aguilar, Delegado episcopal de Catequesis de Madrid, y José María Calderón Castro, Delegado episcopal de Misiones de Madrid, escriben lo que significó para ellos el encuentro con el Pontífice y la celebración de la Eucaristía
A las 6:15 horas del lunes 19, allí estábamos: Juan Pedro, Julio Rodrigo, Manuel María Bru y un servidor, en la puerta de entrada del Vaticano para concelebrar la Misa con el Papa. Por aquello de ser el más anciano de los cuatro condiscípulos, me tocó el inmenso honor de estar a la derecha del Papa durante la Plegaria Eucarística. Una gracia tan singular, que me viene a la mente la frase del salmo: «¡Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho!».
Todo en aquella misa fue muy emocionante, pero quiero destacar el momento del abrazo de la paz. Sentí como si, en mi humilde persona, el Santo Padre abrazara a todos aquellos que el Señor va uniendo a nuestras vidas: empezando por nuestros familiares y amigos, y siguiendo por todos y cada uno de mis compañeros, y de todos cuantos nos acompañaron en nuestro camino hacia el ministerio; allí estaban tantísimas personas de las parroquias por donde hemos ido pasando; allí estaban tantas religiosas y personas consagradas que están a nuestro lado sin hacer apenas ruido, acompañándonos con su cariño y con su ejemplo; allí estaban, sobre todo, los enfermos, los que más sufren, los que nos piden sus oraciones y ofrecen su vida por nosotros y por el fruto de nuestros trabajos; allí estaban nuestros respectivos presbiterios de Getafe y Madrid; allí estaban cada una de las personas con las que trabajamos día a día, haciendo concreta nuestra entrega, y también las que aguantan nuestra forma de ser y sufren nuestros fallos; allí estaban tantas y tantas personas…
Cuántas veces, cuando me ha sucedido una cosa mala, he pensado: «¿Por qué a mí?» Ese día también pensaba lo mismo: «¿Por qué a mí, Señor?».
Carlos Aguilar
* * * * * * *
Gracias a las gestiones del cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco, el Santo Padre Francisco nos recibió a los 12 sacerdotes que, con motivo de nuestro 25 aniversario de ordenación, viajábamos del 19 al 23 de mayo a Roma.
El martes, a las 6:15 horas de la mañana ya estábamos esperando en la puerta por la que se entra en la Ciudad del Vaticano. ¿Nervios? Ninguno, pero sí mucha emoción. Nos revestimos. Éramos unos 20 sacerdotes y un obispo, y ocupamos nuestros lugares en la capilla de la Casa de Santa Marta… y, puntual, a las 7 horas, el Papa salió de la sacristía… ¡Ahí empezó uno de los momentos más bonitos de mi vida sacerdotal! Allí estaba yo, con un grupo de sacerdotes, frente a frente con el Papa. Tan sencillo, tan normal, tan humano, tan piadoso. Me emocionaba pensar que estaba con aquel que tiene el peso de toda la Iglesia, que justo frente a mí tenía a quien Cristo ha elegido para representarle entre nosotros.
La Misa fue muy sencilla, nada de boato, nada de estridencias. ¡Como la de un párroco mayor con sus feligreses! Y el broche de oro fue poder saludarle al finalizar la Eucaristía. Un Papa que habla mi idioma, por el que rezo todos los días, en quien tantos cristianos hemos puesto nuestra esperanza para cosas bonitas en la Iglesia. Allí me dirigí. Le dije que traía la oración de mucha gente que le quiere en mi parroquia, en la Delegación de misiones… y: «Santidad, ¡déme un abrazo!» le dije para terminar, y él, como un padre… se rió y ¡me abrazó!
José María Calderón