No es verdad 872 - Alfa y Omega

La viñeta que ilustra este comentario hacía referencia explícita al terrorismo etarra y al miserable paripé con que la banda de asesinos pretendió engañar a los tontos útiles que nunca faltan, simulando una entrega de armas que ni siquiera fue tal; pero la hondura del comentario de la viñeta es tal que, efectivamente, es más fácil entregar las armas que el odio; y eso es aplicable a cualquier tipo de terrorismo, sea etarra o sea yihadista, o sea lo que sea.

Hace diez años, exactamente tal día como hoy y a la hora en que escribo, toda España se estremecía de horror ante el atentado salvaje en los trenes de Atocha. Diez años después, no faltan insensatos que piden olvidar el más impresionante y alucinante atentado terrorista de la historia de España. Hay cosas que es imposible no recordar, porque no se puede olvidar lo inolvidable, aunque el río de la vida siga y pueda a veces dar la impresión de que lo que pasó, pasó. Algunos familiares de las víctimas y algunos milagrosamente supervivientes de aquella barbarie cuentan, estos días, en los medios de comunicación que, después de aquello, han aprendido a valorar más la vida. No es una lección menor, sobre todo hoy cuando la vida humana es una mercancía tan barata y tan miserablemente despreciada. Hasta que no ha habido muertos en la valla de Melilla, por ejemplo, la Comisaria noruega encargada en el Parlamento europeo de estas cosas no se ha ocupado para nada de lo que tenía que ocuparse, y estoy deseando ver qué es lo que hace para intentar resolver el problema en su origen, desde Europa, y no en sus consecuencias, sólo desde Melilla. ¿O habrá que recurrir a distribuir a esos seres humanos, que desesperadamente buscan ese algo mejor a lo que tienen derecho en sus vidas, por las diversas embajadas de los países europeos en Madrid, empezando quizás por la de Noruega?

En la homilía del solemne funeral que ha presidido en la catedral de la Almudena, en presencia de los Reyes de España, de las primeras autoridades nacionales y de numerosos obispos de la Conferencia Episcopal, arropando a los familiares de las víctimas del 11M, el cardenal Rouco Varela ha hecho una serie de lógicas interpelaciones en forma de preguntas: «El recuerdo de los que murieron y el dolor de los heridos continúa invitándonos al examen de conciencia: ¿cómo nos hemos comportado con ellos en estos durísimos años? ¿Qué consecuencias hemos sacado de la estremecedora experiencia de aquella terrible jornada en el orden de los valores éticos, morales y espirituales que debieran impregnar nuestra vida personal y colectiva? Y, sobre todo, ¿hay motivos serios y fundados para la esperanza? ¿Le hemos dado mayor cabida en nuestro comportamiento diario al amor fraterno que nos anime y nos sostenga en la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la misericordia, diez años después del atentado de Atocha? ¿Hemos alimentado y fomentado en nuestras conductas privadas y públicas la conciencia viva y activa de nuestra responsabilidad frente al bien común?» Ahí quedan esas preguntas para quien honradamente, cívicamente -no sólo cristianamente-, quiera hacer el ineludible examen de conciencia que aquella monstruosidad reclama y exige.

Conviene no olvidar tampoco el impresionante testimonio de solidaridad, de misericordia y de caridad que la sociedad española supo dar entonces, demostrando cómo triunfa el amor sobre el odio y la vida sobre la muerte. Se ha recordado estos días la verdad judicial, pero se ha recordado también, mientras por vez primera -y ya era hora- se visualizaba la unidad de las Asociaciones de Víctimas del terrorismo, que la verdad judicial no es la verdad absoluta, aunque deba prevalecer mientras no aparezcan nuevas pruebas.

Se siguen sin saber muchas cosas del 11M que deberían saberse, que tienen que saberse y que se acabarán sabiendo. Mientras tanto, y más que nunca, en esta España actual la verdadera esperanza real está en la oración: Dales, Señor, el descanso eterno. Y que la Luz perpetua, tu luz, Señor, brille para ellos y para todos nosotros.