Plan de emergencia - Alfa y Omega

Rezar con las personas especiales es una experiencia que no te deja indiferente. En nuestro centro es algo cotidiano que tiene que ver con el ideario y el estilo.

Nuestro fundador, san Luis Guanella, nos enseñó a rezar con la diversidad, y él mismo lo hacía habitualmente. Hasta tal punto creía en el poder de la oración de los sencillos (personas con discapacidad, ancianos, niños, etcétera) que cuando tenía una preocupación o un asunto difícil de resolver, pedía que se hiciera una oración especial ante el Santísimo, poniéndolos a ellos en primera fila.

Al comienzo de la obra era frecuente que las hermanas, llegada la hora de elaborar el rancho para los pobres de nuestras casas, visitaran la despensa esperanzadas para comprobar provisiones y certificasen tristemente que, en lugar de víveres, había solo telas de araña.

Inmediatamente se ponía en marcha el plan de emergencia, que consistía, como hemos mencionado anteriormente, en exponer el Santísimo en la capilla y rezar a ese Dios que es Providencia. En una ocasión, transcurrido solo un rato, llamaron a la puerta de la casa y llegó un cargamento de arroz para completar el rancho del día. Así, ni más ni menos.

En nuestro centro, cada día celebramos la vida y la fe dándonos los buenos días, previos a toda actividad, con cinco minutos de oración que proporcionan esa energía interior de la que estamos tan necesitados. Con esas vitaminas encaramos nuestras tareas e intentamos vivir en cristiano nuestro trabajo, compromisos y relaciones.

En los momentos más duros de la pandemia, cuando la comunidad religiosa decidió confinarse con nueve personas con discapacidad, la cita con la oración fue el momento más hermoso del día.

La adoración ante el Santísimo y la posterior procesión con Él por nuestro jardín suponía una inyección de espiritualidad difícil de describir. Era emocionante participar en esas procesiones del Corpus diarias, alternando canciones y avemarías con tanto fervor y sencillez que sobrecogía.

Rezar con los especiales es una oportunidad para alargar el corazón, para tomar conciencia de que Dios elige a los sencillos para revelarles sus misterios y que, si no nos abajamos y no nos hacemos como niños, no entraremos por la puerta del Reino.