Por activa y por pasiva, a todas horas y de todas las maneras posibles, los más altos representantes de la jerarquía católica española han insistido tratando de explicar que los 522 mártires beatificados el pasado domingo en Tarragona no fueron mártires de la guerra. El País se empeña en desinformar a sus lectores y titula: El Gobierno y Más avalan la masiva beatificación de mártires de la Guerra. Saben que no fue así, pero les da igual. Todos los que desde las solemnes vísperas del día anterior hasta la última rueda de prensa han hablado para enjuiciar y valorar esta gloriosa beatificación han recalcado que «la Iglesia, casa del perdón, no busca culpables»; pues les da igual, ya los buscan ellos. No es que no lo entiendan, es que no lo quieren entender; y más triste todavía que eso es que también haya quien no lo quiere entender, tejas abajo de nuestra propia Iglesia. Hasta tal punto llega el sectarismo y las orejeras políticas que no son capaces del más elemental discernimiento; creen que todo es política y además política de un determinado signo, y de ahí no hay quien los saque. De verdad que es muy triste y muy estéril y muy inútil.
Ocurre con todo lo que, de alguna manera, tenga que ver con la religión, y más concretamente con la católica: es posible que el actual ministro de Educación haya perdido una ocasión de oro para realizar, de verdad y a fondo, la reforma que necesita el sistema educativo en vigor; pero de ahí a que «de orden de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía se prohíbe que en los colegios andaluces los profes de Religión vigilen a los alumnos en los recreos» va todo un mundo: un mundo de incomprensión culpable, un mundo de rencor, un mundo de falta de sentido común y de lógica. ¿Por impartir la asignatura de Religión los profesores no pueden estar con los alumnos en el recreo, o donde les dé la gana? Son cosas que las cuentas por ahí afuera y no te las creen. La verdad es que son difíciles de creer; tan difíciles como el hecho de que el mismo día en que la Ley Wert era aprobada en el Parlamento, toda la oposición proclamara abiertamente que, en cuanto cambie la mayoría parlamentaria, la derogarán. Claro que tendrá que cambiar la mayoría y a lo mejor eso no es tan fácil como echar la lengua a paseo, pero ¿así realmente se puede ir a algún sitio con posibilidades de eficacia y de futuro? Tres cuartos de lo mismo ocurre con los Acuerdos con la Santa Sede, que nunca han tocado cuando han estado en el poder y han podido hacerlo, y cuya puesta en tela de juicio vuelven a reivindicar, ¡qué casualidad!, el mismo día de la beatificación de 522 mártires del siglo XX en España. Aparte de eso, los Acuerdos son un Tratado Internacional y, naturalmente, no pueden ser cambiados unilateralmente.
Luego está lo del aborto y ¿se han fijado ustedes en que hasta para pedir imposibles como el absurdo derecho al aborto lo hacen al grito «el aborto es sagrado»? No utilizan cualquier adjetivo, saben que la vida es sagrada. Pero años de una enseñanza sectaria y destructiva, un día tras día de medios de comunicación social al servicio de la muerte y no de la vida explican, aunque nunca podrán justificar, la miserable situación moral que determinados actos denotan. Baste pensar, por ejemplo, en el mayúsculo escándalo que «ha dejado para el arrastre el prestigio de UGT y de CC. OO. También los sindicatos son parte de las tramas de delincuencia económica que han arrasado el país», como ha escrito Victoria Prego. Y encima, se llevan crudo lo que estaba destinado a los obreros en paro, a los que dicen representar. Decía el ex Presidente de la Junta de Andalucía y actual presidente del PSOE, señor Cháves, que lo de los ERES de Andalucía era cosa de cuatro golfos. He perdido la cuenta de los imputados ya en ese caso por la juez doña Mercedes Alaya, quien, por cierto, está sufriendo un acoso intolerable que tanto se ha tardado en condenar.
Una última cosita: el señor obispo de Solsona, hablando de cuestiones políticas, tiene todo el derecho del mundo a pensar y decir que «el derecho de los pueblos a decidir es más importante que la unidad de España». El mismo derecho que tengo yo a pensar y decir que eso es algo más que discutible. En su Declaración de noviembre de 2006, la Comisión Permanente del episcopado enseñó que «ninguna de las regiones actualmente existentes, más o menos diferentes, hubiera sido posible tal como es ahora, sin esta antigua unidad espiritual y cultural de todos los pueblos de España».