A veces sienta bien pegarse un atracón de algo familiar y acogedor y constatar que no todo cambia. El final del invierno suele traer una sensación de alegría, de principio, de cuaderno por empezar. Pero el de este ha coincidido con el de muchas otras cosas que dábamos por sentadas y cuyo fin ensombrece un poco la llegada de la primavera, que parece que asoma con cierta timidez. Así que aprovechando que Astiberri anda reeditando los cómics de Calvin y Hobbes —entre los últimos está El nuevo Calvin y Hobbes clásico—, he pasado las noches de las últimas semanas inmersa en las aventuras de este niño y su tigre. Por si alguno no los conoce, le resumo brevemente: Calvin es un niño de 6 años cuyo mejor amigo es un tigre al que los demás ven como si fuera de peluche, pero él percibe como si fuera real. O mejor que real, porque dudo mucho que un tigre de verdad se tire en trineo contigo o te ayude —es un decir— con la tarea de matemáticas.
Resulta extrañamente reconfortante ver a la madre de Calvin cargarse a su criatura bajo el brazo para meterla en el baño, o echarla fuera de casa para que juegue al aire libre. Son situaciones que todos hemos vivido —como padres o como hijos— y sabemos cómo acaban: primero te niegas a bañarte y luego no hay quien te saque del agua; sales de casa arrastrando los pies y acabas rogando que te dejen quedarte un poquito más. Quizá la calidez que nos evocan estas imágenes sea la del recuerdo de un tiempo en el que el peso de las decisiones, de la responsabilidad, estaba sobre los hombros de nuestros padres. Algo que es probable que no valorásemos en su día —Calvin no lo valora en absoluto—, pero que a medida que crecemos vamos apreciando de otra manera.
De estos cómics me gusta todo. Como cualquier clásico, están envueltos en la atemporalidad —donde aparece una tele podemos poner un móvil—, que es fundamental para que podamos seguir leyéndolos 40 años después de su primera aparición. Sin embargo, yo creo que lo que hace que funcionen tan bien es la habilidad de Bill Watterson para retratar a cada personaje, por pequeño que sea. Sus secundarios son magníficos. El tigre y el niño son geniales, sí, pero es que sus padres no tienen nada que envidiarles. El resultado es el dibujo de una familia que se siente muy real y en la que nadie tiene un papel menor. Por eso, cuando tienes 10 años te los lees a través de los ojos de Calvin, escondiéndote con él a ver si se olvidan de mandarte al baño, y a los 50 los sigues disfrutando feliz de no tener que perseguir a nadie para que se lave —pero suspirando por que aún haya que hacerlo para que hagan la tarea—. Porque algunas cosas no cambian.
Bill Watterson
Astiberri
2024
256
29 €
