Pasión por vivir - Alfa y Omega

Escribo estas líneas después de leer Diario de un trasplantado (libros.com). Su protagonista, Pablo, ha conocido la enfermedad desde niño. Es más, como él mismo reconoce, la enfermedad es la única compañera de vida que jamás le ha abandonado. ¿Cómo se puede vivir apasionadamente, como Pablo vive, después de 25 operaciones, tres trasplantes fallidos de riñón, cinco años en diálisis y una amputación?

Si algo sorprende de Pablo es que su afán por vivir no sea fruto de la voluntad, sino de la esperanza. Pablo vive apasionadamente a pesar de su historial clínico. Quizás sea eso lo que le ha permitido vivir creativamente, naturalmente, sin artificios, sin sublimar nada ni negar la dureza de la enfermedad. No voy a decir de Pablo que sea un ejemplo que seguir. No me gusta la expresión. Prefiero decir que Pablo es un inmejorable compañero de vida para quienes, como él, se enfrentan día a día a la crudeza de una vida marcada por la enfermedad. Su diario es eso, un compañero, un amigo, un aliento.

Leyendo el libro me venía a la mente la imagen del amigo que anima la travesía, que adapta su ritmo al ritmo de quien anda rezagado, que alienta el último tramo de la carrera cuando las fuerzas flaquean y se experimenta la tentación de rendirse a pocos metros de la meta. Lo dice muy bien el Papa Francisco en Evangelii gaudium (46) cuando al hablar de la Iglesia de puertas abiertas alude a una Iglesia que detiene el paso, deja de lado la ansiedad para mirar a los ojos y renuncia a las urgencias para acompañar al que se queda al lado del camino.

Pablo es inasequible al desaliento. Y no porque en su diario de vida no haya lugar para el sufrimiento, sino porque no hay lugar para el miedo y sí para la alegría. En realidad, creo que no me equivoco si digo que Pablo es un disfrutón. Mejor dicho, es un vividor que goza la vida hasta su último aliento. Es un amante de la vida y de la VIDA con mayúsculas. Porque Pablo no se entiende sin Cristo, como tampoco sin las mujeres de su vida. Pablo es un tipo afortunado, así se reconoce. La vida quizás no le ha regalado las mejores cartas, pero sí la capacidad para ganar la partida.