No es verdad 799 - Alfa y Omega

Tras la inteligente, sorprendente y oportunísima dimisión de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, doña Esperanza Aguirre, decisión que merece el máximo respeto y que, de momento, ha eclipsado el panorama político —que se lo pregunten si no a Rubalcaba y a su presencia en TVE—, los problemas siguen. En política lo que de verdad cuenta siempre son los hechos. El diario milanés Corriere della Sera ha titulado así: L’addio di Esperanza: La Thatcher di Madrid lascia (forse) la política (El adiós de Esperanza: La Thatcher de Madrid deja (quizás) la política). El primer y principal problema que sigue, por mucho que tantos piensen que lo económico es prioritario, es el intolerable y desagradecido separatismo e independentismo con que amenaza un número creciente de catalanes, ante el silencio incomprensible de los demás, y que siendo un lío y una algarabía, es más, bastante más, mucho más que eso.

En el prólogo al libro Contra la izquierda, de Carlos López, Unión Editorial, Madrid 2012, alguien tan sensato y moderado como Francisco José Contreras ha escrito: «La derecha española necesita rearmarse intelectual y moralmente. Puede parecer que le va muy bien, pero, según la encuesta del CIS de enero de 2011, una mayoría de españoles sigue asociando izquierda con conceptos como honradez, derechos humanos, libertad individual, progreso, solidaridad, idealismo y tolerancia; la derecha, en cambio, sólo es vinculada con las nociones de tradición, orden y eficacia. Topamos aquí con la consabida superioridad moral de la izquierda… Lo peor es que la derecha española parece resignada a este reparto de papeles…; por eso, rehúye siempre los debates de fondo: el debate sobre principios, valores, ideas». Es una cita un poco larga, pero creo que merece la pena volverla a leer, reflexionar sobre ella detenidamente, porque a lo mejor explica muchas de las cosas que están pasando, ¿no les parece a ustedes? La borrasca está en el centro: así titulaba Álvaro Delgado-Gal una Tercera reciente de ABC, en la que se lee: «Una porción considerable del país empieza a pensar que no está representada: ni por los partidos, ni por el lenguaje que gastan periodistas y demás guardianes de la ortodoxia, ni por la constitución general de las cosas». El presidente de la Sala de lo Penal, de la Audiencia Nacional, señor Grande Marlaska, ha dicho recientemente, a propósito del caso Bolinaga, que, «aunque duela, a veces hay que aplicar la ley». La ley hay que aplicarla siempre, duela o deje de doler, de acuerdo; pero resulta que en el caso Bolinaga tan legal hubiera sido aplicarla como se ha aplicado como aplicarla en sentido contrario. Y además una cosa es el tercer grado y otra la libertad condicional. Y además también se puede hacer otra cosa con la ley, si es una ley estúpida: cambiarla cuanto antes. Y es mucha la gente, cada vez más, que no entiende lo de Bolinaga (que, por cierto, tiene mucha mejor pinta que Ortega Lara cuando salió del zulo en el que Bolinaga le torturaba). El terrorismo, según decía el socialista profesor Jiménez de Asúa, es «la prostitución del delito político». Los buenistas de conveniencia que escriben artículos en El País, avizorando una gestión pactada del fin de ETA, harían bien en pensárselo no dos, sino varias veces, porque no se puede convertir en algo político un asesinato, cientos de asesinatos, y mucho menos convertir en poco menos que héroes a los asesinos. Ahora nos viene el cabecilla etarra Otegui con disculpas y disfraces de cordero, y está más claro que el agua que lo que busca es que se hable de él, cuando vienen unas elecciones en Vascongadas; que se hable de él a toda costa, aunque sea mal, para hacerle la campaña, y yo ya he dicho sobre esto todo lo que tenía que decir y no diré ni una palabra más. Por no avisar, que no quede.

Y éstos son algunos de los problemas reales que siguen antes y por encima de la crisis económica. El Presidente de la Generalidad de Cataluña dice que, «con España, hay un sentido de fatiga mutua». Verá usted, lo que hay es otras muchas cosas y nada mutuas; aquí todo quisque sabe quién es el fatigado y fatigoso, menos cuando se trata de pedir —en español, claro, no en inglés— 5.000 millones de euros y un pacto fiscal. Claro que «se necesita un Estado»; pero en España, como ha escrito Antonio Burgos, no en Cataluña.