Monseñor Juan Antonio Martínez Camino inicia el curso en el Foro Juan Pablo II. Mártires del siglo XX y nueva evangelización
«El martirio fue, en el siglo XX, un patrimonio de muchos cristianos en toda Europa», resalta el obispo auxiliar de Madrid y Secretario General de la Conferencia Episcopal, que ayer participó en el Foro Juan Pablo II, de la madrileña parroquia de la Concepción, con una conferencia sobre Los mártires del siglo XX y la nueva evangelización. «Si en España fueron unos 7.000 los eclesiásticos martirizados, en la Unión Soviética, el número de ellos se eleva a la escalofriante cifra de 200.000», recuerda el obispo. «El mundo lo olvida y ¡quiere ocultarlo! Pero Juan Pablo II lo sabía bien y quería ponerlo sobre el candelero: ¡el inmenso tesoro espiritual desconocido de los mártires del siglo XX!»
El Papa Juan Pablo II –pronto ya, santo– ha sido, sin duda, la figura profética que ha puesto sobre el candelero la luz de los mártires del siglo XX. Él había vivido muy en primera persona el siglo del martirio, en su atormentada tierra polaca. La Iglesia sufrió allí, primero, la persecución a causa del totalitarismo nazi; luego, le tocó el turno al totalitarismo marxista, hasta fechas bastante cercanas a nosotros. La historia del gran Papa mártir, abatido por las balas en la Plaza de San Pedro, y providencialmente salvado de la muerte, es una especie de resumen del siglo de los mártires. Juan Pablo II merece bien el título de Papa de los mártires del siglo XX, como aquel otro Papa de la antigüedad, san Dámaso, fue llamado el Papa de los mártires por el lugar central que les dio a los mártires de Roma en la devoción y el culto de la Iglesia de los primeros siglos.
El Beato Juan Pablo II celebró, en 1987, la primera beatificación de mártires de la persecución de los años 30 en España: la de las carmelitas descalzas de Guadalajara. Habían pasado ya 50 años desde su martirio. Desde entonces, hasta la última beatificación, celebrada en Tarragona el pasado día 13 de octubre, el número de los mártires de España que han alcanzado la gloria de los altares asciende a 1.523, de los cuales 11 son santos y 1.512, Beatos. Serán, si Dios quiere, muchos más en los próximos años. El número de compatriotas nuestros que dieron el supremo testimonio de amor a Jesucristo uniendo su sangre a la del Señor fue muy elevado. Las Causas de muchos de ellos siguen su curso en las diócesis, o ya en Roma.
Pero el martirio fue en el siglo XX un patrimonio de muchos cristianos en toda Europa. También las Iglesias ortodoxas y las comunidades protestantes se vieron enriquecidas con esa gracia. Juan Pablo II puso de relieve que los mártires abren un camino ecuménico nuevo, pues su sangre fue una ofrenda común, basada en la unidad de la fe y del amor a Dios. No podemos olvidar que, si en España fueron 12 los obispos que recibieron el don del martirio, en Rusia fueron más de 250 los obispos ortodoxos asesinados por odio a la fe. Si en España fueron unos 7.000 los eclesiásticos martirizados, en la Unión Soviética el número de ellos se eleva a la escalofriante cifra de 200.000.
El porqué del empeño del Papa
El mundo lo olvida y ¡quiere ocultarlo! Pero Juan Pablo II lo sabía bien y quería ponerlo sobre el candelero: ¡el inmenso tesoro espiritual desconocido de los mártires del siglo XX! ¿Por qué aquel empeño del Papa santo?
El Papa polaco estaba convencido de que así como los mártires romanos fueron, sin duda, la semilla de la que brotaron los frutos de la evangelización de Europa en el primer milenio, así también la sangre de los mártires del siglo XX está llamada a fecundar la evangelización del tercer milenio, es decir, la nueva evangelización. No es difícil comprender las razones de aquella profética convicción.
Primero, porque la Iglesia florece como comunión de los santos. El Evangelio no prende en el corazón de los hombres a base de discursos y, menos todavía, a base de palabrería cargada de los tópicos dictados por las modas culturales o políticas. No, el Evangelio atrae y cautiva mentes y voluntades en virtud del testimonio de los santos, como cauce ordinario de la gracia de Cristo. Ellos son quienes han vivido la comunión con el Santo, con el Mártir de los mártires, testigo de la misericordia infinita del Padre.
Frente al ateísmo asesino
Segundo: la Iglesia florece cuando se aparta del mundo y de sus ídolos para volverse al Dios vivo y verdadero. Los mártires del siglo XX han sido testigos de la gran causa de Dios en medio del siglo del ateísmo de masas. Fueron las ideologías ateas, de uno y otro sesgo político, las que hicieron abatirse sobre el mundo y, en particular, sobre Europa, todo lo contrario de sus falsas promesas: la muerte de millones de víctimas, la opresión de pueblos y sociedades, las guerras más destructivas de la Historia. Ése fue el contexto histórico del martirio de los cristianos y de la muerte de tantos millones de inocentes.
Tercero: el ateísmo sigue secando la vida espiritual y cultural de la Europa de nuestros días; ahora bajo la forma del relativismo hedonista que va camino de poner de nuevo en cuestión los derechos humanos fundamentales. Se pretende olvidar a los mártires, porque ellos son testigos molestos de la Verdad del Evangelio, que les convirtió en hombres nuevos capaces de salir de sí mismos y de ir al encuentro del otro con gesto de fraternidad y de perdón. Pero la Iglesia que desea evangelizar el tercer milenio no puede olvidar a los mártires. Ella es enviada a la misión en comunión con ellos, testigos del Dios vivo, cuya fuerza se muestra en la debilidad de la Cruz y en la caridad ardiente de los enviados.