No puede llegar a todos - Alfa y Omega

No puede llegar a todos

Sábado de la 1ª semana de Adviento / Mateo 9, 35-10, 1. 6-8

Carlos Pérez Laporta
Jesús entre la multitud. Ilustración: DALL·E.

Evangelio: Mateo 9, 35-10, 1. 6-8

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el Evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.

Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».

Entonces dice a sus discípulos:

«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:

«ld a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».

Comentario

«Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando […] y curando toda enfermedad y toda dolencia». ¡Todos los lugares! ¡Todos los sufrimientos! Jesús está agitado, inquieto por llegar a cada esquina de Israel, para que a todo el mundo alcanzase la verdad que Él es y venía a traer, para que esa verdad sanase cada corazón. Jesús no quiere que quede nadie apartado de Él. Por eso corre de un lugar a otro. Parece demasiado breve el tiempo. No puede perder un segundo si quiere llegar a todos.

Esa inquietud emerge con fuerza de lo más profundo de sus entrañas: «Al ver a las muchedumbres se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas». El dolor, la soledad, la desesperación… le queman por dentro. A sus ojos, cada gramo de sufrimiento tiene un valor infinito. Ninguna de esas personas puede sentirse abandonada, no está dispuesto a tolerarlo. Esa urgencia que le consume quizá solo se pueda comparar al amor que tiene al Padre. Pero es que para Él el amor al Padre y a los hombres se han cruzado en su único corazón: no quiere y por eso no puede amar al Padre sin entregarse a los hombres; su amor máximo al Padre será su entrega total por los hombres.

Sin embargo, en ese desgaste experimenta sus límites humanos, la falta de manos, de fuerzas, de tiempo. Quiere pero no puede llegar a todos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Entonces se gira a nosotros y nos llama, dándonos «autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia». Uno de los nuestros es Francisco Javier, al que le dolía el brazo de tanto bautizar, tratando de alcanzarlos a todos.