La vuelta del papamóvil - Alfa y Omega

No hay nada como un viaje papal para recordarnos a los vaticanistas que escrutamos diariamente la agenda del Obispo de Roma quién es verdaderamente el Pontífice y la profundidad de su misión. No se trata del recibimiento que le reservan las autoridades cuando llega al país, ni de la atención que prestan a cada gesto, paso y palabra de este hombre vestido de blanco, o la maquinaria que tiene previsto hasta el más mínimo detalle de la visita. Todo eso lo hemos visto en Malta, pero no es eso.

Vimos cómo los palacios medievales de la isla, de piedra clara caliza, colgaron en sus fachadas tapices y pendones rojos y dorados, con escudos de cofradías y banderas de Malta y el Vaticano, y que instituciones religiosas y civiles se volcaron con el visitante. Cuando el Papa partió en ferry rumbo a Gozo desde la isla de Malta, repicaron las campanas de todas las iglesias de La Valeta, y le despidieron con salvas de cañón desde sus antiguos bastiones. Aunque tampoco ahí está la clave.

Pienso que donde los vaticanistas redescubrimos de verdad quién es el Papa es en las miradas de quienes salieron a las calles para recibirle. Recordamos quién es observando los rostros de los que esperan horas y horas para ver al Sucesor de Pedro por primera y única vez en sus vidas; en los padres que alzan en brazos a sus hijos para que los mire y los bendiga; en las ancianas que se llevan una silla a la acera y se protegen del sol con un paraguas, sabiendo que pasará a toda velocidad; en las madres que se abren paso hasta conseguir entregarle una carta en la que le piden oraciones; en los novios que se abrazan conmovidos cuando empieza a escucharse que se acerca Francisco… Por eso, la mejor noticia del viaje a Malta ha sido que, tras más de dos años aparcado en el garaje del Vaticano a causa de la pandemia, el papamóvil ha salido de nuevo a las calles. Pienso que fue también una noticia estupenda para el Papa Francisco. Tan buena que, cuando desde allí miraba a la gente, se olvidaba de su intenso dolor de rodilla –una gonalgia aguda por desgaste del cartílago– y se ponía de pie conmovido, para tener que sentarse de nuevo después de golpe.

Viendo cómo la gente acogió la llegada de Francisco en papamóvil el sábado en La Valeta, caí en la cuenta de que, quienes habían salido de sus casas y esperado horas bajo el sol, no buscaban ver a un hombre famoso ni presenciar un momento importante. Tras más de dos años de pandemia, y con una guerra en Europa, buscaban una buena noticia, alguien que los ayudara a encender la esperanza. Eso y mucho más es el Papa.

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