¡Qué fuerza tiene para nosotros el reciente viaje del Papa Francisco a Malta! Allí ha dicho a los migrantes que «no son números, sino personas de carne y hueso, rostros, sueños a veces rotos». San Pablo llegó a la isla tras un naufragio y llevó consigo la fe en Jesucristo. Hoy, muchos hombres y mujeres, también niños, viven naufragios trágicos. Y se produce, en palabras del Sucesor de Pedro, «el naufragio de la civilización que amenaza a los refugiados y a nosotros». Qué duro es que tantas personas tengan que dejar la propia casa, pero la dureza aumenta cuando los derechos más fundamentales son violados, cuando no encuentran sitio, cuando se acaba con la vida y con la fraternidad.
El naufragio del apóstol san Pablo ofrece un mensaje importante para este tiempo que estamos viviendo. La esencia de su viaje bien puede sintetizarse en esas palabras que él mismo incluye en el final de la carta a los gálatas: «La fe actúa por la caridad». Qué bien nos viene escuchar esto hoy a nosotros. Sí, la fe, la relación con Dios, se transforma después en caridad. También san Pablo, en la carta a los efesios, nos recuerda con mucha claridad que «Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y decretos, para crear, de los dos, en sí mismo, un único hombre nuevo, haciendo las paces» (Ef 2, 14-15). Esto ha de alentarnos a vivir unidos y ayudándonos a construir la fraternidad, a ocuparnos los unos de los otros, especialmente de aquellos que lo están pasando peor y tienen más necesidades. Pertenecemos a culturas, tradiciones e historias muy diversas, pero Cristo nos abre la posibilidad de hacer y de ser en concreto una sola cosa, al igual que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Contempla a la Iglesia, mira a la Iglesia, mira al santo Pueblo de Dios, observa a la gran familia de los hijos de Dios… La Iglesia ofrece a todos ser hombres y mujeres nuevos, que acogen al Señor y dejan que Él transforme su corazón.
La fe –que Malta recibió gracias a san Pablo– y la situación que vivimos ahora, cuando vemos a tantos ucranianos abandonando su país y a otros seres humanos huyendo de tantos lugares para encontrar los medios para vivir, nos interpela. Hemos de sumar esfuerzos para que todos puedan vivir y tener una vida digna en su tierra y para que, si ya han tenido que dejar atrás su hogar, encuentren en el lugar al que llegan un espacio de vida digna. La visita del Papa nos pone frente a los problemas y, al mismo tiempo, nos hace descubrir que la fe es la fuerza que da caridad y así creatividad para responder a estos desafíos.
El naufragio de san Pablo y su estancia en Malta durante tres meses dejaron una huella muy honda; no es posible borrarla. Hoy la estancia del Papa Francisco y su mensaje remueven nuestras vidas y marcan dirección. El Evangelio llegó a Malta de la mano de san Pablo y los primeros seguidores de Jesucristo. Su trabajo ha dado frutos y Malta es una tierra tolerante y abierta. La presencia del Sucesor de Pedro removerá el corazón de los creyentes y de los hombres de buena voluntad, para que afrontemos el reto que tiene la humanidad en estos momentos con todos los migrantes, para que no naufrague la humanidad.
Antes de llegar a Malta, san Pablo dijo a sus acompañantes: «Iremos a dar a alguna isla». Quería decirles que se armasen de valor ante lo desconocido, pero que tuvieran una confianza inquebrantable en Dios. Tengamos y mantengamos una confianza inquebrantable en el Señor. Los habitantes de Malta acogieron cordialmente al apóstol y a sus compañeros y floreció el Evangelio. Su llegada no estaba pensada: camino a Roma se desató un violento temporal y el barco encalló en la isla. Los naufragios de la vida también ayudan a encontrarnos. El naufragio que sufre la humanidad nos hace encontrarnos; hay que estar ciego para no ver la necesidad de encuentro y de tomar direcciones que ayuden a que todos los hombres vivamos con la dignidad que Dios mismo nos ha dado. En el camino de Damasco san Pablo encontró al Señor resucitado y su vida cambió. Desde entonces, para él la vida fue Cristo. Un violento temporal cambió la vida de los habitantes de Malta; conocieron a Jesucristo y descubrieron lo que san Pablo decía: «Vigilad, manteneos firmes en la fe, sed valientes y valerosos. Que todo lo vuestro se haga con amor» (1 Cor 16, 13-14). Ahora, en medio de otro temporal, llega Francisco (Pedro) y nos anima a hacer «todo con amor». Es cierto que el camino puede resultar largo, en él pueden aparecer fatigas, dudas y el desánimo, pero, si acogemos con fe y disponibilidad esta oferta que nos hace Jesucristo a través del Papa, los resultados serán a la larga muy significativos.
Fijemos la mirada en nuestra Madre la Virgen María, la «llena de gracia y de amor». En María vemos el resultado de la acción de Dios, es decir, lo que le sucede al ser humano cuando acoge plenamente al Espíritu Santo: en ese momento la persona se convierte en un resplandor de bondad, de amor, de belleza… En María comprobamos la verdad de que amar al Señor significa amar verdaderamente a los hombres y viceversa. Ella nos invita a confiar al Señor los problemas más delicados, como en las bodas de Caná, y nos sigue diciendo: «Haced lo que Él os diga» (Jn 12, 5).